En los dorados años treinta del siglo XX un trovador bohemio rebautizado Tartarín Moreira caminaba diaria y nochemente desde el frenesí del barrio Guayaquil –una ciudad dentro de la ciudad– hasta su alojamiento en el céntrico sector de San Benito. En su recorrido padecía un sector de edificios, fábricas y depósitos tibiamente poblado, al que inmortalizó con el nombre de Barrio Triste. "Vecino al de Guayaquil […] a Barrio Triste le falta lo que a Guayaquil le sobra".
Libardo Parra Toro, nacido en Valparaíso, Antioquia, en 1898, y fallecido en Medellín en 1954. Personaje de melancólica mirada y sombrero de medio lado, tomó el seudónimo que lo haría famoso de la novela de Daudet, Tartarín de Tarascón. Fue uno de los integrantes más jóvenes del grupo Los Panidas, famoso por sus poemas y escritos y por las juergas que armaban en el Café El Globo o en el estadero El Jordán, en Robledo. Después de mucho deambular en la bohemia, y de ganarse la vida como detective, secretario y escribiente en notarías y juzgados, terminó en la miseria.
Sin embargo, Tartarín fue fiel a su ideal romántico de la vida, como en el poema de León de Greiff que cantaba a los hijos del dios Pan: "músicos, rapsodas, prosistas, poetas, poetas, poetas, pintores, caricaturistas, eruditos, minios estetas; románticos o clasicistas, y decadentes –si os parece– pero, eso sí, locos y artistas, los Panidas éramos trece".
El escritor Jairo Morales recuerda cómo Tartarín, elegante y bohemio, sabía ser uno de tantos perdidos en los suburbios que más amaba de la ciudad, y saboreaba solitario una copa rinconera mientras veía, irónico y escéptico, discurrir las cosas. También sabía ser un señor en las mansiones adonde se le invitaba, cómplice distante, fiel a un dolor sin nombre preciso. El precio fue la miseria final. En sus últimos días, abandonado y enfermo, aterrado por los estragos del tiempo en su rostro y consecuente con su espíritu de dandi, Tartarín introducía en su boca cauchos para ocultar el hundimiento de sus mejillas.
Era un poeta menor cercano a los músicos populares, letrista de bambucos, tangos y pasillos. Algunas de sus letras llegarían a manos de Gardel, cuya muerte propició que las grabara Agustín Magaldi. Al menos por sus tangos y pasillos, Tartarín sigue vivo en la mitología citadina, y un barrio de mecánicos y obreros prolonga hoy su mito.