Número 114, abril 2020

CAÍDO DEL ZARZO

LETRA MENUDA


Elkin Obregón S.

 

Se menciona aquí Lo que fue presente, el libro de diarios de Héctor Abad, no para intentar una crítica (doctores hay), sino para comprobar que en toda buena obra de este género encontramos, además de todo, pequeñas perlas, a gusto del lector. De las pescadas por este cronista, se ofrece una que parece (o lo es, sin serlo) un minicuento:

“En Mérida, por el viaducto del que se tiran los suicidas, ponen un teléfono amigo y un cartel que dice: ‘No lo hagas, llámanos’. Curan allí de la miseria de vivir, de su desdicha. Devuelven la alegría. Pero dos de los números se han borrado a la intemperie y ya es imposible llamar”.

P. D. En la página 229 un dibujo nos muestra al autor del diario leyendo en una hamaca. Se trata de un magnífico apunte a vuelapluma, del que nada se nos dice. Ojalá ese culpable escamoteo sea redimido en la inminente reedición del libro.

En un relato del chileno Alejandro Zambra, el narrador se acuerda de un chiste, el preferido de su padre, quien, nada apto en general para esos menesteres, se volvía otra persona a la menor oportunidad de contarlo: el del hombre más friolento del mundo. Se trata de un chiste “largo”, modalidad que Zambra describe como “… esos que se pueden contar de muchas maneras, porque lo que de veras importa es la gracia del relator, su sentido de los detalles, su capacidad para llenar el aire de digresiones sin perder el interés de la audiencia”. No se caerá aquí en la tentación de Zambra, quien, tras algunas reticencias, sucumbe al deseo de contar el final. Solo se afirmará que el tal chiste, con obvias variantes, es el mismo que oyó este cronista —por cierto, narrado magistralmente— cuando a duras penas salía de la adolescencia.

Y bien, a eso quería referirse esta nota, antes de perderse por las ramas; al insoluble misterio que encierra la supervivencia de los chistes, sus insólitos recorridos por el tiempo y el espacio, buenos, regulares o malos, sin papel que los consigne, frutos tercamente orales, anónimos, camaleónicos. No sabe nadie cuándo ni dónde nacieron, ni cuánto más perdurarán. Para terminar, una modesta sugerencia: su carácter oral no los exime de una regla: no trates de contarlos en tiempo presente. Hacerlo así revelará tu falta de talento. Sigue mi ejemplo, calla y deja hablar al que sabe.

Elkin Obregon

CODA

Estoy leyendo un libro de Kurt Levy (ese canadiense de todo el maíz). Nunca crucé palabra con él, pero alguna vez lo vi y lo oí en una de aquellas tertulias memorables del Recinto Quirama, creadas por Jorge Rodríguez Arbeláez, un paisa soñador con los pies en la tierra. Parece ya olvidado todo lo que hizo y lo que intentó hacer. Así somos.UC