Todas las personas tienen problemas de amor. Si no los tienen ahora, los tuvieron. Y si no es con la pareja, es algo pendiente con un amigo, hermano, madre, padre, con cualquiera. Unos recurren al sicólogo, otros al sacerdote, muchos al brujo y la mayoría al silencio.
Muchas de esas cosas que no se hablan, se guardan y se transforman en distancia, rencor, impotencia. Yo me ofrezco para escuchar sin mirar el reloj y pongo mi escritura al servicio del corazón.
A diferencia del sicólogo, mis citas no duran una hora, me tomo el tiempo que requiera la historia. No pongo penitencias como las pondría el padre, quizás ofrezco un consejo sin compromiso. Y no le devuelvo a su ser querido a los tres días, como lo prometen los brujos. Yo no leo las cartas pero al menos se las escribo.
Entonces, ¿por qué no contarle su historia al periodista? El periodismo siempre se ha encargado de lo público, de lo masivo. Mi propuesta es trasladar todas las herramientas para recolectar información, las técnicas narrativas y los métodos de aproximación a la realidad al ámbito privado para crear mensajes personalizados.
Mis amigas siempre me buscaban cuando tenían problemas con sus novios. Empecé a escribirles a personas ajenas y noté que los resultados eran mágicos. A partir de ahí, y luego de mi encuentro con la academia, surgió la idea.
Gracias al periodismo y a mis primeros acercamientos con la realidad descubrí que lograba generar una relación de confianza con extraños en muy corto tiempo. Resultó que los desconocidos también querían contarme sus problemas de amor.
Me di cuenta de que así como hay imitadores de voces, yo podía ser imitadora de letras, y a partir de un proceso investigativo soy capaz de escribir exactamente como lo haría otra persona. Después de varias horas de entrevista, me aíslo, proceso la información, la transcribo, redacto la carta y, una vez escrita, con un concepto definido (tono, ritmo, formato), vuelvo a encontrarme con la persona, la leemos en compañía y la editamos juntos.
Cuando el contenido es aprobado en su totalidad, la carta es transcrita con el puño y letra del remitente y, por último, luego de unas recomendaciones, enviada al destinatario.
El rumor de mis servicios se fue regando y me empezaron a buscar los hombres, y luego personas extrañas que tenían problemas de amor y necesitaban una mano que escribiera todo lo que no sabían cómo decir.
El amor no era la única ocasión. También necesitaban palabras para pedir perdón, decir adiós, buscar una negociación, dar las gracias, felicitar por un aniversario, iniciar una reconquista, propiciar un reencuentro, volver. En fin, son cartas a la carta. La vida propone la situación, alguien me cuenta su historia y yo pongo las palabras para enviar la carta de amor.
El primer caso
El primer donante de historia me contactó luego de leer un anuncio que publiqué en la web: "Si sabe qué decir pero no encuentra las palabras, cuénteme su historia y yo le digo cómo. Escribo cartas de amor por encargo. Cartas a la Carta".
El último jueves de ese mes, un hombre joven, de menos de treinta años, me escribió.
–Mujer, ¿a cómo la carta?
–Por ahora es gratis, la condición es que usted me done su historia de amor.
–¿Y también se puede si la historia es triste? –me preguntó.
–Mejor –le respondí–, quizás tratemos de encontrar una solución.
Nos citamos a las 3:00 p.m. del sábado de esa misma semana. Yo llegué a las 3:03 p.m. y él ya estaba esperándome en la puerta del café convenido. Lo noté triste y pausado desde el principio. Me confesó que, más allá de la carta, lo que más necesitaba era hablar con alguien.
–Esto no lo he sacado de mí, no lo he hablado con nadie –me dice–. Mi mamá se dio cuenta y me dijo: "qué se va a hacer, mijo". Cuando le conté a los amigos, el consejo fue: "perra hijueputa, consígase otra". El psicólogo me mandaría fluoxetina. ¿Y un padre? Jm, qué pereza, si un sacerdote nunca ha vivido esto, conoce el amor de Dios pero nunca ha vivido un desengaño.
Le conté del proyecto Cartas a la Carta, los antecedentes, las condiciones y la implicación de convertirse en donante. Aceptó. Y comencé con la primera pregunta que siempre hago.
–¿Cuál es la intención de esta carta? ¿Qué quieres lograr con ella?
–No sé –dijo mientras alzaba las cejas–, quizás decir muchas cosas que no se dijeron. No sé… Pero si quieres te cuento la historia para que comprendas qué pasó.
Hace casi dos meses, un domingo en la tarde, él la sintió rara, fría, diferente.
–¿Por qué estás como apagada, como si no quisieras estar? –le preguntó.
De repente, ella lo reconoció. Sí, estaba seria; sí, traía algo consigo. Y empezó a lanzar frases: "me siento saturada", "no estoy entregando lo mejor de mí para ti", "necesito realizarme profesionalmente", "yo no te doy lo que te mereces".
En ese momento él sintió como una quebrazón por dentro. Cada una de esas palabras lo estrujaba, lo tomaba por sorpresa. Él creyó que estaban bien, que aún era correspondido, que compartían los mismos sueños. No sabía cuándo ni cómo, pero la relación que tres años atrás habían empezado a construir ahora no tenía piso de roca sino de fango.
–¿Cómo sabes qué es lo que me merezco? ¿Acaso hay niveles para medir qué tanto nos merecemos? –replicó él– Yo estoy bien contigo, con lo que tú me das.
Ella insistió: "quiero un tiempo para mí".
–¿Necesitas tiempo? Tiempo para qué, si siempre te lo he dado. ¿Quieres realizarte? ¿Pero no es mejor hacerlo acompañada? –continuó él tratando de comprenderla– ¿Acaso soy un obstáculo o un estorbo para que lo logres? ¿Quieres estar libre? Libre de qué, si nunca te he atado…
Llegó el silencio, luego el llanto. Ella lloró, no tenía respuestas para él.
–Acepto…–le dijo él antes de decirle adiós– No puedo luchar contra la corriente.
"¿Qué pasó? ¿En qué momento se acabó? ¿Qué hice mal? ¿Qué dejé de hacer? ¿Por qué tan repentino?", se ha preguntado desde entonces y sigue sin respuestas.
Cuando llegó a su casa tomó el calendario y apuntó la fecha final. Faltaban tres días para cumplir un aniversario más.
–¿Por qué anotaste la fecha? –le pregunté. –No sé, tal vez porque fue algo que partió mi vida en dos.
–¿Cómo se conocieron?
–Ah, esa historia es más bacana que esta –me dijo mientras sonreía con un halo de nostalgia.
Todo empezó por Internet. Después de muchos días de mensajitos, juegos y chats, él le hizo la propuesta: "conozcámonos en la vida real". Después de dos años de amistad, cuando ambos coincidieron en la libertad, se hicieron novios.
–Fueron tres años de una relación perfecta. Sin peleas, sin reproches. Ella era hermosa, humana, tierna, cariñosa, inocente, detallista. Era la mujer de mis sueños.
–¿En qué momento comenzaron a cambiar las cosas? –Creo que hace seis meses. Ella cambió de trabajo, empezó a hacer una especialización. Salía de la oficina para la universidad y llegaba tarde en la noche. Terminaba la semana cansada. Los viernes ya no quería hacer nada. Los sábados prefería quedarse en la casa viendo una película y los domingos a veces ni nos veíamos. Yo nunca le reclamé que no tuviera tiempo para mí. Tampoco le exigí nada porque a mí me convenía que estudiara, que trabajara, porque ella también era mi futuro. Yo quería una mujer inteligente a mi lado para aprender todos los días de ella. De pronto la relación se enfrió porque fui más comprensivo de lo normal, no sé… Creo que fui muy complaciente. Quizás mi error fue tratar de entender las cosas, no pedirle tiempo, no presionarla. Para mí la situación era fácil de entender, pero ahora es tan difícil comprenderla a ella: ¿por qué la decisión fue tan radical? Esta es mi versión pero no sé cuál es la realidad. No sé la verdad. Tengo demasiadas preguntas. ¿Qué significa la libertad? ¿Ser libre es estar solo? ¿Si ella quiere cumplir sus sueños, por qué hacerlo sola? ¿Por qué dejar todo tirado? No entiendo…
Después de sus interrogantes solo hubo silencio en la mitad del patio de ese café solitario donde hablábamos. Yo tampoco tenía las respuestas y continué mi pesquisa.
–¿Qué ha pasado desde el día en que terminaron?
–Nada. Cada día la noto más lejos. En este momento no me nace hablarle, no me salen las palabras. Quiero evitar cualquier conversación. Hace poco cambié mi estado del Facebook. Pasé de estar "En una relación" a estar "Soltero". Ella me escribió: "me dolió que cambiaras tu estado…", y yo le respondí: "a mí me duele más la vida real".
–¿Por qué crees que no te nace hablarle?
–La desconozco, no es la misma mujer que conocía. Es como si la estuviera conociendo otra vez, o no, ni siquiera, es como si estuviera conociendo a otra persona.
–¿Por qué? –Pues tanto tiempo juntos y ¿terminar así? Estoy como muerto por dentro. Es como si lo que sentía se hubiera vaciado, como una copa de vino que se cae y es imposible devolverle el líquido, aunque lo intente no habrá nunca la misma cantidad.
Aquí comenzó a trastabillarle la voz. La mirada se desenfocó y continuó cuestionándose.
–¿Qué fue lo que hice tan malo? No sé, no sé… ¿Qué carga fui? Me duelen más sus palabras que sus silencios. -¿Quisieras volver?
–Es lo que más anhelo… Pero ¿para qué luchar por algo que otro no quiere? Prefiero no buscarla más.
–Por ahora no podrías ser su amigo… ¿cierto?
–Después de tres años de compañía, ¿cómo pasar de decirle "mi vida", "mi amor", a llamarla por su nombre? ¿Cómo pasar del amor a la amistad? Eso es devolverse… ¿no?
–Es un cambio brusco… –Yo pensé en enviarle la letra de una canción, no sé ni cómo llegué a ella. ¿Te la muestro?
–Sí, por favor…
Tomó su celular y comenzó a buscarla. Dice así:
"Culpable por haber aprendido a querer / Por haber escuchado tu voz / Y culpable de haberte tenido / Y de darte calor / Culpable por haber esperado tu amor / Por haber aprendido a entender / Y culpable de haberte perdido otra vez".
–Estuve a punto de mandársela pero no, no fui capaz.
–¿Por qué?
–No sé. Yo creo que en esta historia no hay buenos ni malos. Y yo no hice nada malo. No sé si uno se tiene que guardar un poquito. Pero… ¿por qué no entregar lo mejor de sí? Si uno no lo hace, no está siendo uno mismo. Y yo siempre fui leal, real. No puedo dejar de ser quién soy. No dejé de amarla ni un instante de mi vida.
La voz se le quebró en un segundo, miró hacia arriba y contuvo un sollozo. No sé si él cayó en cuenta, pero justo en ese momento una canción de fondo coincidió con su voz.
"I give her all my love / that's all I do"… Era una canción de Los Beatles que en inglés decía lo mismo que él me había dicho en español.
"And I love her"
En las notas que tomé en mi cuaderno durante la entrevista quedó escrita esta frase para no olvidar la bonita coincidencia.
–Simplemente me dediqué a amarla y punto. Pero ella tampoco es culpable en esta historia. Ella es luz, es amor. Me dio felicidad. Antes para mí el amor era pasajero, con ella conocí el amor de verdad, el duradero. No pensé encontrarlo todo en una sola persona. Con ella crecí laboralmente, espiritualmente, ahora siento que soy mejor persona.
–¿Qué extrañas de ella?
–Todo –responde sin titubeos–. Hay un poema de este man, Benedetti, que me daría la respuesta. Lo que más extraño es el amor. Y el amor estaba en cada parte, en el abrazo, en todo. "Ella me daba la mano y eso era amor".
Luego me mostró un par de fotos de ambos. Una, envueltos en un abrazo. Otra de perfil, durante un beso. También guardaba una nota que ella le escribió a mano: "Tu amor sencillo me llena de absoluta felicidad".
–Creo que esto es simple: se acabó el amor, se perdió la conexión. Me toca sacármela del corazón y no seguir haciéndome preguntas. Es como si se hubiera muerto, así de repente, de un infarto o en un accidente. Sin avisos ni despedidas. Para qué seguirme preguntando, la respuesta no va a existir. Simplemente tenía que pasar.
Arrugó la frente, alzó los hombros y respiró profundamente. Luego apoyó su mejilla en el puño de su mano.
–¿Sabes?, acabo de encontrar la respuesta a la primera pregunta.
–¿Ya sabes para qué quieres la carta?
–No quiero una carta para rogarle amor. Tampoco una de reproches, súplicas ni lástima. Necesito una carta de despedida, para soltar la carga que traigo, para liberar la esperanza que hay dentro de mí, para dejarla ir.
Le temblaron los labios cuando lo dijo. Ahora fue a mí a quien se le salió un suspiro. Tuve que hacer un esfuerzo para contenerme.
–¿Quieres que en la carta quede claro que las puertas aún siguen abiertas, o quieres que el mensaje sea claramente de despedida? Si la enfoco como un adiós, puede que ella diga: "chao, este es el punto final". Después de varios segundos me dio su respuesta.
–Prefiero liberarme aunque corra el riesgo de perderla. Sentí escalofríos mientras oía sus palabras. Se notaba el desgarre en su voz, de verdad sentí que este hombre me hablaba con el corazón. Sabía que le costaba decirlo, que solo con pronunciar esas palabras ya estaba haciendo un sacrificio. –Quiero darle las gracias por estos tres años de luz –continuó él–, me parece importante que en la carta diga que para mí ella siempre fue amor y así la voy a recordar. Yo quiero decirle que acepto su decisión porque la amo, que no me importa porque hay un fin y ese fin la hará feliz. Y me hace feliz saber que ella es feliz aunque sea sin mí.