Las mulas del Amazonas
Fotografías de Luca Zanetti
En el hangar de la pequeña aerolínea Aliansa los mecánicos están ocupados en el mantenimiento de rutina de un viejo aeroplano Douglas DC3 de 77 años. Cerca de once mil de estos aeroplanos fueron construidos en Estados Unidos entre 1934 y 1945. Por su velocidad y autonomía de vuelo revolucionaron las rutas comerciales, y tuvieron un rol importante en la Segunda Guerra Mundial transportando tropas. Una versión similar construida por los fabricantes japoneses Nakajima y Showa voló en contra de los Aliados durante el conflicto. Años más tarde, al inicio de la Guerra Fría, fueron usados en el puente aéreo de Berlín Occidental.
Avianca, una de las aerolíneas más viejas de América, trajo a Colombia el primer DC3 en 1950. El último, construido en 1944, llegó al aeropuerto Vanguardia de Villavicencio en 2012, después de haber servido a la Fuerza Aérea de Estados Unidos y de haber terminado su vida útil en Canadá en 1993. Estuvo exhibido en el Museo de Aviación de Nueva York hasta que lo compró una aerolínea colombiana con la intención de traerlo de nuevo a la vida y al aire.
Diez de estos aviones todavía funcionan en los Llanos Orientales y las selvas colombianas, donde no hay caminos ni trenes y el único medio alternativo a volar es el río, que es lento, caro e inseguro. Allí, sobre llanuras y selvas aparentemente interminables, el DC3 encontró su nicho. Su principal ventaja, según los pilotos, es su capacidad de aterrizar a velocidades tan bajas como 120 kilómetros por hora con 2,8 toneladas de carga y pasajeros, por lo que es ideal para aldeas y pueblos con pistas de aterrizaje cortas y sin pavimentar.
Las personas le llaman “la mula”, “el bus” o “el tractor de la selva”, y puede transportar personas, ganado o carros pequeños. El capitán John Acero, de 51 años, dice que el DC3 “es dócil; mis brazos se vuelven una extensión de las alas y responde a mis pensamientos. Cuando hace mal clima, le hablo y trato de calmarlo para que me responda”.
Pilotos de DC3 como él realizan muchas tareas que van más allá del simple trabajo de volar: verifican que las agencias no los engañen con el peso –si el avión cae, ellos caen–, drenan el agua acumulada, hacen el plan de vuelo y revisan el clima, que es imprevisible. El DC3 tiene un radar y un GPS, pero no tiene piloto automático. Además de usar imágenes satelitales, los pilotos se comunican con el aeropuerto de destino para verificar el estado del tiempo. El reconocimiento visual del terreno es esencial en la aviación.