Me salió barato el milagro de tu resurrección. Por solo diez mil pesos, en una de las esquinas más estratégicas del Centro de Medellín (la Oriental con Maracaibo) pasó un hecho de taumaturgo que no pasará al santoral. Varias razones me animaron a comprar esa reliquia. Su buen estado. La encima preliminar (tu firma, con fecha y todo). Su traductor del francés (Juan José Arreola). Su editorial (Fondo de Cultura Económica). Y la encima final (fotogramas de las películas "imperdibles" de los primeros cuarenta años del cine). ¿No crees que hice un buen negocio? Alberto Aguirre, y debajo de la arrogante rúbrica del hombre que nunca dio la impresión de arrogancia, el año de 1951. Un día de estos voy a someter esa firma al juicio de un grafólogo. Gracias a la grafología, sabré cosas sorprendentes sobre tu alma. Gracias a la datación, confirmo que fuiste un lector alerta. El manual que Georges Sadoul escribió sobre el cine cayó muy pronto en tus manos. Tres años después de su primera aparición fue cosa tuya. ¡Y bien tuya! Por solo diez mil pesos obtuve una de las piedras angulares de tu carrera de crítico cinematográfico. Sadoul, ese detractor feroz de la máquina de hacer plata y almas llamada Hollywood (y del sistema económico que la hizo posible), tuvo un alumno aventajado en Medellín. El cinéfilo francés creía que Stalin estaba construyendo la sociedad ideal. El colombiano, que Castro y Guevara habían creado al Hombre Nuevo. Un par de equivocados: la historia no les dio la razón. Pero no hablemos de política. No arruinemos una tarde primaveral. Ambulemos por este corazón, que fue tu hábitat y ya tiene tanto de tierra de nadie. Aquí podría rodarse una película sobre el cuarto mundo. Y el quinto. Y el sexto. El Hombre Nuevo no va a surgir en Colombia. Tal vez dentro de cien años, cuando todos seamos robots. Cuando no sea posible hablar a tontas y a locas, como lo estoy haciendo ahora. ¿Pero no es apenas normal que en medio de un hormiguero ofuscado se hable de una manera anormal? Esto es una olla a presión. Esto, para un recién resucitado, es un plato demasiado fuerte. Cojamos un bus de la ruta 192 y vámonos para un campo de paz, como el parque de Laureles. Fue en un bus centrífugo donde te pegaron el gran susto de tu vida, ¿no? Un muchacho de corte militar (¿o paramilitar?) se hizo detrás del puesto que ocupabas y te susurró al oído una amenaza con tintes religiosos. ¿Usted todavía por aquí? ¡Virgen del Carmen! Pocos días después te exiliaste en Madrid, donde no la pasaste mal. "El duro caviar del exilio". ¿Por qué no en La Habana? ¿Acaso no era la casa del Hombre Nuevo? En la casa del doctor Botero (uno de tus anfitriones habituales en tu época de exiliado), te pregunté a quemarropa si ya te había pasado por la cabeza la idea de convertir tu prodigioso arsenal de testigo de cargo en una autobiografía o unas memorias. En todo caso, en algo más marmóreo que una columna. Algo que viva más de un día. De las personas sabidas y contestatarias que saben escribir uno espera una obra memorable, quemante, de esas que aquí no corren a piratear y a vender por un precio irrisorio en una esquina estratégica. Ese fuego se quedó en tu tintero. Aguirre, no cumpliste con el Libro.
Medellín, febrero 7 de 2014