Número 89, agosto 2017

CAÍDO DEL ZARZO

A GALOPAR
Elkin Obregón S.

Se nos quedaba el western en el tintero, lector. Será cosa de minutos. Muy pronto advirtió Hollywood que tenía una épica bajo la manga, y se puso a la tarea de narrar esa canción de gesta. Todo comenzó con The great train robbery (1903), siguió con las hazañas de un Tom Mix, un Broncho Billy, un William S. Hart, empezó a hablar en 1930 con Billy The Kid, de King Vidor. Cuando John Ford filma La diligencia, todo estaba ya en su punto y sazón.

La diligencia es de 1939, y aunque, paradójicamente, inspirada en un cuento francés (Bola de sebo, de Guy de Maupassant), proclama la madurez definitiva del género, su personalidad inalienable; Ford se acabó de consagrar aquí, y con él John Wayne, su actor icónico. Juntos cabalgaron largos años, para bien del cine. Muchos ven en The searchers su mejor película. Este cronista se inclina por El hombre que mató a Liberty Balance —que además cuenta con James Stewart, y con un perfecto villano, Lee Marvin—, un ejemplo soberbio de puesta en escena y de fluidez narrativa. Como todo Ford, por lo demás.

El otro gran vaquero del cine fue sin duda Gary Cooper, presente en otros filmes magistrales del género. Algunos: The westerner, de William Wyler; Veracruz, de Robert Aldrich; La hora señalada, de Fred Zinneman…
Por cierto, no sobra señalar que Cooper superaba a Wayne en registro actoral; supo ser legionario, cuáquero, científico ingenuo, luchar en la Guerra Civil española, enamorar a Audrey Hepburn…

Muchos otros actores vistieron con solvencia arreos vaqueriles. La larga lista atestigua la vitalidad del género: Henry Fonda, Burt Lancaster, Kirk Douglas, Gregory Peck, Randolph Scott, Glenn Ford, Paul Newman, Steve Mc Queen… Tal vez más curiosa es la lista de los que no lo hicieron: ni Cary Grant ni Spencer Tracy ni Humprey Bogart ni Warren Beatty ni Robert de Niro ni Al Pacino (Marlon Brando sí lo hizo, pero no aprobó).

Veo que empiezas a bostezar, así que me apresuro a mencionarte dos películas caras a mi santoral: Shane, de George Stevens, con Alan Ladd, y La flecha rota, de Delmer Daves, con James Stewart y Jeff Chandler. En la primera las balas hacen dúo con la poesía; en la segunda las flechas no nos impiden observar, quizás por vez primera, la presencia del indio. Y ahora sí, el del estribo.

Un último párrafo para hablar de los spaghetti western, brillantes ejercicios paródicos que a comienzos de los sesenta consagraron en Europa a un oscuro actor gringo, Clint Eastwood, de la mano de Sergio Leone y bajo la batuta de Ennio Morricone. Ya famoso, Eastwood regresó al redil y dirigió un par de western estupendos, en la más limpia tradición del género. Y hasta aquí llegamos.

Cada cierto tiempo algo parecido a un western surge de las cenizas, sugiriendo que aún hay guardián en la heredad. Los ancianos de la tribu miramos esos brotes con sabio desapego. Además, cada vez son menos. También nosotros.

 

Elkin Obregon

 
 
CODA

Una crónica de El Mundo nos entera de la existencia en Medellín de un lugar que alberga a un grupo de payasos. Se llama Casa Clown, queda en Manrique, y tiene un brazo escénico, Infusión. No insisto en la crónica, que se queda corta. Solo quiero quitarme el sombrero ante esta tropa tan absurda como terca, que parece sacada de un cuento de Roberto Arlt, o incluso de Chesterton. Y también, por qué no, ante esta ciudad impredecible, que, así sea por ignorancia, la acoge. UC

 
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