Número 89, agosto 2017

De vez en cuando las revistas viejas entregan las mejores páginas de ciencia ficción. El miedo mueve la imaginación, empelicula a las almas de la higiene y la castidad, y los primeros teatros pueden convertirse en ollas de aire enrarecido, en un experimento que acelera el desarrollo biológico y transforma la mente de los más débiles. Los Anales de la Academia de Medicina de Medellín entregan un gran guion con su informe “Salas de espectáculos públicos”, de 1945. Tal vez no era más que la perturbación frente a Ingrid Bergman. El miedo recomendaba pastillas en vez de crispetas.

 

Salas de espectáculos públicos
Informe
Eduardo Vasco
 

Señores Académicos:
El problema del cine que ha sido sometido a nuestra consideración es de gran actualidad y trascendencia; es más: es un problema de higiene social en el cual entran el aspecto general y el aspecto mental.

No sólo se ventila en él todo lo relacionado con los peligros del aire enrarecido por el exceso de anhídrido carbónico y la falta de ventilación adecuada; ni es tampoco cuestión únicamente de la manera como los cambios bruscos de luz y de temperatura afectan la visión y el aparato respiratorio, ni tampoco se trata solamente de las enfermedades transmitidas por factores muy frecuentes en los lugares públicos, no suficiente ni frecuentemente desinfectados, ni del peligro de esos lugares encerrados que no tienen salidas suficientes de emergencia, lo cual en un momento dado puede ocasionar una verdadera catástrofe.

El problema es mucho más grave y mucho más complejo, puesto que abarca, fuera de lo enunciado más arriba, la azarosa interrogación de cómo reacciona a la influencia del cine destinado al grueso público la psiquis del niño y del adolescente, y sobre todo la personalidad psicopática. Lo que quiere decir, que el asunto sometido a la consideración de la H. Academia, plantea cuestiones trascendentales que van desde los peligros de toda promiscua aglomeración en lugares encerrados y a los cuales tiene acceso libre toda clase de enfermos, hasta la misma etiología de la delincuencia y la neurosis, punto este último que paso a tratar muy someramente.

En primer lugar, hay que reconocer que el cine responde a una necesidad psicológica cual es la de alimentar esa sed de fabulación y de ensueño que vive latente en la estructura espiritual del hombre; de allí su éxito sin medida, su influencia incontrastable y desgraciadamente también su enorme peligrosidad.

Con sobrada razón escribía el Dr. Gustavo Lebón: “Si fuera dueño de los cinematógrafos del país, transformaría las costumbres y las creencias de todos los ciudadanos”. Bien hubiera podido agregar el ilustre profesor que podría también agudizar la inteligencia, ampliar el radio de los conocimientos, apresurar el avance de las ciencias, robustecer la afectividad de las nuevas generaciones y aun mejorar la biología de ellas con un cine adecuado rigurosa y científicamente controlado, dirigido, no a la satisfacción de los apetitos inferiores, sino a altas y nobilísimas labores constructivas, tal como el que se emplea hoy en las industrias de guerra y que es el reverso de ese lodo camuflado que pasa por las pantallas de nuestros teatros y en el cual incuban todas las alimañas que han de morder hoy o mañana el cuerpo o el espíritu.

Aparentemente parece una gran audacia decir que el cine transforma la estructura somática del individuo. Pero las estadísticas son concluyentes: una niña sometida tempranamente a la excitación de películas realistas, sacada de un medio discreto y sin ninguna preparación para la vida, al ambiente sensual de la sala de cine, madura precozmente su sistema gonadial, despierta tempranamente sus instintos y apresura su menstruación. Lo mismo puede decirse de los jóvenes. El análisis del promedio de niños y niñas que frecuentan habitualmente las salas de cine, comparado con el de los que no lo hacen o las frecuentan muy de tarde en tarde, muestra que en los primeros es más precoz su desarrollo sexual, más viva y extensa aunque no más profunda su capacidad de comprensión y mucho más vulnerable su personalidad al imperativo de las tendencias inferiores. Esto en cuanto a los aparentemente normales.

Ahora: en cuanto a su influencia sobre los neurópatas que son legión entre nosotros, es sencillamente desastrosa; acentúa la hiperemotividad en los unos, la perversión en los otros, la fuga de la realidad y la apatía en los de más allá, y disminuye en todos ellos su capacidad de resistencia a las llamadas del instinto y a los choques y fracasos naturales de la vida.

Bien puede decirse que la capacidad intelectual de esta generación del cinematógrafo es superior a la anterior en cuanto a conocimientos generales y a experiencias adquiridas, pero es inferior en el esfuerzo de concentración, en la tenacidad ante la dificultad y en cuanto al sentido de responsabilidad.

Sencillamente porque el alimento que reciben, es decir, la nutrición del cuerpo y del espíritu´, es deplorable: dejan de consumir, aunque los tengan, alimentos indispensables a la estructura y conservación del soma, para hartarse de excitantes que queman inútilmente las energías hormonales y vitamínicas en las salas de cine, en los cafés de moda y en los contactos epidérmicos bajo la semioscuridad de la ventana celestina.

Hay personas que necesitan el cine, como otras el café y otros estímulos; tal pasaría, por ejemplo, con los hipotiroidianos y los vagotónicos en general, pero la gran mayoría de nuestras gentes son impresionadas en forma intensa por el cine.

Localizando el problema a la infancia y a la adolescencia, la cuestión se hace mucho más espinosa porque en ellas el cine va a perturbar el flujo y reflujo de aquella conciencia naciente; porque va a acentuar y a hacer más peligrosas las conmociones de la pubertad y porque le va a dar armas de dudosa moral a un ser en quien no se han formado todavía firmemente los resortes morales y por tanto no puede aplicar los controles en el momento necesario; porque la mayor parte de las cintas que van a pasar ante sus ojos son ejemplos de disolución y de crimen, y porque va a creer que en la vida real como en el cine, la ciencia y la fortuna se conquistan en un día, y esto lo volverá un arribista que quiere llegar pronto sin importarle los medios; porque va a exaltar hasta lo imposible su imaginación, quitándole intensidad a las otras funciones de la inteligencia y porque al exacerbar su irritabilidad nerviosa, debilita su voluntad, quebranta su salud y por lo tanto disminuye su rendimiento escolar.

Porque hay que convenir que la casi totalidad de las cintas que pasan en nuestros teatros, no enseñan nada fructuoso sino que la mayoría de las ocasiones perturba y corrompe. Un niño es llevado a una película que se dice educativa, pero en ella intercalan trozos de otras que se darán en los días siguientes, y de estos extractos casi siempre lo peor, lo excitante, lo que deja flotando a flor de piel la sensualidad; de allí el que un joven que trasponga los umbrales de una sala de cine diariamente, cambia unas pocas horas de esparcimientos por días de incertidumbre, semanas de irritabilidad nerviosa, meses de desafecto por las cosas sencillas de la vida y años de aridez y de neurastenia.

Y si ese adolescente pertenece a la extensa familia psicopática, entonces aquella influencia produce sobre la psiquis predispuesta una verdadera intoxicación, de la cual resultan muchas crisis de tipo convulsivante, terrores nocturnos, pánicos inmotivados, aberraciones y fobias, forjando en ella con la siembra permanente, la neurosis y el delito; es decir, que despierta predisposiciones que estaban adormecidas por la intimidación social y que en un momento dado rompen las capas protectoras, dejando al descubierto toda la gama de los apetitos inferiores.

La pregunta concreta que debemos considerar es la siguiente: ¿a qué edad debe permitírsele al joven que entre libremente en las salas de cine? Tratándose de las cintas que nos vienen y que son exhibidas diariamente en nuestros teatros y teniendo en cuenta las anteriores consideraciones, bien pudiera contestarse que aquella libertad sólo debe otorgarse después de los 18 años, es decir, cuando en la gran mayoría va aminorándose la crisis de fermentación por la cual pasa la juventud con más o menos violencia de los doce o trece años en adelante. Pero como esta sería una solución drástica dados nuestros usos y costumbres, se nos ocurren dos soluciones: la primera sería solicitar de los empresarios horas y días especiales para la exhibición de películas educativas escogidas y seleccionadas por una junta técnica, procurando darles la mayor atracción posible a aquellas por medio de dibujos animados, cintas históricas y de excursiones hechas únicamente con el fin de ilustrar. Una vez que se hayan organizado debidamente estas exhibiciones, entonces se procede a prohibir con absoluta rigidez la entrada a las salas generales y especialmente en las horas nocturnas a menores de 18 años, a menos que vayan acompañados por sus padres o representantes.

La otra solución podría ser la siguiente: hasta los doce años, permitir a los niños la entrada únicamente a espectáculos especiales y seleccionados previamente, y de allí en adelante autorizar la entrada general a las salas comunes siempre que los empresarios se prestaran a llenar determinadas condiciones tales como evitar los cortos de películas que en alguna forma afecten la moral y las buenas costumbres, seleccionando para las vespertinas cintas interesantes de tendencias altruistas y de miras educativas.

al escoger la edad de los doce años, queremos dar esta explicación: en aquel período de la vida el adolescente pasa por una etapa de ensimismamiento, se le nota alelado y tímido, como desprovisto de curiosidad por los problemas de afuera, el torbellino exterior le llega lejano y disminuido, y son menos vulnerables a las sensualidad, de modo que al permitírseles la entrada a ciertas películas en este momento de su vida, se les perjudica un poco menos y a algunos pocos hasta se les ayuda a salir de su ensimismamiento.

Y de los 18 años en adelante, debe dárseles entrada franca a donde quiera, pero las juntas de censura deben ser especialmente estrictas con ciertas películas que no son de recibo ni aún para un público culto y preparado, y mucho menos para el de los suburbios a cuyos teatros van a dar las películas más peligrosas y más desvergonzadas. UC

La luz que agoniza
Cuando quiere un mexicano
El buen pastor

La luz que agoniza, Cuando quiere un mexicano y El buen pastor fueron éxitos taquilleros en 1945.
Tomadas de El Correo. Sala Antioquia, BPP.

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