Sabemos que Cristóbal Colón murió ignorando haber pisado un nuevo mundo. Se atribuye ese descubrimiento crucial a Américo Vespucio, quien habría llegado a él dos lustros después. Pero las cartas y relatos de Vespucio, las confusas y laberínticas descripciones de sus viajes, algunos reales, otros al parecer imaginarios, su propio y contradictorio carácter, lo llevan a uno a dudar de tal aserto. Yo, por puro y culpable romanticismo, hubiera querido otorgar ese honor a Núñez de Balboa, de brazos abiertos frente al mar que acaba de descubrir (por degracia, las frías cifras de la historia lo dejan en eso, que no es poco: descubridor de un océano). Tal vez la verdadera crónica de esos hechos jamás se sabrá. Así suele ser la historia, llena de misterios insolubles: desde el primer hombre hasta el Palacio de Justicia.
Nunca he entendido por qué en Argentina no hay negros. Quizás se topa el lector con uno o dos en el Martín Fierro, de José Hernández; y era negro Joaquín Mora, el autor del bello tango Margarita Gauthier. Pero son tres oscuras golondrinas.
Muchas teorías han sugido y surgirán (es tema recurrente) sobre el presunto verdadero autor de las obras de Shakespeare. Todas ellas aportan datos, hipótesis, afirmaciones, y se contradicen entre sí. Nunca sabremos la verdad de ese enigma, si es que enigma hay. Lo que todos estos investigadores soslayan es que, de haber existido un otro autor de las obras atribuidas a Shakespeare, ese autor sería Shakespeare.
Y, bueno, quién descubrió el amor, logro humano más trascendental que el de la escritura o el arte; de los dos últimos se tienen referencias más o menos exactas. Pero el amor… Tal vez el que lo descubrió se murió sin llegar a saber la importancia de su descubrimiento. Como Colón.
CODA
Dos anécdotas de Otto de Greiff (Musicólogo, polígrafo, hombre de muchos estudios. Aunque sin la dimensión de su ilustre hermano, también fue poeta, más olvidado hoy de lo que merece).
La primera se la oí al propio don Otto. No me la dijo a mí (no tuve el honor de tratarlo), la oí, como si dijéramos, "por el rabillo del oído": iba Otto por la carrera Séptima de Bogotá, y vio que por la acera del frente venía Juan Lozano (el de antes, no el de ahora). Cuando Lozano lo vio, se apresuró a cruzar la calle, y le soltó, a manera de saludo: Otto, ¿tú qué piensas de la decadencia de Occidente?
En 1967 Otto ganó un concurso de ensayos sobre Rubén Darío. Eligió para presentarlo el pseudónimo 'León Metapa' (el nombre de la ciudad donde murió Darío, y el de la población donde nació). Cuando supo de ese pseudónimo, su hermana le telefoneó, indignada, para reprocharle su exceso de humildad.
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