Número 46, junio 2013

Sangre árabe
Fernando Mora Meléndez. Fotografías de Jorge Mario Múnera

 
Fotografía Jorge Mario Múnera

 

 

En el Corán, el libro árabe por excelencia, no hay camellos. Y es quizás éste hecho el que demuestra, según se ha dicho, que la obra fue escrita por un árabe. Aquello que se tiene más cercano a los ojos termina por volverse invisible. Hace rato, por ejemplo, que los árabes están entre nosotros. Son parte del color local de Maicao, del Lorica de Sánchez Juliao, o de la gastronomía de Cartagena.

La caravana empezó a llegar a finales del siglo XIX y no pasó de largo. Las tierras ardientes de la Guajira o las sabanas chilapas tal vez les recordaron esas otras regiones que habían dejado, donde estaban enterrados sus antepasados, y que acaso no volverían a ver.

Los diarios los describían como paupérrimos y advertían sobre el peligro de los que llevan los signos de una peste incurable. Tardaron un buen tiempo en ser aceptados, mientras iban de una lado para otro con un par de maletas, vendiendo baratijas a crédito, el fiado que inventaron. Recorrían en bicicleta las calles de, Barranquilla, Girardot o Bucaramanga. Venían huyendo del dominio turco. Y dado que hablaban tanto de éste, se les llamó de modo genérico, por esas ironías de la Historia, con el mismo nombre del pueblo que los invadió. No eran turcos, por supuesto, sino libaneses, sirios o palestinos. Herederos del espíritu andariego y mercantil de los fenicios, los árabes levantinos encontraron más acogida en la Costa Norte que en Antioquia.

En la prensa, cada que se mencionaban los méritos de una persona con apellidos como Manzur o Char, las noticias marcaban su origen sirio, jordano o libanés; pero a mediados del siglo pasado dicha alusión ya era infrecuente, tal vez una señal de que la nación ya los había incorporado. El próspero ascenso de los árabes nos legó no sólo la idea de un país diverso, con otros cultos, sino también distintos saberes y sabores, o rituales como el del regateo. Entre los dos millones de descendientes hay sangre árabe para todo.

 

Cineastas como Felipe Aljure, periodistas como Yamid Amat, guerrilleros como Álvaro Fayad, reinas de belleza como Paola Turbay.

A propósito, el último apellido confirma el indicio más claro de cuándo un pueblo se ha integrado a otro, su participación en política. En la Costa Atlántica el 32 por ciento de los senadores llevan sangre del Cercano Oriente. La saga de los Turbay, por ejemplo, se inició con la segunda generación de inmigrantes, en cabeza del senador Gabriel Turbay. Aunque más se recuerda a un expresidente con nombre de emperador, Julio César, tan celebrado por su humor involuntario. Lejos ya de la discriminación inicial, ¿qué puede haber más colombiano que un chiste de Turbay?

Lo árabe se funde a tal punto con las demás culturas que a veces parece tan ausente como el camello del Corán. Llega un fotógrafo como Jorge Mario Múnera y extrae, del batiburrillo costeño, escenas del Islam en el Caribe: una mansión árabe abandonada de Puerto Colombia, un profesor del Corán en Maicao, o una sílfide con velo de Las Mil una Noche junto a un galán monteriano. Los fragmentos elegidos por el artista a menudo nos obligan a leer los pies de foto para tener la certeza de que estas imágenes sí se tomaron en lugares de Colombia; hacen parte del libro Retratos de un país invisible en el que Múnera nos guía por parajes de una geografía tan inexplorada que linda con las fronteras de la imaginación. El suyo es un proyecto tan laborioso como el de un entomólogo. Su lema es ‘‘Lo que no se sabe no se ve.’’ Por eso, antes de disparar su cámara ha emprendido largas travesías por mapas y libros en los que estudia sitios, relatos y culturas. Sólo cuando siente conocer mejor un tema, se sube a la panga que lo llevará bien lejos de su origen. Con Alfredo Molano recorrió toda la zona fronteriza del Orinoco y registró detalles sorprendentes de una nación apenas reseñada por los periódicos. La lente de Múnera nos hace pensar en esa frase de Cabrera Infante:‘‘Curioso cómo una foto transforma la realidad cuando mas exactamente la fija.” UC

 
Mezquita Omar IBN Alkhattab. Maicao 2004.
Fotografía Jorge Mario Múnera
 
Entrada a clase en el Colegio Árabe Dar El Arkam. Maicao 2004.
Fotografía Jorge Mario Múnera
 
Abdú Eljaiek, fotógrafo, en el Salón Granada. Barranquilla 2004.
Fotografía Jorge Mario Múnera
 
Teresa Román de Zurayk en el cuarto de muñecas de la Casa Román. Cartagena 2004.
Fotografía Jorge Mario Múnera
 
Sueño Palestino 2. Barranquilla 2004.
Fotografía Jorge Mario Múnera
 
Sueño Palestino 1. Barranquilla 2004.
Fotografía Jorge Mario Múnera
 
   

 

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