Número 50, octubre 2013
 

Pero alguna vez debí de haber saboreado ya esta paz
–me digo mentalmente–, puesto que hago mi camino
canturreando, y me siento arrebatado de júbilo y lleno
de afecto hacia toda la naturaleza que me rodea,
estas piedras y estos hierbajos que, a su vez,
también parecen demostrarme afecto…
Somos ya viejos amigos…
Knut Hamsun

 
 

Durante mi corto recorrido por momentos puedo entender la fuerza de los peregrinos. Los acompaña una promesa y una vara que consideran sagrada. Un extraño reflejo cae sobre su sendero, y un sentido profundo alivia su fatiga. Yo solo camino para describir mi ruta, para encontrar señas desconocidas en un valle y unas calles que suponemos sabidas. Me acompañan una libreta de apuntes y un teléfono sin volumen que servirá de cámara. La disposición del cartógrafo aficionado o el naturalista de ocasión hacen que también para mí haya un brillo particular: la cómoda libertad de quien juega a ser un vagabundo.

Inicio mi marcha en la Terminal del Norte, luego de superar un arrebato de nostalgia por el recuerdo de una larga colección de recaladas y partidas desde el barrio Caribe. Son las 9:12 de la mañana. Cuatro taxistas juegan dominó sobre la bandeja que despliega la puerta trasera de uno de sus carros. La fila de taxis se mueve y todos corren con sus fichas a empujar el móvil que les corresponde. No he completado cien pasos y ya vi el primer hombre dormido sobre la hierba. Aparecerán muchos, todos cobijados, casi todos con los zapatos filados a los pies como únicos guardianes de su sueño. Los talleres me dejan la tentación de las empanadas en las vitrinas y la imagen de un hombre rodando dos enormes llantas mientras camina; parece decirles algo en el trayecto hasta su guarida de remiendos.

Los zapatos abandonados en la calle son una guía para el caminante. Los sigo como granos que marcan mi ruta, todavía no muy clara. Dejo la zona de los mecánicos y aparecen los tinterillos y los tramitadores. Los edificios del Tránsito y la Fiscalía están rodeados de fotocopiadoras y oficinas para redactar cartas de último minuto. Paisaje de secretarias, patinadores de juzgado y cuchicheos de cafetería. En las mesas cercanas a la Fiscalía se toma tinto y se habla en voz baja. Mujeres de ojos hinchados intentan comprender a los defensores de oficio. Dejo atrás el edificio de la Fiscalía, lo miro con temor, con los ojos de Josef K., y decido buscar la autopista: en últimas vine por la ruta de los vagabundos, y no por los laberintos de la burocracia.

Las orejas de los puentes forman una especie de ecosistema salvaje entre las avenidas. Humanos, ardillas, pájaros, ratas, perros y gatos callejeros. Llego hasta el jardín de la calle Barranquilla en busca de la autopista. Me sorprenden cinco garzas negras de pico curvo y naranjado. Quisiera sacar las acuarelas y los pinceles, pero no me queda más que ahuyentarlas con mi teléfono. Me consuelo con las fotos del cementerio de carros de la Policía ubicado en una esquina de ese bosque de mangos, hasta que llega el interlocutor de mi pequeña marcha: un tombo amable que me pregunta por las fotos y me pide que le muestre el teléfono. No cargo cédula y accedo a su revisión para evitar una visita al comando.

Ya estoy en la autopista, donde quería llegar. El viento de los carros me golpea en la espalda y el río deja oír un rumor que siempre inspira; para el oído es indiferente que sea un canal de aguas usadas. Voy con la mirada clavada en el piso. Quiero encontrar una tuerca gastada, un amuleto de autopista. Levanto la cabeza y veo una casa campesina entre el río y las vías que llevan el Metro vacío hacia al norte. Una casa que podría llamarse tugurio si no fuera por las gallinas que picotean entre materas florecidas de margaritas. Busco el marrano en lo que podría llamarse patio. No está. La desembocadura de La Iguaná es ahora un caño que no dice nada, un desagüe. Me quedo mirando esos dos ocres que se encuentran, La Iguaná terrosa, el río más opaco. La paleta de nuestros desechos. Todavía no encuentro mi tuerca, pero llego a un parque inesperado. No solo los paisajistas construyen bosques de bambús para que los ciudadanos puedan estirar los pies. Al frente de Suramericana, en la orilla del río Medellín, hay un jardín silvestre donde desaparece la autopista. No hay una sola basura. Me siento de cara al río y veo a un bichofué cazando una mosca. Habría sido mejor un martín pescador, pero para un caminante que busca una tuerca es espectáculo suficiente. Son las 10:12 y mis ánimos están intactos.

En la otra orilla del río están los verdaderos vagabundos. Camino entre los trabajadores que cuelgan la parafernalia de los alumbrados, y recibo el viento a favor de los miles de carros que van en dirección norte-sur. De pronto, mi tuerca brilla al borde de la autopista. La recojo con cuidado, la miro, es igual a la que imaginaba. La guardo en el bolsillo y recuerdo a los vagabundos de Knut Hamsun, y a los que nos ofrecen sus hallazgos con la esperanza de que encontremos algún brillo en su tarea de recolectores. Ahora puedo dedicarme al paisaje. Olvido las migajas de la carretera y veo un palacio plateado que exhibe sus balcones y su foso de agua. Recuerdo El Castillo de Kafka. Me inclino con reverencia y logro que la ciudad se pierda y los jardines de La Macarena se conviertan en el coto de caza del Edificio Inteligente.

Ahora voy en busca del puente de Guayaquil. Quiero ver sus bases, que llevan más de 130 años soportando la corriente del río. Cruzaré en busca de la Avenida Las Vegas para ir hasta la Terminal del Sur. Los nombres avalarán mi recorrido entre dos supuestos puntos cardinales. Antes, la calle me entrega el segundo encuentro de la mañana. Ahora no solo tengo una tuerca, sino también una llave que podría moverla. Mi llave está lustrosa, deber ser un olvido de alguno de los súbditos del palacio inteligente, y no el desecho de un choque o una varada. Es más un robo que un encuentro.

Sobre el puente de Guayaquil tengo vista a otro de los palacios que están en la ronda del río. Alargado sobre los carriles de la autopista, el edificio de Bancolombia hace que la estación del Metro parezca una de sus bodegas. Me encamino hacia su foso. Debajo del puente de la 30 y sus orejas alguien ha levantado un pequeño cerco con trozos de palo de escoba, sobre malezas de la misma calaña. Una huerta inútil. Bajo el puente también aparece el más extraño de los habitantes: un carro de valores azul príncipe que descansa sobre un amplio polvero en la sombra. Nadie se acerca, parece una peligrosa caja fuerte. Me indica que estoy por llegar al palacio acostado entre el río y Los Industriales. Huele a crispetas y me cruzo con una mujer que camina amparada en su collar de perlas: ya estoy en el suroriente. Un aviso en los vidrios templados del palacio deja claras las nuevas reglas: “Este es un espacio libre de humo. Para fumar, hágalo a 8 metros de esta entrada”. Este edificio en realidad no tiene foso, sino un jardín sombreado para que sus empleados puedan escapar durante el almuerzo. El hombre de la capa, sentado en la postura de El pensador, me despide distraído. Nadie sabe qué postura tiene El pensador.

Ya son las 11:12 y me encuentro con un simulacro de evacuación frente a una empresa prestadora de salud. Los compañeros se ríen del enfermo imaginario al que le tocó hacer de muñeco con cuello ortopédico en la camilla. Debajo del puente de la 10 se multiplica un enjambre que ha crecido en los últimos años: un parqueadero con 250 motos filadas con juicio, como si fueran para la venta. Una especie en expansión. Desde el puente intento abarcar todo el recorrido. Veo los dos grandes palacios. Ya estoy pensando en mis pies. Mientras bajo hacia el occidente me cruzo con un hombre que rueda una gran llanta hasta los parqueaderos cercanos a la Terminal del Sur.

He caminado a paso de infantería. Soy un falso vagabundo que debe mirar el reloj y usar el teléfono para guardar los tesoros que ha encontrado en su marcha. Pero también un peregrino feliz de llegar a su santuario lleno de buses y taxis. Y con una tuerca y una llave como reliquias. UC

 

Fotografía Pascual Gaviria

Fotografía Pascual Gaviria

 
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