Número 51, diciembre 2013

EDITORIAL
Polvorada

Un reciente festejo decembrino ha generado una interesante disputa entre partidarios y contradictores de los estallidos y la niebla polvorosa. Los historiadores de la violencia reciente dicen que nació luego de la desmovilización paraca en noviembre de 2003. Repartieron pólvora sin plomo para festejar y escogieron la llegada de diciembre para tronar. Entre noviembre y diciembre se regó el estruendo y algunos comenzaron a señalar ese alboroto como un antojo criminal. Para muchos la alborada se convirtió en una muestra de la cultura mafiosa. Otros encontraron un día para la fiesta, sea con pólvora o sin ella. La pregunta es si estamos llevando la idea de la cultura traqueta a todas nuestras diferencias. Como una especie de comodín. En Universo Centro hay amigos y contradictores del alboroto. Es seguro que algunos pillos compran y administran la artillería. Pero tal vez sea ligero vincular la barbarie mafiosa con la adhesión espontánea de buena parte de la ciudad a la alegría del estruendo. Tres citas literarias pueden dar luces de ese gusto primitivo y vigente.

 

 
 
 
 
Imagen: Telemedellín

Foto tomada de Telelemedellín Noticias

 
 
 

Nosotros, como todos los niños de Antioquia, fuimos polvoreros: hacíamos papeletas durante días y días, por gruesas, gruesas y gruesas para el veinticuatro. Así Medellín en diciembre se volvió un peligro; estaba uno tranquilo en su casa, haciendo globos o papeletas, cuando de súbito, más cerca o más lejos, sin avisar, se oía la gran explosión: había estallado una casa… Las autoridades tomaron cartas en el asunto, y prohibieron las polvorerías en las casas de habitación. Pero esto regía para los profesionales, que eran los menos ¿Y para los aficionados, que eran los más? Las polvorerías propiamente tales se convirtieron entonces en casetas de tabla ubicadas a lo largo de dos o tres cuadras, en una sola calle. Así en vez de volar una sola, volaban todas: veinte, treinta, cien polvorerías que estallaban en una explosión escalonada, ¡pum! ¡pum! ¡pum!

Los días azules
Fernando Vallejo

 

…la pólvora canta el Gloria in excelsis Deo, en un ¡chis pún! arreíto. Ya que no con la palabra ni con la oración colectiva, nos comunicamos y unimos en Cristo por medio de los cohetes. Los de las cordilleras circundantes convergen a Medellín; los de Medellín se riegan por las cordilleras. Se cruzan, se traban, se combinan y, aunque por instantes tan sólo, le rayamos el Cielo al Niño con lápiz de candela; se lo poblamos de jeroglíficos y desde las alturas le desgajamos espiras, tirabuzones y culebras; le inventamos un Sinaí de tronamenta alegre, y le hacemos descender, no el fuego vengador de Elías, sino estos bólidos multicolores y deslumbrantes, que no se vieron en Belén de Judá. Siguen los luminares por abajo; que alguna vez habrá de imitarse lo del cielo. Por dondequiera se inflaman las bengalas, dispáranse chorrillos y pañueletas, arden infiernos y gargantillas, estallan casacas y petardos, y el buscapié y el triquitraque persiguen a cristianos y espiritistas. Pues es de saberse que, en tales fiestas, si los adultos derrochan en juguetes, los chicos, por más que papá vaya a prender la casa, gastan en pirotecnia cuanto consiguen en ese mes propicio. La pólvora es pasión del antioqueño. Si no es amor al humo, será señal de heroísmo; de gloria, en todo caso.

Grandeza
Tomás Carrasquilla

 

-Esas mechas pónganlas largas -grita el patrón a los mineros. Y volviéndose a Rivas: -¿No ve? Hacemos encender las mechas, saltamos al ascensor, damos la señal para que nos suban, y como las mechas dan suficiente, nos apeamos a la salida de la galería de El Siete al pozo, que está a unos cuarenta metros de altura, dejamos seguir el ascensor solo, y allí, bien resguardaditos, asistimos a la detonación de las minas. Es muy bonito; ¿no ve? En medio al fogonazo se ven saltar las rocas, trituradas; parece, a la explosión, que se viniera abajo todo el cerro, y el ruido va retumbando, va perdiéndose hasta extinguirse en la red de los socavones. -¡Oh, soberbio, magnífico! -exclamó Rivas, el teniente Rivas-. ¡Ah!, el
fragor de las descargas, el olor a pólvora... mi sueño... mi elemento.

Lorenzojo
Efe Gómez

 
 
 

Poner a Don Berna como regidor de nuestras costumbres nuevas y viejas puede ser una generalización inconveniente.  Es muy fácil señalar a la cultura mafiosa como el principio de nuestros silencios y nuestros estruendos.  Pero es seguro que no es el origen de nuestro gusto por el ruido y el guaro
. UC
 
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