Número 81, noviembre 2016

Fantasmas de Mompox
Antonio García Ángel. Fotografías por el autor

En Mompox la semana previa a la Semana Santa se llama Semana de Dolores. La ciudad se prepara para los ritos más fastuosos del año: es la víspera del Jueves de Dolores y ya muchos están haciendo pintar las fachadas de blanco y retocando el negro de las rejas; se puede ver a la gente llevando y trayendo vestidos, pelucas, potencias y joyas para engalanar las andas o pasos que van a desfilar en cada procesión; los hoteles y casas se preparan para la cascada de propios y extraños que vienen en esta época a razón de unos sesenta mil visitantes vivos, según el censo aproximado de Kevin Reinfstang, encargado de coordinar las celebraciones desde hace cuatro años.

De los muertos, espectros y ánimas que vienen para esta época es más difícil llevar la cuenta. Es más sencillo contar a la gente que tiene una existencia palpable, por eso sabemos que los hoteles se llenan y que dentro de las casas todo es susceptible de convertirse en cama para albergar a una concurrencia que por mucho rebasa el número de residentes. En cambio, no se tiene un censo de fantasmas, aunque todos los que aún respiran y pertenecen a este mundo parecen saber que en Mompox abundan y que en Semana Santa se multiplican.

La niña del canastico

Fidel Vesga Arias, a sus nueve años, sabe tanto acerca de procesiones como de aparecidos. Puede recitar sin equivocarse el nombre de cada paso, los días que sale y los recorridos. Su madre es la encargada de arreglar el paso de Jesús ante Herodes. Hace unos días Fidel participó por primera vez como nazarenito cornetero en la Semana Santica, una réplica infantil de la Semana Mayor, y ahora revolotea en una casa donde están arreglando el paso de Jesús ante Caifás, donde los adultos lo toleran y de vez en cuando le hacen algún comentario. Fidel se precia además de haber advertido, el año pasado, que uno de los soldados romanos que están en el paso de marras estaba por caerse: “Ajá, nadie se había dado cuenta y yo vi. Dije ‘el pie de este soldado está roto y se puede caer’. Y ahí tienes la respuesta: se cayó. No me creyeron, ahí tienen”, dice con orgullo. A Fidel le contaron que hay fantasmas porque los españoles mataban a los negros y eso hacía que quedara por ahí su espíritu. “Por eso, por los españoles, hay muchas cosas extrañas aquí”. Sabe con certeza, además, el lugar donde suele aparecer uno de ellos: “Hay un rincón, y ahí sale una niña con un canastico. Eso me lo contó mi abuela, que sale una niña con un canastico en un rincón ahí, y un señor la vio y no la llevó porque ella iba pa arriba y él cogía pa abajo. Iba manejando y sentía que la bicicleta ya iba pesada. Y cuando vio pal suelo estaba la niña, los pies de ella se arrastraban por el piso. El señor se dio cuenta que la llevaba y cayó privadito, privadito. Y la niña desapareció, porque eso aparece a las doce de la noche. Yo a esa hora estoy dormido. O no tan dormido porque el Jueves Santo yo voy a salir a la Semana Santa. Eso llega como a la una, a los dos… Todos los años le puede aparecer a alguno. Ahora en Semana Santa sí que aparecen cosas extrañas”.

El lugar de la aparición está muy cerca de su casa, junto a un teatro abandonado de paredes curtidas. Es una esquina de paredes blancas descascaradas, con una reja de metal cerrada que da a un interior sombrío y desocupado, sobre la cual pende un farolito eléctrico apagado. La historia le da a ese rincón un aire tétrico aunque sea mediodía y el sol inunde hasta el último resquicio.

El Santísimo Cristo

No son días buenos para Doris Martínez Valeth. Por más de treinta años su hermana Maruja y ella se han encargado de arreglar las imágenes de San Juan, la Verónica y la Magdalena, más conocidas como el Triduo de La Dolorosa y popularmente como el “tres en uno”, pero una confabulación silenciosa entre los diferentes miembros de los comités encargados de la Semana Santa las acaba de despojar de dicho privilegio. Nadie les ha informado con claridad y todos se pasan la papa caliente. Ni siquiera los sacerdotes de las diferentes parroquias les han querido explicar los motivos. “Yo lo recibo todo en amor a Dios. Amo mucho a Dios. Pero me duele en el sentido de que así no se hace. Nosotras hemos venido trabajando desde hace muchos años. Si fuera ayer, bueno, qué caramba. Pero es la forma de cómo lo ultrajan a uno. Hasta la presente no sé nada. Estamos como los reos que van a matar y no saben por qué. A Jesús lo mataron y él no sabía por qué lo iban a matar…”. Doris ha pasado la mañana yendo de casa en casa, expresando su desconcierto a unos y a otros, sumando pocas y tímidas adhesiones a su causa, diciendo que es una falta de respeto y que ellas no se van a quedar cruzadas de brazos. Pero el Triduo ya fue arreglado por otras personas y reposa en la iglesia de San Agustín, con una ornamentación insípida que ahonda las heridas de Doris.

Sale de la iglesia hacia su casa para rumiar en soledad la derrota. Camina por la Albarrada buscando la sombra de los árboles. El río Magdalena parece inmóvil bajo un cielo de un azul muy pálido. Se detiene y encuentra el sosiego necesario para contar su versión de otra leyenda momposina de ultratumba: “Aquí en esta casa de la esquina aparecieron tres cajas de los tres cristos”, señala con insistencia, como si hubiera que mirarla rápido antes de que se fuera a evaporar. “En esa casa donde dice El Palomar, ahí llegaron tres señores buscando dónde alojarse porque iban a trabajar acá, y alquilaron ese apartamentico ahí. Y la gente escuchaba clavetear y clavetear. Los tipos estaban trabajando ahí adentro y decían que la comida se las pasaran por debajo de la puerta, donde había una rendija. Y pasó un mes y el dueño quería la plata del arriendo, pero no contestaban, y fueron a abrir y encontraron tres ataúdes que tenían tres cristos tallados en madera. Y de los señores no se supo nunca nada. Desaparecieron. Pareciera que cada uno se convirtió en un cristo. Y dejaron uno de esos acá en Mompox, que está allá en la iglesia de San Agustín, y los otros dos se los llevaron para otros lados, no sé pa dónde”. Es la leyenda del Santísimo Cristo de Mompox, que todos se saben con diferentes variaciones y cuya prueba fehaciente es el crucifijo que ahora corona el altar de la iglesia de San Agustín, y que concede milagros cuando se le reza en Semana Santa.

El Nazareno del otro mundo

De los 57 años que ha vivido el señor Rony Trespalacios, cincuenta ha sido nazareno en la Semana Santa. Fue trompetero pero ya lleva 35 años siendo campanero en las procesiones. Toca una campana de ocho libras, herencia familiar que data de 1743. De su familia también era un peto de plata martillada que tiene, por uno de sus lados, un altorrelieve de la Virgen de La Candelaria, y por el otro, a la Virgen del Carmen. Tanto la campana como el peto fueron donados al Museo de Arte Religioso, pero se los permiten sacar para los actos procesionales.

En tanto tiempo, Rony ha visto muchas cosas. Como el muchacho barranquillero que, viniendo de Bogotá a Valledupar, se accidentó en una avioneta por los lados del Catatumbo y se fracturó la columna. Los médicos de Colombia y Estados Unidos que visitó le dijeron que jamás volvería a caminar, pero quienes lo habían encontrado luego del accidente le habían dicho que orara al Jesús de Nazareth que está en la iglesia de La Concepción. Fue así como llegó a Mompox sin conocer a nadie, comenzó a preguntar y le presentaron a Rony. “Yo lo llevé adonde un amigo, ya difunto, que se llamaba Candelario Arias. Como nosotros éramos un grupo grande que nos reuníamos en la casa de él, uno le trajo el capirote, el otro le trajo la túnica, el otro le trajo l la pañoleta, el otro le trajo el cordón, así que lo vestimos. Dijimos ‘cuando la procesión arranque del parque este, del parque de La Libertad, lo vamos a poner a cargar’. Un compañero lo llevaba abrazado para que él cargara el anda. Y actualmente él camina, y vive en Barranquilla… Fue un milagro”, dice, y se ajusta una boina de cuadros que lo hace parecer un cantante cubano.

Pero así como los piadosos reciben su recompensa, los impíos son castigados. En Mompox, durante la Semana Santa, aparece el Nazareno del otro mundo, que persigue a quienes se portan mal. Las víctimas suelen ser los únicos que lo ven, porque es invisible para el resto. Rony cuenta la historia de Modesto Dávila Arévalo, que se la pasa metido en los playones y tiene una finca que está a 45 minutos en moto. Un Jueves Santo, Dávila “dejó la procesión porque se formó una pelea, y él arrancó para el barrio arriba porque él vivía en Santa Fe. Cuando le faltaban como dos cuadras para llegar a la casa de él oyó una voz, ‘Regrésate, que tú nunca has dejado la Semana Santa tirada’, pero él siguió caminando cuando sintió fue unos juetazos, con el cordón, ¡pa, pa, pa!, le pegaron. Y todavía tiene las marcas en el cuerpo”, relata con convicción. Inútil tratar de encontrar a Modesto Dávila para preguntarle por su versión, pues él rara vez viene por allí.

Este poltergeist vindicativo se repite y ramifica en múltiples versiones referidas por otras personas, todas de oídas, que sucedieron a diferentes víctimas. Y como en un juego de espejos, la explicación racional, a su vez, cambia de protagonista pero obedece a la misma ocurrencia. El arquitecto Álvaro Castro Abuabara, quien trabaja preservando el patrimonio urbano de Mompox, dice que “durante el periodo de Semana Santa, y antes de Semana Santa, el comportamiento era fijado por la cercanía de la fiesta. No se podía cocinar en ciertas fechas, no se podía viajar, no se podía hacer una cantidad de cosas porque sucedían una serie de eventos fantásticos que son fabulosos de contar y divertidos además… Como de castigos divinos, como que les sale el Nazareno del otro mundo. Ahora, a muchos les sucedió en realidad, ¿ya?, ¿pero por qué razón?”, y ríe como para darle cabida al suspenso, como si la risa fuera un signo de puntuación. “Yo puedo decirle que mi papá me cuenta que un tío antes de morirse, o sea cuando ya estaba viejito, le contó que en épocas de Semana Santa se disfrazaba de nazareno y se iba para el monte con un chuncho. Un chuncho es un perrero, un látigo”, explica. “Se iba para el monte porque era campesino en Santa Ana, ¿ya?, entonces había la tradición de que si tú estás en el monte el Jueves Santo, el Nazareno del otro mundo te salía y te daba una fuetera. Claro: el tío se disfrazaba de Nazareno del otro mundo y si te cogía en el camino te daba”, y hace sonido de látigo. “¡La gente se echaba a correr! ¡Una cosa del otro mundo!, y cuando lo estás viendo materializado tú corres y, cuando echas el cuento, tú estás convencido de que te pasó y sí te pasó, ¿ya? No es solamente una fantasía que muchos se inventaron sino que otros se encargaron de llevarla a la realidad. Entonces, ¿qué es verdad y qué es mentira? Para quien le pasó es verdad, y lo sigue contando”.

La explicación es plausible, tranquilizadora. Le pregunto a Rony si a él se le ha aparecido el Nazareno de otro mundo. Previsiblemente, me dice que no, luego señala el edificio de la alcaldía y dice “pero a cada rato veo a la vieja esa que sale ahí en el segundo piso. Yo llego a las cuatro de la mañana todos los días porque soy barrendero. Antes era celador. Tengo veintidós años de estarlo haciendo, y la señora pasa por ahí. Yo ya no me asusto para nada: ya estoy acostumbrado”.

Se hace de noche. Camino por las calurosas calles de Mompox pensando que, según Luis Buñuel, los relatos góticos, de fantasmas y vampiros, solo pueden darse en clima frío porque la niebla, las tormentas y las gélidas ventiscas construyen un ambiente propicio, una atmósfera terrorífica. Pero Mompox es la prueba de que a los espectros y criaturas del más allá no les afecta el clima. UC

 
Fotografía: Antonio Gárcia Ángel Fotografía: Antonio Gárcia Ángel Fotografía: Antonio Gárcia Ángel Fotografía: Antonio Gárcia Ángel Fotografía: Antonio Gárcia Ángel
 
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