Recientes "descubrimientos" de negativos y fotografías han atraído la atención sobre fotógrafos desconocidos en su propio tiempo. Y en todos los tiempos. El escritor Brad Zeller sacó diez mil imágenes olvidadas del fotógrafo Irwin Denison Norling del sótano de la Sociedad Histórica de Bloomington, Minnesota, en 2002. Zeller hizo el libro Suburban World con una selección de estas fotos, que en su conjunto forman un retrato de extrañas yuxtaposiciones y del lado oscuro de un suburbio norteamericano en desarrollo entre 1950 y 1960.
El caso más famoso de descubrimientos fotográficos es el de Vivian Maier, la niñera de Chicago que durante cuarenta años, en su tiempo libre, tomó más de cien mil fotos que apuntaban, casi todas, a la gente y los espacios urbanos de Chicago y Nueva York. La gran mayoría de sus fotos fueron compradas en 2007 en una subasta por el vendedor de bienes raíces, historiador y coleccionista John Maloof por 380 dólares. Desde entonces las fotos de Maier han sido exhibidas en Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Dinamarca, Noruega, Bélgica y Francia, y su historia ha inspirado dos documentales de largo metraje en el último año.
Medellín también cuenta con su descubrimiento de un fotógrafo olvidado: José Marulanda, un fotógrafo de retratos de estudio de mediados del siglo veinte. La forma en que Marulanda fue descubierto quizá convierte su historia en la más extraordinaria de todas.
La insólita "novela" de las fotografías de Marulanda comienza con el artista y coleccionista de juguetes antiguos Rafael Castaño. Él y su familia son dueños de un taller en La Bayadera, en el Centro de Medellín. Allí Castaño tiene el Museo del Juguete, un proyecto a largo plazo para organizar y colocar en vitrinas el montón de carritos, armas plásticas, barquitos, soldados, aviones, trenes, muñecas y juegos de mesa de todo el mundo que ha recogido durante los últimos veinticinco años. Muchos de estos objetos se han salvado por la conexión personal que Castaño tiene con la comunidad de recicladores y con los dueños de los centros de transferencia donde llevan lo que encuentran en sus recorridos por la ciudad. Los recicladores llegan donde Castaño con sus piezas callejeras, y Castaño va con frecuencia a los centros de transferencia en búsqueda de juguetes o lo que haya antiguo e interesante: libros, documentos, fotografías…
Hace unos quince años Castaño entró en uno de esos centros de transferencia –no recuerda exactamente cuál– y vio en el piso una vieja lata de galletas llena de fotografías. Las imágenes eran retratos de estudio, todas en blanco y negro y de 6x9 centímetros, o sea un poco más pequeñas que las cartas de un naipe. Castaño las compró, y ojeó fascinado esas ventanas a los rostros, los gestos y las vestimentas del pasado. Su hijo, también artista, usaba las imágenes cada rato para practicar dibujo. Durante más de una década, la lata con las fotografías viajó entre el taller de Castaño y su casa.
Sorprendentemente bien conservadas, teniendo en cuenta la forma en que fueron descubiertas, cada fotografía tenía estampado atrás el nombre del fotógrafo: José Marulanda. Además, casi todas las imágenes tenían el nombre del sujeto fotografiado y el mes y año de la toma escritos a lápiz. Todas fueron tomadas en los años cuarenta.
De vez en cuando Castaño mostraba algunas fotos a amigos y conocidos, con la esperanza de encontrar más información sobre Marulanda. Buscaba gente con el mismo apellido e intentaba concertar citas con ellos. Por muchos años su interés por descubrir algo más que el nombre estampado en las imágenes no dio frutos.
A comienzo de 2011 Castaño intentó de nuevo. Ahora, gracias a la información disponible en Internet, su búsqueda produjo un primer resultado: una breve referencia a Marulanda en un texto académico titulado Testigo ocular: la fotografía en Antioquia, 1848-1950, escrito por Santiago Londoño, un experto en el tema que vive en Medellín. Castaño consiguió el número telefónico de Londoño a través de un amigo común, y lo llamó para enseñarle algunas fotos de José Marulanda. Londoño quedó muy sorprendido.
En su investigación, Londoño estableció que a partir de 1925 Marulanda comenzó a trabajar como asistente de estudio de Benjamín de la Calle, uno de los fotógrafos más reconocidos en la historia de Antioquia. Los dos fotógrafos también vivieron juntos en Medellín y se cree que fueron amantes hasta 1934, año en que murió De la Calle. Marulanda, según Londoño, heredó todos los haberes fotográficos de su socio –o su jefe, o su amante–, incluso sus extraordinarios negativos de vidrio.
Aunque se conocía la relación de Marulanda con De la Calle, y su consecuente papel en la historia de la fotografía colombiana, su importancia como fotógrafo estaba aún por definirse, porque ni una sola imagen hecha por Marulanda era conocida por los expertos antes de la llamada de Castaño a Londoño.
Se reunieron para ver las fotos durante la presentación de un libro. Suficientemente impresionado, Santiago Londoño visitó el taller de Castaño para revisar todas las fotografías con Patricia Londoño, profesora jubilada de la Universidad de Antioquia y también experta en la fotografía en Antioquia. Las imágenes dentro de la vieja lata de galletas rescatada de la basura dejaron a ambos emocionados. Ambos expertos confirmaron que Castaño tenía todas las imágenes realizadas por Marulanda de las que se tenía noticia, que no eran pocas: la lata contenía aproximadamente 1.250 fotografías, más de 1.100 de ellas con el sujeto y el año identificados.
Para Santiago Londoño resultaron sorprendentes el uso de la iluminación, la gama tonal y la nitidez de las imágenes, seguramente habilidades aprendidas con el maestro De la Calle.
Además de sus cualidades estéticas, las fotografías de Marulanda tienen una gran importancia como documentación social.
Las imágenes incluyen a hombres, mujeres, niños, parejas, soldados, policías y un único sacerdote, sujetos que representan todas las edades y provienen de todo el espectro racial de Colombia. Con base en las vestimentas y los elementos de estudio que aparecen en las fotos, se puede concluir que los sujetos provienen casi exclusivamente de las clases medias y bajas del Medellín de la década del cuarenta. "Son trabajadores de todos los colores, de todas las mezclas raciales, gente del pueblo –dice Santiago Londoño–. Está toda la tipología de los medellinenses comunes y corrientes. Y eso en los años cuarenta, de los que no hay suficiente documentación para decir: mira, así eran los antioqueños de esa época. Porque hay muchos retratos de grandes edificaciones, pero esto es del pueblo, de la gente común, de muy buena calidad y sin ninguna pretensión de nada… Aunque detrás hay toda una estética, en mi opinión; hay un enfoque, hay un encuadre, hay una manera de posar… Al ubicarlas en la historia de la fotografía en Colombia puede que no sean muy transcendentales, pero en la fotografía antioqueña creo que son muy importantes".
Esta amplia gama de ciudadanos ordinarios ofrece un estudio de la cultura material y de las tendencias de su época y su estado social, y entrega un muestrario de los cortes de pelo populares, los aretes y los collares, los vestidos, los estilos de bigotes y barbas, los trajes, las corbatas y los sombreros. Algunos llevan la ruana típica, hay trajes de raya diplomática, están los agentes de policía en corbata de moño.
Aunque proporcionan una rica historia de la cultura y el estilo local, las fotografías de Marulanda van más allá de los simples elementos externos. "Son gente de un origen humilde –dice Patricia Londoño–, pero todos retratados con un aire de dignidad, de valoración; como que les supo sacar una gran dignidad humana a todos los personajes retratados".
Marulanda fotografió a sus modelos frente a un número limitado de fondos y en un estrecho rango de poses. La repetición de las poses es una característica dominante de las fotografías. Las parejas siempre entrelazan los brazos. Los hombres en traje quedan cortados al cinturón. Los niños con frecuencia tienen su mano izquierda puesta sobre el espaldar de una silla. Un buen número de mujeres tienen el gesto egipcio popularizado en los ochenta por la canción Walk like an egyptian de The Bangles –la mano plana con los dedos rígidos y doblada a noventa grados respecto al antebrazo–, pero en las fotos la mano apunta hacia ellas.
La gama de posturas es tan recurrente, que al encontrar una imagen que se aleja de ese rango –como el retrato de una mujer joven que mira a la derecha y da la mayor parte de su espalda a la cámara– el espectador experimenta un choque visual. La consistencia de la pose crea una especie de tipología. Al mirar docenas de imágenes con el mismo gesto y enmarcadas de forma idéntica, nuestra atención se centra en la única variable que cambia: los propios sujetos. Sin embargo, Marulanda varía los fondos y las poses lo suficiente para despertar un interés visual que hace pensar en el conjunto de las fotografías como una obra artística y no solo como una colección de imágenes para documentar, identificar y recordar.
La Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá, que supervisa la gran colección de imágenes históricas y de documentos del Banco de la Republica, estimó que las imágenes en poder de Castaño eran lo suficientemente importantes como para comprarlas. Castaño solo guardó unas pocas fotos, como recuerdo de su experiencia con un ya lejano tarro de galletas.
La información para este artículo se encontró en la colección privada del artista medellinense Camilo Restrepo, con un segundo grupo más pequeño de 68 imágenes realizadas por Marulanda. Restrepo las compró en un anticuario del Centro de Medellín entre 1999 y 2000, y son similares a las que encontró Castaño, salvo por una única imagen de un bebé.
Hace unos meses Castaño encontró una imagen hecha por Marulanda en un centro de transferencia de reciclaje en Medellín. La foto es de aproximadamente el doble del tamaño de las otras fotografías de Marulanda, y tiene, además, una puesta en escena más elaborada que el resto de sus imágenes. Estos nuevos hallazgos sugieren que es posible recuperar algo más del trabajo y la vida de Marulanda en el Medellín de la década del cuarenta.
Todas las fotografías están estampadas en la parte posterior con el sello del estudio de Marulanda, que cambió durante los años de su carrera; mientras las primeras fotografías dicen "El Fotógrafo / JOSÉ MARULANDA / Retratos Perfectos", imágenes posteriores llevan un sello más sobrio: "José Marulanda".
Los retratos no son perfectos. Algunos tienen huellas dactilares parciales en la imagen revelada. En otros Marulanda perdió el enfoque. Sus últimos retratos de mujeres –todos del año 1949– incluyen intentos de colorearlos a mano que no resultaron nada convincentes. Y es fácil calificar los gestos repetidos como falta de inspiración. Pero, como dice Patricia Londoño, la fotografía de Marulanda "es valiosa por muchas razones: por la calidad del conjunto, por su conservación, por el testimonio de un tipo de gente de la que no tenemos muchas noticias en los archivos, por el lazo con Benjamín de la Calle…".
A todo eso es necesario añadir el respeto de Marulanda por sus sujetos, y la visión única que las fotografías nos dan de las caras, las modas y las convenciones del retrato fotográfico en una época en Medellín; esa ventana al pasado, que tanto fascinaba a Castaño cuando las ojeaba, hace que las mejores fotografías de Marulanda sean testimonio de uno de sus sellos: "Retratos Perfectos".