Número 81, noviembre 2016

La historieta me absolverá
Pascual Gaviria

 
En junio de 1959 Stan Lee, el padre de Spiderman, Hulk y Iron Man entre otros, se aburrió de la desidia ambiente frente a las hazañas de sus personajes y decidió hacer una historia de cuatro páginas para la estrella del momento, el hombre al que Sartre comparaba con San Juan de la Cruz y el mundo aclamaba como un santón de la nueva humanidad. La historieta la imprimió Atlas Comics (que se convertiría en Marvel) para el número 66 de la revista Battles. El cómic lo dibujó Joe Sinnot y tenía como título The man with the beard. Las multitudes habaneras aclaman la figura de Fidel Castro mientras la historieta lo describe: “Este es el hombre al que Cuba saluda como héroe y libertador (…). El grupo de barbudos que bajaron de las montañas hasta la capital para liberar al pueblo y fundar un nuevo país” parecía tener poderes sobre naturales.

Habían logrado que el anticomunismo militante de los superhéroes gringos acogiera a un guerrillero que estaba a punto de escoger la hoz y el martillo como sus armas. Antes, por las páginas de las historietas gringas habían marchado ejércitos de simios adornados con los símbolos comunistas en Alemania Oriental y Roy Rogers había ayudado al FBI a impedir el secuestro de científicos occidentales por infiltrados de “la amenaza roja”. La Guerra Fría convirtió a los cómics en el tinglado perfecto para la lucha tecnológica entre el capitalismo americano y el comunismo soviético: el mismo Nikita Kruschev alistó a Crimson Dynamo, uno de los primeros archienemigos de Iron Man en 1963.

Al final, la historieta de El hombre de la barba suelta una pregunta inquietante: “¡Él ha ganado la guerra, pero esto es solo la mitad de la batalla! ¿Puede Fidel Castro, el hombre de la barba, ganar lo más importante, la paz? Solo el futuro y la historia lo dirán”. El futuro trajo muy pronto la crisis de los misiles y Fidel comenzó a deformarse en la línea de los dibujantes norteamericanos. El aura de El hombre de la barba se cambió por los rasgos turbios, típicos del dictador comunista en América Latina, un barbón, por supuesto, que oprimía a su pueblo como gobernante de un país llamado San Diablo, situado entre Brasil y Colombia. Es la ventaja de las historietas, los buenos pueden deformarse y tornarse malos luego de unos pocos números. Fidel Castro fue héroe y villano en casi todos los escenarios mundiales en el siglo XX. Lo vimos fungiendo de Santo en Angola y de demonio en Checoslovaquia, de ícono en las universidades y plaga en las iglesias y los supermercados, de íntimo y verdugo de los disidentes, según el color y la cercanía de sus críticas.

En Cuba no hubo mucho espacio para las historietas. El rasgo infantil de la revolución se inclinó más por el catecismo que por una historia fantástica. Fidel se erigió como padre de una sociedad que supuestamente necesitaba su ejemplo, su consejo y su castigo. Hace unos años su hermano Raúl criticó el “enfoque excesivamente paternalista de la revolución”, y muchos aseguran que las reformas no se aceleraron para no disgustar a ese abuelo todavía combativo. Luego de su muerte el periódico Granma publicó una viñeta repetida del Fidel soldado y triunfante, una especie de confesión de esa figura omnipresente bajo el titular “Cuba es Fidel”.

Frente a la frivolidad de las historietas y el relato grandilocuente de las hagiografías y los catecismos, queda el poder precario de la poesía, ese enemigo silencioso y molesto. Sobre los héroes, un poema de Heberto Padilla, uno de los primeros desencantados entre los revolucionarios, puede servir como final para este recuento de viñetas.

 
historieta
 

A los héroes
siempre se les está esperando,
porque son clandestinos
y trastornan el orden de las cosas.
Aparecen un día
fatigados y roncos
en los tanques de guerra,
cubiertos por el polvo del camino,
haciendo ruido con las botas.
Los héroes no dialogan,
pero planean con emoción
la vida fascinante de mañana.
Los héroes nos dirigen
y nos ponen delante del asombro del mundo.
Nos otorgan incluso
su parte de Inmortales.
Batallan
con nuestra soledad
y nuestros vituperios.
Modifican a su modo el terror.
Y al final nos imponen
la furiosa esperanza.UC

 
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