Número 114, abril 2020
En el principio fue calentura del Magdalena Medio. Allá se cocinaron los primeros paras, los grandes alardes del capo, las excursiones por tierra buena de los esmeralderos. Y se dieron la mano Ramón Isaza y Pablo Escobar, un guerrero curtido y un capo que ya no creía en nadie. Choque de trenes en tierras del viejo ferrocarril. Hubo fiesta y plomo.

La guerra con Escobar

Juan Carlos Castrillón. Ilustración Verónica Velásquez

 

Ilustración Verónica Velásquez

A sus oídos llegan rumores del arribo de un señor Escobar que bota plata y ruido. El recién llegado empieza la construcción de una hacienda a la que llama Nápoles. Un terreno de ochocientas cuadras bien provocativas. Entran camiones llenos de obreros a forrar de cemento las orillas de Río Claro. Salen camperos escoltados por motos que ahuyentan los animales del río y alrededores.

A Ramón le preocupan las intenciones de Escobar en un territorio que empieza a controlar junto a su gente. El hombre que le vendió la tierra a Escobar le dice:
—Llegó un señor de mucha plata; incluso la cargan en tulas. Dice que va a comprar tierras de más allá y más acá; que va arborizar todas esas fincas. Parece que es un narco; no cualquiera carga la plata en tulas.

Después de pensarlo con tiempo, aprovechando las fiestas de la región, Ramón decide hacerle una visita a Escobar. Para que no quede duda de su buena intención va acompañado de un solo hombre y dos mujeres: reina y virreina en las fiestas del Magdalena Medio. La primera es una joven muy bella de diecisiete años, rubia, de piel blanca; la otra tiene dieciséis años, es trigueña, simpática, avispada. Después de esperar pacientemente, el señor Escobar lo atiende.
—Don Pablo, como usted sabe que somos muy pobres para hacer obras sociales, hacemos rifas, bazares... ¿Usted con qué puede colaborar? A ver si algún día tenemos agua potable en Las Mercedes —le dice Ramón.
—Si usted no hubiera venido, si hubieran venido las muchachas solas, tal vez, pero no hay nada que hacer, lo mejor será que me desocupen la hacienda —respondió Escobar.

A las diez de la noche de ese mismo día Ramón recibe una carta de Escobar con un mensaje: “Señor Ramón, para saludarlo. Le solicito que piense con juicio, pues por mi parte lo tengo claro, necesito que se vaya de la región, porque si no me veré en la penosa obligación de sacarlo, tengo muchos hombres en Medellín para meterle”.

Ramón lee la nota, no tiene papel para dar su respuesta, entonces escribe al reverso de la hoja: “Señor Pablo Escobar, también me veo en la penosa obligación de decirle que de aquí no me voy, no tengo negocios con narcotraficantes. Desocúpeme usted la región”.

Ramón no es Henry, que solo carga una pistola, tampoco asiste a gallos ni a fiestas; lleva siempre un Galil encima y no lo carga solo por mostrarlo, sabe que con Escobar no hay entendimiento y se repite afirmando su convicción de guerrero: si toca, nos matamos.En 1989 matan a Gonzalo Rodríguez Gacha, amigo y socio de Henry. Escobar lo cita a reunión. Es evidente que la confianza no es la misma con los socios del cartel de Medellín. Henry invita a Ramón que llega acompañado de diez de sus hombres. Henry lleva otros diez. La reunión se celebra en la hacienda Nápoles. Al llegar, Escobar los espera en el patio en una mesa; su seguridad no es tan grande como esperaban; está acompañado de seis hombres, entre ellos Popeye y el Arete. Los tres están fumando marihuana. La reunión no tiene un ambiente cordial, el capo no les ofrece ni una limonada, en su mano tiene un cuaderno y con voz firme les dice:
—A lo que vinimos. El caso es el siguiente, tengo que acabar con la Policía Antioquia. Yo voy a hacer una república independiente, el presidente de esta república soy yo.
Abre el cuaderno que lleva en su mano y lee tres nombres de ganaderos de la región.
—Estos señores no quieren cooperar con nuestra guerra contra el Estado, necesito que los guarden un rato para que se ablanden. Ahora que mataron al Mexicano hay que tener mucha plata para afrontar lo que se nos viene.

Henry y Ramón se miran; sus códigos no aprueban secuestros. Además, Ramón y Escobar ya tuvieron su disputa, el capo apuesta a que Henry, más obediente, le va a copiar, igual su organización depende del apoyo narco.
—Mire, señor Escobar, nosotros lo respetamos, pero cuando creamos esta asociación lo hicimos para combatir a la guerrilla, que es la que secuestra a los ganaderos, nosotros no somos secuestradores, podemos hacer otros negocios… La respuesta de Henry sorprende al capo.
—Don Pablo, ¿usted sí cree que alcanza esa meta? El Estado es Estado, y cuando usted mate cincuenta, le meterán mil; cuando mate mil, le tendrán rodeada toda esta hacienda —agrega Ramón.
—Hermano, ¿a usted quién lo invitó a esta reunión? —pregunta Pablo.
—El señor Henry —contesta.
—Desocúpeme la hacienda que no lo quiero ver aquí —y continúa, dirigiéndose a Henry—. Es que yo necesito que todo el mundo me ayude en mi causa, porque el que no está a mi favor está en mi contra, entonces ustedes deciden.
—Si es para eso de secuestrar, no estamos a su favor —responde Henry.
—Entonces son mis enemigos, les doy unas horas para salir, después de eso, somos enemigos —sentencia Escobar.

Ramón se tira el fusil de lado, pone el dedo en el gatillo, se retira caminando de lado y sin perder de vista ni a Escobar ni a sus hombres. Cuando llega a la puerta, uno de los escoltas del capo grita:
—Ábranle al señor y no me lo vuelvan a dejar entrar.
Ramón trata de esconderse entre unos árboles de limones. Algunos de sus muchachos llegan y les dice:
—No, córranse que voy a estar pendiente; de pronto nos matan al comandante.
A lo lejos, Ramón ve que discuten. Escobar manotea. Henry da muestra de que no está de acuerdo con lo que le dice. Finalmente el capo se pone de pie, le da la mano y Henry sale.
—Henry, deje ese vicio de cargar solo una pistola, donde no pueda entrar con el fusil, no entre —le dice Ramón al salir.
—Esta alianza con Escobar se acabó. A partir del lunes a la medianoche empieza la guerra —contesta.
Ramón con malicia le dice:
—Hermano, démole ya, démole ya —y levanta su fusil.
—Nosotros los hombres también podemos ser cumplidos —contesta.
—Nosotros somos veinte, él tiene seis hombres —le interrumpe Ramón.
—No, déjelo que yo después me hago cargo —dice Henry terminando la discusión.

Al día siguiente, por radioteléfono: “Buenos días a todos los móviles del Magdalena Medio, les habla 20, a partir de hoy estamos en guerra con el señor Pablo Escobar, alias el Monstruo”.

Al escuchar el audio los hombres quedan sorprendidos y preocupados.

A Escobar no se le vuelve a ver en la región y cuando aparece lo hace con una guardia imbatible.

Ramón se queda en Las Mercedes y Henry se refugia en Puerto Boyacá. El enfrentamiento con el capo es una guerra fría, de intimidación y uno que otro muerto de colaboradores de ambos bandos. Escobar se preocupa por infiltrar la fuerza pública.

La situación de amenazas y temores es extrema, solo tiene 48 hombres con armas rudimentarias; pero Ramón nunca se esconde. Cuida en extremo su seguridad, pero sale a su acostumbrado “proselitismo” en La Danta y Las Mercedes, convites, reuniones, entregas de regalos. A los ocho días de ese sello de guerra, lo contacta el padre de Henry Pérez.
—He recibido una noticia de que usted se deja mangonear de Pablo —le reclama enérgicamente—. Hermano, ¿usted es capaz de sacar ese viejo de ahí o lo muevo para otra parte?
—Las cosas no son así, nosotros hicimos un compromiso de trabajar en común toda el área, le peleamos a la guerrilla, ese es el principal objetivo —responde Ramón.
—¿Usted le tiene miedo a Pablo? —dice el padre de Henry.
—Yo primero tengo que seguir el conducto. Déme la orden por escrito.
A los dos días lo llama Henry:
—Viejo, tráigase tres carros de los suyos, cada carro con cinco hombres atalajados.
Días antes le había dado seis fusiles nuevos.
—Listo, señor. Limpiaron los fusiles para la ocasión y arrancaron al encuentro con Henry.
—Vamos a ver si le hacemos una jugada a Escobar —sentencia.

Su inteligencia ha sabido que estará por la región. Empiezan a preparar un operativo para atacarlo. La información viene de un teniente de la policía, pero el hombre tiene otros planes y otro socio. Viaja a Medellín y contacta a gente de Escobar, pacta un negocio y planea una emboscada para Henry y Ramón que creen van a cercar a Escobar. Todo queda en suspenso, se cansan de esperar la información sobre la llegada del Monstruo.

***

Es 20 de julio de 1991, doce días atrás Escobar asesinó al padre de Henry Pérez. Ramón y sus hombres regentan una fiesta en El Prodigio, un corregimiento del municipio de San Luis. Preparan cinco novillas para darle carne a todos, como celebración por la fiesta de la Virgen del Carmen; carne y regalos para todos. Suena el radioteléfono:
—05, 05, 05. Señor, acaban de tumbar a Henry. Está vivo, necesitamos sangre. ¿Quién tiene sangre O positivo?
Henry es devoto a la Virgen del Carmen y la Santísima Trinidad, en ellas está su fe y por eso les rinde homenajes y les hace monumentos. Antes del asalto uno de sus hombres de confianza le recomienda llevar los fierros. Henry se niega por ser la fiesta de la Virgen. Cuando se prende el candeleo dos de sus hombres alcanzan a matar dos de los de Pablo. Pero basta el primer rafagazo para que Henry caiga.

Tras recibir el mensaje, Ramón se sube a su camioneta con cuatro hombres y salen con el furor de una ambulancia. Al llegar reciben la noticia de la muerte de Henry. Ramón se da cuenta de que todo cambió; tendrá que frentear la situación. Es el gran golpe de Pablo Escobar Gaviria a sus aliados, es un golpe directo a su estructura.

La guerra está dura, la información va y viene por las calles de Doradal y Puerto Triunfo. El capo compra cada día algún colaborador de la región, no está dispuesto a resignar su zona de veraneo y reforestación. Ramón se entera de que Pablo gira dinero a alias Capulina, un administrador de transporte de volquetas que supuestamente es cercano a las AUC, pero que al parecer señala a los “trabajadores” de Ramón. Y así, de un lado y otro llegan delaciones y confesiones que nutren esa guerra fría. ¿Quién es? ¿Dónde está para caerle y exterminarlo?

Lo que es claro es que poco da la cara en la región; desde Medellín manda sus comandos de sicarios y forma su ejército de informantes y asesinos, incluso el dinero le alcanza para comprar muchos hombres del Cuerpo Élite que lo persigue.

La plata para la organización se pierde, las finanzas del grupo se vienen al suelo. Esto lleva a Ramón a contarles a algunos ganaderos y empresarios la intención de Escobar de secuestrarlos. Comerciantes y dueños de las tierras deciden darle su apoyo; le temen a Escobar pero tienen claro que el capo solo piensa en su guerra con el Estado.

La estrategia de Isaza es infantería para el monte, grupos de ocho hombres tratando de abarcar la mayor cantidad de territorio. Alias Teniente es el segundo al mando, mientras que del lado de Escobar el Zarco acecha los pasos de sus enemigos. La orden de Ramón es clara:
—Todo lo que huela a Pablo Escobar, con o sin orden mía, hay que tirarlo al piso; vamos a usar su misma estrategia, golpear y tomar de nuevo el monte.

Un grupo de cincuenta hombres de Escobar se toman La Danta a sangre y fuego, matan dos cercanos de Ramón, Luis Muelas, su sobrino, y alias Cosiaca. Amenazan toda la familia de Isaza en el corregimiento. Ramón y alias Gato montan un operativo para darles caza pero se evaden. Toca pelear la guerra con inteligencia y buscar posibles informantes y colaboradores de Escobar. Pero el capo tiene más plata y experiencia en infiltrar y logra influir a alias Canario, un hombre de Isaza.
—Hijueputa —vocifera Ramón al enterarse—, si se me torció Canario, ¿entonces yo en quién confió?
Dicen que le ofrecieron cien millones de pesos para que entregara a Isaza.

Por sus aliados e influencia, San Miguel es una zona estratégica para la organización, deben acostumbrarse a la ruta que desde allí conduce a Puerto Triunfo. Tener el control de la zona y asegurar que sea segura es prioridad para Ramón, pero el largo trayecto hace prácticamente imposible la tarea. Andar en un carro por una trocha a sesenta kilómetros por hora, con la parca sobre el techo se vuelve rutina. En este viaje los acompaña el sonido asfixiante de las chicharras. El campero Land Cruiser está bajando Buenos Aires, al volante Macguiver, escolta el Enfermero, atrás Ramón. Como en una película de Vietnam o de Van Dam, los tres tripulantes pueden advertir unos segundos antes el rocket que los busca. Solo Macguiver y Ramón alcanzan a invocar a la Santísima Trinidad. El conductor hace una maniobra y milagrosamente el rocket pasa debajo de la camioneta, solo se escucha el estruendo del cohete contra el barranco. Macguiver acelera al fondo, cien kilómetros por hora, se escucha otra explosión, pero resultan ilesos.

Es difícil tomar venganza sobre el capo de las drogas más poderoso del mundo. Isaza lo comprende con un poco de resignación, pero hasta en la guerra el destino da oportunidades de tomar desquite. Recibe una llamada por el radioteléfono.
—Viejo, acaban de hacer un robo en una joyería en La Dorada Caldas, es una banda de siete, se llaman Los Piscos, se llevaron muchas joyas, salieron como un tiro rumbo a Medellín… En la trampa a ver qué pueden hacer ustedes.

Ramón, conocedor al detalle de la autopista Medellín-Bogotá, decide darles caza a la altura de Campo Verde, los hombres de Escobar, en su desconocimiento de la consolidación de Isaza en la región vienen tranquilos. Al frente de la operación está alias Pedrucho, apenas ven asomar la camioneta en la curva, los hombres de Isaza abren fuego, caen el conductor y el acompañante, los otros hombres de Los Piscos tratan de responder, pero reciben disparos por donde asoman, dos alcanzan a salir de la camioneta, pero Pedrucho se los baja. Luego empacan los cadáveres en la parte de atrás de un furgón, los transportan hasta La Josefina, donde los dejan tirados para que hagan el levantamiento. Las joyas se las entregan a Ramón, que las devuelve personalmente al dueño de la joyería, tiene claro que su mejor aliado en esta guerra es la misma comunidad.

Son años en los que día a día tienen que evadir atentados, desenredar intrigas, ajusticiar torcidos. El Cuerpo Élite cita a Ramón a una reunión para cuadrar una especie de pacto, faltan tres minutos para llegar al sitio de encuentro, el líder de las AUC y sus hombres van bien enfierrados y precavidos. Isaza la presentía, el Cuerpo Élite abre fuego, logran herir a Isaza que se lleva tres tiros en una pierna, Cachiris, uno de sus hombres, tiene un balazo en el cuello. Como pueden logran pasar la emboscada. Al llegar al lugar definido para el encuentro aparece el comandante de la policía que los había citado, Ramón le reclama:
—Hijueputas, me entramparon.
El comandante lo niega, seguro fueron otros hombres de la policía al servicio de Escobar, lo trasladan al hospital de Puerto Triunfo. Un día más que sobrevive.
Isaza se recupera del atentado, diez días después Las Mercedes amanece con el rumor de que el pueblo está sitiado por policías. Aprovecha sus contactos con las fuerzas militares y llama a un general.
—Mañana, a las 5:00 a. m., Pablo Escobar estará preso —informa el oficial.
—General, lo que necesite, lo tiene; si necesita guías, los tiene —le contesta Ramón.
—De pronto —cierra el militar.

Llegaron once helicópteros cargados de soldados, veinte camiones llenos de hombres de la Policía Militar. Es una ofensiva, Escobar mató quince policías de Río Claro a Samaná. Ramón no confía en la fuerza pública, así que ordena a sus hombres tomar resguardo, buscar los caños y no caminar, arrastrarse. Ese día quiere aprovechar que el capo puede estar descuidado y sitiado. Quiere meterse solo para tumbarlo. Lo hace por el río, conoce la zona, piensa entrarle cerca de un sitio que se llama Puentelata. Cuando asoma al filo, solo ve cabezas de policías por todos lados y cinco helicópteros. Se echa a rodar, agarra el Galil y lo esconde, se queda solo con la pistola y dos granadas, se mete entre las hojas de plátano, quita algunas hojas dañadas y se monta en un tronco río abajo, cuando llega al puente de Cocorná ve que está lleno de policías, inclina su cuerpo hacia un lado para esconderse, pero un hombre de las fuerzas especiales alcanza a notarlo.
—Hey, hey, pare, pare —le grita.
Por un instante Ramón piensa seguir río abajo, pero el hombre le apunta, entonces nada hasta la orilla.
—¿Cómo se llama usted? —le pregunta el policía.
—Yo me llamo Ramón Isaza.
—¿Dónde trabaja usted?
—Pesca, caza, cultivo —el policía no lo identifica, así que Ramón lo cuestiona—. ¿Quién está manejando la gente aquí?
El policía le señala al mayor a cargo, quien se acerca y se dirige a Ramón:
—¿Usted qué hace con una pistola y granadas?
—Soy Ramón Isaza.
—¿Qué pasa que usted no ha sido capaz de matar ese hijueputa aquí en la región? —le increpa el mayor y ambos se ríen.
—No es tan fácil, señor.
Al parecer el capo había sido avisado y en la noche, antes del operativo, abandonó la región.

Pablo mueve sus fichas en ese juego de tierra caliente, busca mercenarios en Boyacá para darle un golpe a Ramón. A cambio de dinero, soborna al Zarco, a Santo Hermano y a 17, un sargento del ejército con fama de torcido. Ellos le ofrecen a Escobar la forma de matar a Ramón, los rumores hablan de quinientos millones si lo logran. Ante tanto agite Ramón ordena cambiar de rutas.
—Vamos por La Danta, así nos toque dar más vueltas.
La carretera está vacía, tenebrosa, se topan con un ternero bermejo que asocian con un mal presagio. Es una raza extraña, una especie de aparición. Pero ordena seguir de largo.

Es 24 de diciembre, Roque mata una novilla para celebrar, Jhon le dice a su padre que le regale dos kilitos de carne y que le preste el carro para llevarle a la novia. Le dice que irá acompañado de Macguiver y el Enfermero. Ramón le advierte a su hijo que la ruta está muy caliente, que todos están advertidos. Les recomienda ir por Doradal y regresar por otro camino.

Al volver no hacen caso. Dos días antes Macguiver, en compañía de Ramón, vieron en esa misma carretera a un hombre sospechoso cercando con un tarro de manteca en la mano. Faltando veinte minutos para entrar a Doradal se escucha el brillo de las melodías decembrinas, todos en la camioneta están armados como toca, con el aguinaldo al hombro, lo que les da un poco de seguridad ante tanta incertidumbre. El de menos es Macguiver que lleva una granada en un bolsillo, una pistola en la pretina y el volante de la camioneta. Aunque hay un letargo de tranquilidad, Macguiver tiene un mal presagio.
—Hermanos, saquen esos fusiles, nos pueden dar —advierte.

No había más acelerador para ese carro, de pronto, dos barricadas, no pueden verlas porque las montaron después de una curva, la emboscada es inevitable, las descargas rápidas y prolongadas de los hombres de Escobar llegan como abejas. El Enfermero, como puede, responde, pero ellos están protegidos por las barricadas, la pelea no es pareja. El primero en morir es Jhon. El Enfermero trata de escabullirse y recibe un tiro. Como puede, a punta de cabrilla, Macguiver saca el carro de la emboscada, con las llantas en el suelo la camioneta va dando tumbos. El conductor siente el nudo de la muerte que trata de rodear su cuello, un nudo de miedo que aprieta, pero para él y el Enfermero ese no era el día. Fue todo para Jhon, cinco tiros en la cabeza. Al llegar a Las Mercedes la destrucción de la camioneta asusta, la cantidad de disparos, lo cerca que pasaron de aquella granada que Macguiver tenía en su bolsillo, es un milagro que no estén todos muertos. Pero esa pérdida para un padre es un dolor que enmudece el alma. Aunque quiere llorar, no hay lágrimas. Ramón nunca llora, se traga el llanto, lo cambia por un silencio prolongado, todos saben que quiere que lo dejen quieto.UC