Número 89, agosto 2017

Historia de granadas
Juan Carlos Castrillón. Ilustración: Cachorro
 

Ilustración: Cachorro

Si cualquiera de nosotros viviera la circunstancia extrema de necesitar una transfusión de sangre para salvar su vida, ¿recibiría esa donación de una persona desmovilizada? Lo más probable es que la gran mayoría responda afirmativamente esta pregunta. Es lógico, hay situaciones límites donde lo humano prevalece sobre otras consideraciones. Los riesgos sobre los castigos implacables quedaron claros desde El mercader de Venecia: “Ya que exiges justicia, ten por seguro que hoy tendrás más de la que deseas”.

Ahora bien, es normal que eso que denominan justicia transicional cause molestia, piquiña, pero no somos el único país en el mundo que ha tenido que resignar los castigos de la justicia punitiva, a cambio de una justicia restaurativa. Después de la Segunda Guerra Mundial las Waffen-SS, el cuerpo elite de los nazis que llegó a contar con 950 mil soldados, de los cuales murieron en combate 350 mil y desaparecieron cincuenta mil, surge la pregunta ¿qué pasó con los 550 mil restantes? Durante los juicios de Núremberg la fiscalía del tribunal presentó cargos contra veinticuatro miembros de la SS, solo tres de ellos reconocieron su error y mostraron un poco de arrepentimiento; el tribunal decretó once condenas a muerte, tres condenas a cadena perpetua, dos condenas a veinte años, una a quince años, una a diez años; se registraron dos suicidios, tres absoluciones y uno sin condena. El resto de combatientes eran en su mayoría hombres de un país que necesitaba reconstruirse, eran hermanos y padres de familias de varios países, es probable que después de varios años aparecieran en ellos y en sus familiares sentimientos de vergüenza por haber hecho parte de aquella barbarie, pero eran países que a pesar del dolor de la guerra tenían que reconstruir una sociedad desintegrada.

En Colombia son más de cincuenta años de conflicto, muchas víctimas y muchas vidas involucradas en una guerra. En ocasiones una sola decisión podía poner a un joven en medio del conflicto, rodeado de metralla, frente a ollas de microtráfico, empuñando un arma sin entender por qué, sobre todo cuando esa decisión se tomó a los once años, como es el caso del ingreso de Rubén a las Farc-EP. No debe sorprender que menores de edad empuñen armas, no es exclusivo de las guerrillas, también hay sentencias de Justicia y Paz donde se reconocen listas de menores de edad reclutados por las antiguas AUC; así como son famosas las historias de sicarios y carritos de las bandas criminales que no alcanzan a cumplir los dieciocho años de edad. En Colombia hay más de ochocientos combatientes del conflicto en las cárceles. Con la justicia no se discute, pero hay que separar la necesidad de una pena con el hambre de venganza. Detrás de todo combatiente hay una familia, una madre, quizá hijos; un país que aspire a solucionar un conflicto armado debe también humanizar al combatiente.

A Rubén lo dejó su madre en casa de su abuela cuando tenía apenas tres años. Nunca se supo a dónde se fue, pero sin duda le falló su instinto materno. De su padre solo supo cuando ya era un adulto, dicen que lo asesinaron en una pelea a machete o a cuchillo en cualquier cantina. Rubén quedó al cuidado de su abuela, que lo llevó a vivir al campo, al municipio de Granada, un pueblo con fama de sufrir un eterno dominio por parte de la guerrilla. Rubén trabajó desde los seis años, sin la posibilidad de estudiar, levantado a las cuatro de la mañana a bañarse con agua fría, sin el menor asomo de esperanzas diferentes a la rula y a las cervezas en cualquier bodega en fin de semana.

En el 2000 el conflicto en el oriente de Antioquia comenzó a agudizarse, empezaron las matanzas en Granada y San Carlos, solo el municipio de San Carlos tiene la penosa cifra de 33 masacres entre 1988 y 2010. El municipio de Granada no era más tranquilo, el Bloque Metro, entre otros, pasaba por las veredas con sus listas negras, matando a quienes denominaban guerrilleros, colaboradores o informantes. En una zona controlada tradicionalmente por las guerrillas, Rubén se acostumbró a ver guerrilleros, en ocasiones conversaba con ellos, le decían “vaya creciendo para que nos ayude en la causa revolucionaria”. Un día, cuando Rubén visitaba el pueblo, en una vereda llamada Dos Quebradas encontró un retén paramilitar y los hicieron bajar a todos; Rubén estaba con varios amigos, el mayor tenía catorce años, los paramilitares lo cogieron y lo arrastraron delante de todos, les gritaban guerrilleros, después de arrastrarlo lo asesinaron, así como a dos adultos más. Los paramilitares los amenazaron con quitarles la vida si los volvían a ver, comenzaron los desplazamientos y a partir de ese momento la vida de Rubén cambió totalmente.

***

Una tarde la guerrilla convocó a una reunión extraordinaria con la comunidad. El vocero de las Farc invitaba a los jóvenes a formar parte de la guerrilla más antigua de América, pero además de la retórica de defensa popular, enlistarse era la mejor garantía de seguridad. Luego de la reunión Rubén no dudaba sobre su futuro, ya muchos de sus amigos estaban en las Farc o el ELN. Luego, en una reunión de la Junta de Acción Comunal que se remataba con el partido de fútbol de rigor, sus amigos fueron asesinados mientras se bañaban en el río. Rubén se salvó porque prefirió seguir jugando fútbol que nadar. Los mataron porque vestían como roqueros de pueblo, probablemente porque los creían marihuaneros, uno de los argumentos de la llamada “limpieza social”. Rubén lloró mucho. Tenía once años cuando le dijo a su abuela que se marchaba para la guerrilla. Ella le dijo, “mijo tal vez sea lo mejor”; su abuelastro le dijo, “vaya, eche palante mijo”. Sabía dónde estaba uno de los comandantes, así que llegó a la vereda Buenos Aires y preguntó por Fabio, alias Zapatos. “Quiero ingresar a la guerrilla, ya me da miedo estar donde estoy”, Zapatos le respondió con una pregunta: “¿Está seguro? una vez adentro no puede salir”. Rubén estaba decidido, cansado de dormir a la orilla de una quebrada porque le daba miedo dormir en la casa. Se quedó una semana con Zapatos, luego lo enviaron a un campamento principal donde le enseñaron manejo de armas, estrategias guerrilleras, códigos de disciplina, fue cuestión de tres meses, hasta que la intensidad de los combates lo llevó al candeleo. A los once años ya estaba con un AK-47 de culata de madera al hombro; Rubén no sabía de dónde sacaba fuerza para cargar tanto peso, el fusil más el morral.

Su primer combate fue en San Luis, hasta ese momento había visto la acción desde lejos. Ese día salió a reconocimiento de zona, caminaba por una trocha a las ocho y media de la mañana, cuando fueron emboscados, escuchó las ráfagas de fusil, ese cascabeleo que acelera el corazón, que inunda de adrenalina, ese día le tocó ver morir al compañero que iba adelante, los disparos le dieron en el abdomen, Rubén se tiró de espaldas al barranco, temblando, mientras los demás compañeros daban guerra, él estaba paralizado. Esa vez caminaron toda la noche, le hicieron botar su equipaje, perdió sus documentos y con ellos, su anterior identidad.

Transcurrió un año. Rubén temía a los fantasmas y a las brujas durante la guardia, después de los combates el miedo cambió de bando. Durante todo el año hubo enfrentamientos, el IX Frente se agrupó para hacerse fuerte. Al mismo tiempo entró un operativo del ejército desde San Carlos a San Luis, cerca de dos mil soldados; para bajar la presión de los comandantes taponaban la autopista Medellín-Bogotá. En una de esas enviaron a Rubén y a otro grupo a San Rafael, zona con más autodefensas que soldados. Allí la organización tenía tres especialistas en explosivos, Guerreo, Mechalenta y el Chino. Era asunto del destino, la especialidad de Rubén serían los explosivos, estas son decisiones no elegidas, impuestas por los lugares, las circunstancias, los hombres y la lógica de la guerra. Estos maestros dinamiteros sabían el proceso químico de los explosivos, cómo hacer el proceso lento o rápido, eran especialistas en la creación de tatucos, cilindros de gas rellenos de explosivo y metralla, y en siembra de minas antipersonas. El aprendizaje completo duró más de dos años, pero para ser un experto como el Chino se requerirían décadas del terrible ensayo y error de la guerra. Rubén hizo el “pregrado” en el manejo de explosivos.

En el monte había perdido la noción del tiempo, ya ni sabía cuántos años tenía, calcula que catorce cuando se volvió la sombra del Chino, comandante de la zona que le enseñó a sobrevivir en la guerra. Operaban en San Roque, Caracolí, Puerto Nare, donde siempre había alguien que los recibía. Caminó dos años con el Chino. En noviembre de 2005 Rubén fue encargado con tres compañeros para preparar una fiesta, ese día los emboscaron a cinco minutos del campamento, los atacaron con explosivos, sufrieron el poder de su propia especialidad, los estallidos accionaron unas minas sembradas por donde caminaban e inmediatamente murió uno de los compañeros. Rubén estaba en cuclillas, tratando de defenderse del ataque, a su lado explotó una mina que lo mandó a diez metros del árbol que lo protegía. Solo recuerda que lo primero que hizo fue intentar recuperar su arma, pero no podía ver con claridad, la boca llena de tierra, los ojos tapados por el humo y la arena; intentó sacar la pistola Pietro Baretta que tenía en el chaleco, sintió su mano herida, siguió buscando su pistola, pero no estaba, lentamente se fue desmayando por la pérdida de sangre, hasta que sus compañeros lograron sacarlo.

Cuando Rubén volvió en sí, se imaginaba lo peor, no podía ver con claridad y lo único que hacía era gritarles a sus compañeros, “hijueputas, mátenme, mátenme, para qué vivir así”. Lo transportaron en camilla con la atención básica de primeros auxilios, lo sacaron a la carretera y pasaron siete días hasta que llegó a Medellín. Fue recibido en el hospital San Vicente de Paul, estaba inconsciente, al despertar ya no tenía su brazo derecho, había perdido parte de su pierna derecha, de la rodilla hacia abajo, y su ojo derecho estaba completamente nublado. El día que Rubén despertó pensó que estaba soñando, cuando notó que estaba amarrado a la camilla y oyó el ruido de los carros, comprendió: comenzó a sentir que no tenía su brazo ni parte de su pierna, que no veía más por un ojo. Comenzó a gritar, no entendía nada de lo que estaba pasando. Entró en un profundo pozo de depresión que lo ahogaba. Solo lo animaba reconocer que conservaba su cordura y sus pensamientos eran coherentes.

Rubén estuvo hospitalizado solo un mes, sanó muy rápido, además por su seguridad no convenía estar demasiado tiempo en el hospital. Le dieron de alta y se fue a vivir donde un familiar que tenía en Medellín, las Farc seguían encargadas de su alimentación y contrataron un carro para que lo transportara. Estaba cerca de cumplir diecisiete años. Durante la visita a una tía, dos meses después de la emboscada, fue capturado, al parecer delatado por un familiar. La Fiscalía dudaba de su condición de menor de edad, no había papeles y los fiscales hacían lo posible por enviar a Rubén a la cárcel. Tuvieron que llevarlo a Medicina Legal para comprobar que era menor, el dictamen avaló su condición y fue enviado a Bienestar Familiar, podía internarse en un hogar de paso o vivir con un familiar, eligió la segunda opción. Un año después cumplió la mayoría de edad y comenzó el proceso de reintegración.

Pasaron tres años sin cargar un fusil y lejos de la selva. Rubén aún se sentía perdido, desorientado, aturdido por el rugido de la ciudad. Se cerraban los caminos con su visión afectada y las dificultades del sistema de salud. Solo un papel como el certificado de antecedentes de la Procuraduría puede ser un candado que cierra toda puerta a un empleo formal.

En una de esas luchas Rubén logro conseguir un empleo formal, en un call center. Todo marchaba en orden, pero al quinto día de trabajo el empleador le solicitó abrir una cuenta bancaria para consignarle su sueldo mínimo. Pero en el banco le dijeron: “Señor, no podemos abrirle su cuenta, nos reservamos nuestras motivaciones”. Las razones de ese veto bancario aparecieron muy pronto. La Registraduría pasa una lista a las centrales de riesgo con datos de las personas que tienen antecedentes penales, a las que la mayoría de entidades bancarias les niegan sus servicios. Sutilezas con las que se alimenta la guerra día a día.

Pero para alguien que sintió el roce de la muerte en su espalda, que sintió ese impacto que aturde de una mina, esas barreras simbólicas de vanidad humana no son impedimento. Un día Rubén tomó lo mucho o lo poco que da el Estado, buscó una oportunidad, agudizó la poca visión que le quedaba y decidió capacitarse. Comenzó una tecnología en el Sena en programación de software. De nuevo la realidad aterrizó su vuelo, ¿cómo manipular, aunque sea un destornillador si le falta su mano derecha? Pero siempre hay una alternativa, además el que habla se salva, la elocuencia puede hacer lo que las manos no logran. Fue así como homologó algunas materias y comenzó a realizar una técnica en Sistemas, en esta la exigencia era menor. Su voluntad apareció de nuevo, no le importaba tener que irse caminando casi todos los días desde Manrique hasta el Sena. Su principal ganancia fue ir conociendo la educación, la dignidad. Pasó un año de formación y cuando llegó el momento de la práctica, surgió la pregunta: ¿cómo conseguir una práctica para una persona discapacitada, sumado al temor de que se descubra que es desmovilizado?

Rubén fue a varias entrevistas en las que todo lo que conseguía era perder los pasajes. Por medio de una amiga de sus tías paternas conoció a un cirujano que le ayudó a conseguir una práctica. Rubén desarrolló su capacidad oratoria y discursiva, y cuando en la entrevista llegaron las preguntas sobre el motivo de su discapacidad, improvisó un libreto para evitar el rechazo. Luego, en la visita domiciliaria en casa de su tía, quien se convirtió en su apoyo incondicional, sorprendió por su orden y la buena relación con su tía. Por fin esa oportunidad llegó y le dio una mayor estabilidad. Comenzó a trabajar en una gran compañía, su condición de discapacidad esta vez no fue impedimento, recibió capacitación durante tres meses en temas financieros, se destacó, comenzó en el área de atención al público. Hoy reconoce el impacto que causa al cliente cuando lo atiende, en ocasiones los usuarios de la compañía llegan agresivos, molestos, cargados, y al ver a Rubén automáticamente se tranquilizan. Resultó ser una cara amable y convincente. Tres años después ya era capacitador de los nuevos empleados en su área.

En la actualidad Rubén camina normalmente con una prótesis que consiguió luego de interponer una tutela, y aprendió a tolerar las miradas de asombro al ver su brazo mutilado. Camina tranquilo respirando el sosiego de estar al margen de la guerra. Su vida trascurre entre las rutinas de su trabajo en la oficina, el cuidado de sus matas y el orden en casa. Juega PlayStation, le gusta el cine y disfruta de sus horas de trote y el aislamiento del mundo que producen los audífonos. Ha logrado crear una red de amigos y familiares que lo aprecian, que lo acompañan en esos momentos de soledad propios de todo ser humano. Algunos conocen su pasado y lo admiran por su capacidad de adaptación. Sin embargo, guarda con recelo, en un cajón bien cuidado, su historia cruenta. Es consciente de que nuestra sociedad no está preparada para el perdón. Ha comenzado a estudiar Psicología, sabe que todavía tiene bastantes preguntas por resolver. UC

blog comments powered by Disqus