Si ya lo olvidaron, si todavía no lo han visto, vayan a internet y busquen: "Gambeta Estrada Júnior Campeón". Pongan el video y párenlo en el momento en que 'La Gambeta' es interrumpido por el periodista: "¡Gol del Junior!". Dejen la imagen congelada en ese rostro indescifrable, mezcla de rabia, perplejidad y dolor. Y busquen, también en internet: "Pietá Luis de Morales". Comparen la cara de la virgen con la cara de la Gambeta y díganme si no se parecen.
Tenía nueve años cuando vi en directo, por televisión, el gesto agónico de la Gambeta Estrada. Veinte años después recuerdo claramente ese rictus de pesadumbre y la imagen del 'Chiqui' García, que era como un Bolívar agigantado por la gloria. Los jugadores lo llevaban en andas por la pista atlética del Atanasio Girardot, mucho más amplia entonces, llena de periodistas y jugadores que esperaban el final del partido en Barranquilla para celebrar, o mejor, para seguir celebrando.
En esas estaba la Gambeta cuando lo vi: celebrando con un periodista que lo entrevistaba. "Esto es lo más hermoso que me ha pasado en la vida, incluso por encima de… de…". ¿De qué, Gambeta? ¿Qué pondrías por encima? ¿El 1-1 con Alemania? ¿El Mundial de Italia? ¿Pondrías el Mundial de Italia por debajo de esto? Hombre Gambeta, ¡cómo se te ocurre! Ahí fue cuando el periodista le dijo, en forma cruel, es cierto, la dura verdad: "Gol del Junior! ¡Gol del Junior!". Se lo dijo dos veces. Miren y verán. Con la primera le cortó la frase y lo trajo en seco de Italia al Atanasio; con la segunda lo bajó de la nube, del "por encima", y le puso los pies sobre la tierra. Quedó otra vez por debajo la Gambeta, y el Medellín por debajo del Junior campeón.
La verdad es que había razones de peso para celebrar. Era la noche épica, la proeza total: victoria en el clásico sobre Nacional, paso a la Copa Libertadores y título de campeón, porque el Junior necesitaba ganar y apenas empataba contra el América. Y celebración hubo antes y después de que llegaran las amargas noticias de Barranquilla. Como el rey orgulloso del cuento infantil, los jugadores de El Poderoso permanecieron altivos aun después del golazo de Mackenzie en el minuto 92. Y también, como el rey, varios iban desnudos: recuerdo a Óscar Pareja en calzoncillos, con un collar de arepas, llorando de alegría y luego de rabia y luego otra vez de alegría porque nadie se movía del Atanasio, porque todo el mundo prefería alargar esos cinco minutos de gloria a seguir estirando 36 años de sequía.
No logro precisar si la Gambeta se sumó al festejo. Después de la fallida entrevista y del inolvidable gesto, las cámaras lo pierden y se concentran en los que de todos modos quieren terminar la vuelta olímpica. Allá van 'El Pájaro' Juárez, 'El Ferri' Zambrano y Carlos Castro, el del gol contra Nacional, el héroe transitorio, el redentor pasajero de la noche. Otros, en cambio, son menos entusiastas. Sumido en el dolor, aplastado por el fiasco, Pedro Álvarez no halla consuelo en ese barullo de felicidad y frustración. Luis Barbat llora a mares de rodillas en la gramilla. Nada redime sus tristezas. Era todo o nada. Y fue nada.
La ceremonia terminó con procesión de ríos de fieles siguiendo al bus de El Poderoso. Esa vez fue primero la crucifixión y después el vía crucis. Y aunque la peregrinación fue bastante emotiva, esa noche nada fue tan conmovedor como el gesto de Carlos-Enrique- La-Gambeta-Estrada; fue, permítanme el oxímoron, un instante eterno. Porque si es verdad aquello de que la idea del mar cabe en una sola gota de agua, yo diría que los cien años de El Poderoso caben en ese momento en que la mirada de la Gambeta se pierde en un trance místico, afligida y sin sosiego como la de la virgen en la Pietá de Luis de Morales. Habría que canonizar a la Gambeta y hacer estampas con ese rostro martirizado, solo comparable al de los grandes sufrientes de las Escrituras. Así debió mirar José a María cuando esta le anunció, impasible, que esperaba al hijo de Dios "sin pecado concebido". Así debió mirar Isaac a Abraham, su padre, cuando vio que lo iba a degollar "en prueba de su temor a Dios". Busquen "El sacrificio de Isaac de Andrea del Sarto" y verán en el niño la misma mirada mansa, la misma mueca de terror y desazón de la Gambeta. Esa noche no hubo ángel que detuviera el sacrificio: lo que hubo fue un heraldo negro que anunció el gol del Junior como otra broma absurda del Dios loco todopoderoso.
Yo tenía nueve años cuando lo vi. Ahí y entonces resolví el dilema de ser o no ser hincha del Deportivo Independiente Medellín.