Número 60, octubre 2014

 

Pregon florero
Guillermo Cardona.
Fotografías: Juan Fernando Ospina

 
Juan Fernando Ospina
 
 

Es víspera del 1 de noviembre, Día de todos los santos y a su vez víspera del Día de difuntos y de los agentes funerarios, a la Plaza de Flórez llegan clientes de Medellín, de otros municipios de Antioquia y de algunas regiones de la Costa. Acuden sobre todo en busca de flores blancas (anturios, pompones y fullys), con toques de estrellitas de belén y manto de la virgen, aunque según me cuentan Dalia y Rosa (la una propietaria, la otra administradora de Flores Veracruz, a la entrada por Giraldo), hoy la visión de la muerte no es la misma, y muchas veces los dolientes prefieren que en sus ramilletes de difunto las más azafranadas aves del paraíso terminen mezcladas con rosas rojas y gérberas teñidas de azul de Prusia y dorados girasoles, en un lecho de rusco, hojas de carey, manojos de gipsofilia y solidáster, desplegando un abanico de colores tan vivos que podrían despertar a un muerto.

Nunca se venden tantas flores como el Día de la mujer, obviamente, pero cada vez que se acercan ciertas fechas, los jardines de la Plaza de Flórez se rebosan y sus empleados se alistan a seleccionar los arreglos más adecuados para el Día de la madre y el del padre, el Día del amor y la amistad, el Día de la secretaria, el del maestro, el Día del higienista dental, el abogado, el sicoorientador, el camarógrafo, la enfermera, el contador, el transportador, el fonoaudiólogo, el bodeguero y hasta el Día del humorista, que en Colombia se celebra el 13 de agosto, in memoriam de Jaime Garzón (otro funeral), más otro medio centenar de efemérides que florecen silvestres como diente de león en los fértiles prados de nuestro calendario.

Pero así no esté a la vista una fecha importante, las disculpas nunca faltan y nada más elegante que un manojo de flores para regalar en esos eventos particulares como matrimonios y despedidas de soltero, nacimientos, defunciones, grados, quinces, primeras comuniones, cumpleaños, cirugías, esguinces de tobillo, más otro mar de rupturas y reconciliaciones amorosas, cuando no se trata de simplemente ponerle un toque de alegría al comedor o un tris de buen aroma al cuarto de baño.

Y para todas las ocasiones en la Plaza de Flórez se encuentran personas como Dalia y Rosa, quienes pese a que llevan más de tres décadas en el negocio, siguen frescas y relucientes, como flor de madrugada, enamoradas de sus capullos, sus brotes y sus yemas.

Para ellas, la Plaza de Flórez con zeta al final y tilde en la o, como para muchos de sus compañeros de faena, se transforma con el diminutivo y entonces se llama Placita de Flores, con ese y sin tilde, porque flores es lo que se ha vendido allá desde su fundación en el siglo XIX. No en vano de aquella tradición campesina de bajar las flores terciadas en la espalda por la quebrada de Aná, nació el desfile de silleteros que hoy identifica a Medellín.

Hoy siguen llegando las flores de grandes cultivos y pequeñas parcelas de Santa Elena, pero también de otras regiones del departamento e incluso de corregimientos como San Cristóbal, cuyos campesinos llevan años reclamando la ocasión de portar sus flores en el desfile de marras.

Y las flores que se venden y exhiben hoy, siguen siendo las mismas flores de antaño: hortensias, catleyas, lirios, margaritas, claveles, gladiolos, cartuchos y rosas, muchas rosas, de todos los colores y todos los tamaños, la flor por excelencia, la estrella del jardín y la reina de los ramos.

Ahora, si lo que busca son flores exóticas no hay que ir muy lejos por la cantidad y variedad de orquídeas, heliconias y begonias que se dan en nuestra región; aunque si prefiere algo con un tinte más cosmopolita, en la misma Placita de Flores bien podría usted encontrar un ramo de lirios de oriente con follaje y complemento de genger y espárrago japonés, algo muy indicado cuando se anda en procura de traspasar fronteras.

 

En cualquier caso, abra el ojo, porque en la gramática de las flores la amapola representa el sueño; la valeriana, la capacidad de adaptación; la violeta, el pudor; el cartucho, el amor carnal; la belladona, la franqueza; el clavel rojo, el corazón que suspira; el capullo de rosa roja, la inocencia; el girasol, la adoración (eres mi sol); y el narciso, por supuesto, el egoísmo.

Pero si lo que busca es un sutil mensaje de amor, bien puede mandar un ramo de pensamientos y en medio una siempreviva.

Y entre tanto las flores se marchitan, deleitándonos con su aroma y su sencilla y sutil hermosura, van algunos consejos a la hora de adquirir un ramo. Si es por plata, no se preocupe que un buen manojo de pompones no pasa de los dos mil pesos. Pero sea que se lleve unas humildes gérberas o un encopetado ramillete de anturios negros, lo mejor es que tan pronto llegue con las flores a la casa o a la fiesta no las meta sin más al florero. En primer lugar, corte un poco las puntas en diagonal, retire las hojas hasta la altura del jarrón donde las va a ubicar (de preferencia transparente) y, dependiendo de la flor y siguiendo el consejo del florista, se le echa hasta un tercio de agua máximo, agua que debe renovarse cada dos o tres días, una vez las flores se la acaban de tomar, procediendo de nuevo a recortar en diagonal las puntas, poco a poco, para suprimir las partes que se van pudriendo. Con estos cuidados y utilizando los conservantes que en la misma Placita le pueden vender podrá disfrutar sus flores hasta por quince días, tiempo durante el cual el ramo también se irá encogiendo a medida que lo recorta; así que cuando las flores quedan con el borde del jarrón al cuello, usted sabe que va siendo hora de arrojarlas a la basura o a la zona de compostaje.

Un noble fin para las flores que, con todo y su delicada preceptiva, resultan tan esenciales como superfluas y, como la poesía misma, las podemos ubicar en el rincón de esas cosas que nos son absolutamente indispensables, aunque no sepamos muy bien para qué. UC
 

Juan Fernando Ospina
 
blog comments powered by Disqus
Ingresar