Davenport-Hines dice que los experimentos de Bowrey con el bhang tuvieron más importancia de la que él podía imaginar. La droga, gracias a los clientes ingleses del bazar indio, se convirtió en un nuevo producto para el comercio internacional. Y aquella fiesta, el primer viaje de los marineros, marcó para Occidente uno de los comienzos del uso de sustancias medicinales con el fin de satisfacer el deseo de un olvido placentero: “Las distintas reacciones de los compañeros de Bowrey en su fiesta con bhang resultaron ejemplares. Su comportamiento fue, de formas diversas, jubiloso, indiferente, psicótico y violento. Tanto el marinero que se figuró un emperador, como su enajenado colega que metió la cabeza en la jarra, son prototipos del comportamiento occidental que ha durado más de tres siglos”.
En la India, donde se conocían los efectos alucinógenos del cannabis desde el siglo I antes de Cristo, surgieron tres preparados: el ganya, hecho con las flores de la planta hembra; el charas, que era la resina pura, similar al hachís de Oriente próximo, y el bhang, el más barato y menos potente de los tres, el chirrinchi sicodélico que bebieron Bowrey y los demás marinos, preparado con hojas, semillas y tallos macerados. Deliciosa pangola. Los indios intentaban curar la disentería, las jaquecas y las enfermedades venéreas con el cannabis pero cada vez más discípulos ociosos eran atraídos por sus encantos.
En 1678, por la misma época de Bowrey y sus compañeros de beba, dos mujeres al norte de Bengala descubrieron a un mendigo “macerando algunas de esas hojas embriagadoras, que tuvieron la ocurrencia de probar, acaso movidas por el color de la hoja, que era de un verde encantador, o por uno de esos caprichos fantásticos que a veces dominan a las mujeres”. Ambas recibieron un vaso de bhang con azúcar y canela que bebieron sin titubear. “Comenzaron a verse afectadas por esa ebriedad enajenada y cómica, que es el efecto infalible de esta poción; entonces les entró un ataque de risa, y un deseo de bailar, y de contar historias sin pies ni cabeza...”. La cita es del joyero y viajero francés Jean Chardin, quien vivió varios años en Persia bajo la protección del sha. En sus relatos de viaje, Chardin consideraba que el cannabis mezclado con tabaco y fumado no era tan nocivo como el bhang, que “solo bebe la escoria del pueblo”. Era el preferido de los mendigos, quienes tomaban el menjunje varias veces al día, pues “por virtud de la bebida caminaban con más brío y agilidad”.
En sus crónicas, Chardin cuenta que entre las tres y las cuatro de la tarde los cafés se llenaban de hombres que buscaban en este “licor estupefaciente” una salida a sus angustias y desgracias, y suelta su advertencia: “con el tiempo su empleo se vuelve mortífero, al igual que el del opio, sobre todo en países fríos donde sus malignas propiedades influyen tanto más sobre el espíritu; el uso constante deforma las complexiones y debilita increíblemente el cuerpo y la cabeza (…) los que se han habituado a esta bebida ya no consiguen vivir sin beberla, y tal es su apego a ella que morirían si llegara a faltarles”.
Para Davenport-hines el contraste entre el tono divertido del marino inglés y la desaprobación del joyero francés acerca del bhang, ha perdurado desde entonces. Cada cual cuenta el viaje según los vientos.