Número 89, agosto 2017

Meteoritos contra el optimismo
Guillermo Cardona. Ilustración: Alejandra Congote.
 

Ilustración: Alejandra CongotePor remota e insignificante que sea la probabilidad de que un meteorito choque contra nuestro planeta, buscar alternativas para anticipar y evitar semejante guarapazo da fe de los avances de la humanidad en ciencia y tecnología, es todo un ejemplo de previsión y, sobre todo, una muestra palpable de algo que nos distingue de otras especies más que la risa, el habla o la misma inteligencia: el optimismo.

Se trata de la Prueba de Redireccionamiento del Asteroide Doble (DART, por sus iniciales en inglés) que busca afectar la órbita interna de un sistema binario de asteroides que en el 2022 pasará a unos once millones de kilómetros de nuestro planeta. Se les conoce como Dydimus (gemelos, en griego); uno mayor, el Dydimus A, de 780 kilómetros de diámetro; y su acompañante, Dydumus B, de 160 kilómetros, que gira a su alrededor como una luna.

Pese a los titulares de prensa, el objetivo de la misión no es alterar la órbita del sistema con relación a la Tierra, sino la de la pequeña luna, mediante una técnica de impacto cinético conocida como deflexión, que busca provocarle un leve frenazo mediante el choque de una nave no tripulada del tamaño de un refrigerador, a una velocidad de 21 600 kilómetros por hora. Un proyecto que la Nasa trabaja de manera conjunta con el laboratorio de física aplicada de la Universidad John Hopkins en Maryland.

¿Será posible?

Qué tan efectivo sea el recurso que se aplicará en el 2022 podrá comprobarse cuando los Dydimus A y B vuelvan a pasar en el 2024 por nuestro vecindario, esperemos que a los mismos saludables once millones de kilómetros de distancia.

Si los científicos de la Nasa logran demostrar la validez científica de esta técnica, cuando se detecte algún meteorito, asteroide u otro objeto celeste en trayectoria de colisión con nuestro planeta y de un tamaño mayor a un kilómetro de diámetro, el recurso no sería entonces ni desviarlo ni partirlo como se podría deducir de las películas y la literatura de ciencia ficción, sino disminuir su velocidad con un impacto frontal en el arco de su órbita. Siempre y cuando dicho impacto se produzca lo suficientemente lejos del punto de encuentro con la Tierra, algunas milésimas de segundo menos cada hora podrían significar, en una trayectoria de millones de kilómetros, que la mira del Perfecto asesino quede por fuera del paso de nuestro pedrusco en su periplo alrededor del sol, y podamos así seguir disfrutando del paseo.

No son especulaciones

Recordemos que en 2013 (ver UC N°43), un meteorito sobrevoló la atmósfera de la tierra a 65 mil kilómetros por hora y explotó en una zona deshabitada, a 250 kilómetros de Chelyabinsk, Rusia. Con escasos diecisiete metros de diámetro y un peso de unas siete mil toneladas, la explosión resultante fue cincuenta veces más poderosa que la bomba de Hiroshima y, a esa distancia (más o menos la misma que separa a Medellín de Armenia), su onda expansiva dejó heridas a unas 1500 personas y rompió los cristales de 7200 viviendas en la transiberiana Chelyabinsk.

A futuro, el proyecto de la Nasa y muchos otros países desarrollados es construir un Sistema de Defensa Interplanetario (SDI) contra las amenazas mínimas, pero reales, de un objeto celeste que al golpear la Tierra podría producir desde una catástrofe local que arrase con un poblado o una ciudad, hasta un evento de extinción global que acabe con la supremacía de los seres humanos y de los mamíferos para darle paso quizá al reinado de los insectos y de los tardígrados. Lo mismo ya le ocurrió a los dinosaurios y a los grandes reptiles hace 65 millones de años, cuando el brusco aterrizaje de un meteorito de unos diez kilómetros de diámetro les dejó el espacio libre a bichos más pequeños, como las zarigüeyas, y a sus hermanos de leche los primates, nuestros ancestros.

Dicho SDI contaría con una red de telescopios infrarrojos orbitando alrededor de nuestro planeta, soportada por un sistema global de observadores y bases de lanzamiento con capacidad para detectar, enviar naves no tripuladas y producir los impactos necesarios para mantenernos a salvo de los cerca de un millón de asteroides que atraviesan nuestro sistema solar y que son lo suficientemente grandes para destruir ciudades como Londres, Helsinski o San Petersburgo. Por el momento, de ese estimado de un millón de asteroides potencialmente peligrosos, se han identificado apenas cien mil. Solo para completar el diagnóstico, harían falta algo más que los cincuenta millones de dólares anuales con los cuales cuenta actualmente el programa y un trabajo descomunal de científicos, ingenieros y operarios. En condiciones óptimas, en unos 150, doscientos años, el Sistema sería totalmente operativo.

¿Qué será primero?

Según los estudios científicos, las consecuencias del calentamiento global se van a sentir con un rigor extremo a partir del 2050, por lo que resulta curioso que este proyecto lo anuncie la Nasa en la era Trump, el exótico presidente norteamericano al que se le llena la boca negando la existencia del cambio climático y afirmando que los esfuerzos por detenerlo son un cuento chino. A ver quién acaba primero con nosotros. Si Trump con su desprecio por la ciencia, algún otro loco con bombas atómicas a su disposición, la crisis del agua o una monumental y espantosa pedrada que saque a la humanidad de circulación, un momento que muy seguramente vitorearían, si pudieran, los animales, las plantas, las montañas, las selvas y los ríos que nos sobrevivan. Bastaría un poco de viento para que empezaran a cantar. En ese panorama posapocalíptico, creo que los únicos que nos van a llorar son los guaduales.

No es mala leche. Lo cierto es que esta era Trump, de posverdades, fraking y fake news, deja también en evidencia otro rasgo netamente humano: la soberbia de quienes gozan con el sufrimiento, la pobreza y la discriminación que padecen sus congéneres, como si ellos fueran de otra especie y como si para vivir no necesitaran, como cualquier hijo de vecino, del trabajo y el buen ánimo de otros seres humanos y del amparo de la Naturaleza y del Planeta que nos sostiene y alimenta.

En esta paradójica encrucijada, esos dogmas que se visten de fe religiosa para saludar el Armagedón o que pregonan el desarrollo sin contemplaciones con el medio ambiente, esos valores que desconocen e ignoran por igual las consideraciones humanitarias y las evidencias científicas, están de hecho haciéndole más daño a la Tierra y a todas sus especies que muchos meteoritos juntos. Por lo pronto, ni los científicos de la Nasa tienen las herramientas necesarias para evitar que nos aporreen estas colisiones. Y de seguro el día que estuvieran a punto de encontrarlas, el mismo Trump les recorta el presupuesto. UC

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