Número 106, mayo 2019

También con miedo,
también con fuerza

Simón Murillo Melo. Fotografías: Juan Fernando Ospina-Archivo Fértil Miseria

Fotografías: Juan Fernando Ospina-Archivo Fértil Miseria
 

Piedad es una maestra de primaria en sus cincuenta con una voz dulce de asperezas escondidas; hoy tiene una camisa de Pink Floyd escotada y tacones destapados. Un pelao de chaqueta llena de pines le viene a dejar unos cedés de su banda, Odio, para que los venda en su tienda: Rock and Roll.
—¿Me trajiste factura? —le dice Piedad.
—No, nada.
—¿Cómo que no, pirobo?
—Es que yo confío en usted.
—Es que no se trata de confianza. Es por tener la contaduría hecha, bobo.

Rock and Roll queda en el segundo piso del Centro Comercial Paseo de La Playa, un edificio de dos pisos en la esquina de La Playa con la Oriental, rodeado de hombres repartiendo volantes. Uno de ellos con crespos a lo Zarco persigue a una señora y le dice casi al oído: “Nos vamos a perforar, nos vamos a tatuar, pipas, narguilas, copas pa hacer el amor”. Es un resumen de lo que ocurre adentro: un sábado cualquiera el sitio zumba con las agujas de los tatuadores y parece que cada local está repleto.

En Rock and Roll no tatúan ni hacen piercings. Máscaras de películas de terror adornan las paredes, las acompañan sostenes de taches, colgantes, medias veladas negras repletas de patrones intrincados, camisetas de punk, de hardcore, de metal, de rock, zapatos de plataforma recubiertos en tartán, botas hasta la rodilla, arneses y objetos que no sé cómo se ponen y no estarían fuera de lugar en una tienda sadomasoquista. Lo atienden las hermanas Castro, que son además el alma de Fértil Miseria, una banda fundamental del punk antioqueño, la primera íntegramente compuesta por mujeres, cuando tocaba con ellas la fallecida Yolanda Molina.

Fértil suena a la Oriental, cuando el orín se combina con el esmog y los pitidos de los carros no tienen fin y los edificios se tragan el sol:
Amarillo encabeza
la gran farsa
Azul el cielo
Rojo la muerte
van a adorar
a la bandera
negro es el color
de la bandera
sucio es el color
de la bandera (…).

Vicky es la que canta y escribe las letras. Es pequeña y tiene la cabeza casi rapada y entre los pocos pelos claros y las canas se alcanza a ver un tatuaje que le cubre todo el cráneo. En los brazos hay muchos más, entre ellos una esvástica negada; su cuerpo, un testamento de horrores y resistencia en el siglo XX. “La ropa no lo hace a uno, pero mientras más roquera me vista mejor me siento”, y habla del visaje de “un bobo hijueputa con una cresta o una cadena pero que no sabe nada”. Ella fue la primera mujer vocalista de una banda de punk, posiblemente la primera roquera en liderar una: Crimen Impune.

En los años ochenta había muy pocas mujeres en el rock en Medellín y las miraban por encima. “No nos decían casposas porque llevábamos mucho tiempo en la escena y sabían que amábamos el rock. Todos decían: cómo será el descache de esas viejas, y por eso iban a vernos al principio. Cuando tocamos las primeras veces, siempre era en piezas y techos con bandas amigas. En Castilla, Manrique, Envigado, basureros, donde fuera”.

Vicky trabajaba en Mimos y Piedad, la bajista, estaba cansada de hacer fonomímicas: tocaban con guitarras de palo. “Trescientos, cuatrocientos roqueros en una terraza, poníamos el disco y nos disfrazábamos y hacíamos como si estuviéramos tocando. Nos daba mucha risa porque a veces la gente creía que estábamos tocando de verdad y yo les decía, ¡cómo pueden ser tan brutos!”.

Empezaron como un trío con Yolanda que murió de cáncer hace tres años; le pusieron a la banda Fértil Miseria por la abundancia de la tierra antioqueña para engendrar asesinatos, desplazamiento y pobreza. Yolanda tenía una tienda de discos para punkeros en el Paseo de La Playa y Piedad se la manejaba hasta que se cansó y decidieron cerrarla. Aprovechó el vacío y hace once años ya, montó Rock and Roll tras la huella de Yolanda: “ Yo quería que los roqueros tuvieran un lugar chimba al que ir”, dice.

Eran los años más duros del narcotráfico, en los que la violencia arrojaba miles de flores sangrientas en Medellín. El punk, un orgulloso hijo bastardo del rock tocado en garajes por amateurs, reggae, ritmos peruanos y el caos social, nació más o menos en 1978 en Inglaterra. El año del verano más caliente hasta el momento registrado por allá, cuando la inflación estaba disparada y el trabajo era escaso en los suburbios. Los orígenes musicales y estéticos del punk son difusos, retumban contra las puertas de las bodegas, en suburbios hastiados y en las entrañas de pelaos solos; inventando la blasfemia en bares de tercera. Su estética se unifica por la confrontación a la sociedad, a la música, al futuro: algunos andaban con agujas perforando las narices, cachetes y orejas, mujeres se vestían de hombres, hombres andaban con faldas, la ropa del colegio se podía convertir en una indumentaria militar para escandalizar a la madre, camisetas mostraban violaciones, esvásticas y fotografías obscenas, las banderas y símbolos patrios y religiosos eran controvertidos. Vivienne Westwood, la madre de lo que significa el punk llamó a su primera tienda Sex que después cambió de nombre a Les Seditionaries.

El punk era la estética de la amalgama y el caos que rehusaba cualquier cuartel. Un vacío en el entramado de la vida que se convertía en otra cosa. Westwood lo resumía como “vestimenta confrontacional”, el choque entre lo natural y lo construido: si era feo, era hermoso.

Aquí, el sonido y la estética del punk llegó tarde, en los albores de los años ochenta. “Cuando estábamos empezando no había ropa. Las camisetas pintadas con vinilo, todo de negro. Los taches, inmundos, los comprábamos en ferreterías, no había tiendas especializadas. En el ochenta y punta nos llegó de Estados Unidos a Vicky y a mí una camiseta original de Slayer y Destruction”, dice Piedad, “y todo el mundo nos paraba: ‘¡esas camisetas!’, llegábamos a un concierto y casi que no nos dejaban en paz. Y yo mandé dos pintadas para la USA y allá eran la sensación las pintadas de vinilo. Ellos querían las de aquí y nosotros queríamos las de allá. La ropa era mucho más agresiva que la de ahora. Nos poníamos taches en la muñeca. ¡No, eso era un tacherío ni el hijueputa! Y era lo único que había. Toda la ropa era hecha por nosotros”. Durante un tiempo usaron gabanes y una mezcla del vestuario pasado y moderno de los punkeros europeos; como la música, las pintas inevitablemente llegaban tarde.

La ropa cumplía aquí una función más explícita que para los punkeros del primer mundo: marcar territorio. Para muchos, el punk fue lo que salvó o intentó salvarles la vida cuando todo se hacía pedazos, decenas de jóvenes buscando baterías para empezar una banda. La creatividad, producto de la brutalidad medellinense, florecía. A finales de los ochenta y principios de los noventa Medellín era, como siempre, la primera en el mundo: desbordaba en bandas de rock y asesinatos. Su influencia creativa se extendió a la moda, la publicidad, la fotografía, el cine. Piedad se convirtió entonces en una influyente figura del fanzine y el periodismo musical, editando a punta de fotocopias las revistas Medellín Subterráneo y Nueva Fuerza.

Fotografías: Juan Fernando Ospina-Archivo Fértil Miseria

En los fanzines se escribía sobre el uso de napalm y los abusos del imperialismo gringo, entrevistaron a la banda sueca Raped Teenagers sobre el frío por allá arriba y a una banda local que les dijo sobre su producción: “Hasta el momento hemos vomitado ocho asquerosos temas y esperamos seguir haciendo más”. El estilo se convirtió en una forma de arte y de vida, el rechazo a todo con un largo y estilizado dedo medio sobre la sociedad que los parió.

El actual cantante de Mayhem, la influyente banda de black metal noruega (el anterior murió asesinado como parte de una oscura trama de suicidios, cuasicanibalismo y rituales satánicos), tiene un disco de Fértil que mostró en una entrevista, en la que dijo que el sonido de Colombia se parecía al de Noruega. “De una u otra manera la rabia de nosotros era la guerra, la música, el miedo, porque también con miedo se hace música. Y lo de ellos podría ser la soledad: tenerlo todo puede ser muy duro también”, opina Piedad.

En esos años se iban caminando a todas partes. Una amiga de las hermanas recuerda las subidas a pie hasta Santa Elena y las caminadas desde las comunas del norte hasta Envigado. Las acusaban de satanismo y les cerraban la puerta en la cara. Una vez la Kika, hombre de confianza de Pablo Escobar, se las encontró cuando subían a pie por Castilla y sacó el arma para matarlas, “por roqueras”, pero apareció una patrulla que les salvó la vida.

En una fiesta en Cristo Rey se fueron las hermanas Castro con un combo de punkeros. Iban a una casa desocupada con sus tesoros más preciados: discos carísimos de vinilo que llegaban de Europa y Estados Unidos. Entró una banda armada con pistolas y machetes, cerraron la puerta y los robaron. Después anunciaron que iban a violar a todas las mujeres. “Teníamos los gabanes y los hombres eran igual de peludos que las mujeres. Yo le dije a Vicky: parce, agache la cabeza y no la vaya a alzar ni por el putas. Y los hijos de puta dijeron: ‘hagan fila aquí los hombres’, y nosotros nos hicimos con los hombres y salimos. A las cinco mujeres que quedaron las violaron y las volvieron mierda. Eso fue una cosa que yo nunca olvidaré. Creo que Vicky y yo fuimos las únicas que nos escapamos”. La ciudad se partía en gritos y los barrios se dormían a punta de balas. Los punkeros se arrastraban por calles y esquinas como una mancha negra intentando gritar más fuerte que Medellín, en una espiral de muerte y violencia, de No Futuro, de presente infinito.

La música de Fértil es particularmente agresiva. El ritmo es veloz y la cacofonía de los instrumentos parece atacar la complacencia del oyente; las letras hablan de desplazados, atacan a los militares, a los policías, al Estado. Una de sus canciones más populares, Los generales, dura minuto y medio y termina así:
Honorables, honorables, honorables, generales
Honorables, honorables, honorables, gonorreas
Gonorreas, hijos de puta.

Otras tratan explícitamente de la muerte:
Instantes
de fríos envolventes
otro cuerpo está inerte
su mente esperará
es mi hijo, es mi hermano
no tenía que pasar
es muy joven, es mi amigo
nos tenía que dejar.

El punk puede leerse como un dadaísmo comprometido. Letras e imágenes crudas mezcladas con lo imposible para hablar de lo imposible. Dice Piedad: “Estoy absolutamente convencida de que esa agresividad en las letras y la música, y todo lo que hace a una banda como Fértil Miseria, es la consecuencia y la causa, además, de haber sufrido toda esa violencia”.

Piedad perdió la cuenta de sus muertos, y Vicky dice: “No hay necesidad ni de hablar de eso”. Crecieron en un barrio complicado. Vicky dijo en una entrevista que le ofrecieron plata para matar a un policía. A Juan, el guitarrista de la banda, lo metieron a un carro hace unos años y le dieron vueltas para intimidarlo: no te queremos ver más por acá, peludo. Cuando Piedad habla de su infancia se le quiebra la voz, normalmente dura y voluminosa: “He pasado hambre, maltrato por parte del padre, autoritarismo, me tocó aguantar hambre, viví en la calle veinte días. Mi papá nos maltrataba y nos iba a pegar con una tabla que tenía un clavo y salimos voladas... Creo que por eso amo tanto a mis estudiantes, porque sé lo que es ser como ellos”. Los estudiantes de Piedad, que se sorprenden cuando ella también toma aguapanela, son su orgullo: cuando habla de ellos, también llora.

El hijo de Vicky de diecinueve años vive con ella y estudia Diseño Gráfico. A veces, ella le dice al despedirse: “Cuídese, y de pronto nos vemos después”.

Y aunque hay problemas de plata, las hermanas se aferran. Son admiradas y la violencia ha podido ceder en sus vidas. Vicky revienta de orgullo cuando llega a los parches: le piden fotos, le dan picos; a Piedad se le arriman para decirle que es una berraca.

Los locales en el Paseo de La Playa tienen una clientela esquiva y esporádica. En pocos meses los locales cambian de dueños y ofertas. La mayoría del primer piso son propiedad de una mujer hare krishna que se expandió al negocio de los metaleros y punkeros. Tiene más de diez tiendas, todas idénticas: fila tras fila de camisas negras al lado de narguilas y piercings. En el segundo piso, Blacky’s store exhibe un maniquí con chaqueta de cuero, leggins de esqueleto, botas punkeras, todo al ritmo de Bruno Mars sonando por los altoparlantes, Cambios Trujillo’s cambia bolívares a pesos, y el local es solo una mesa colegial en una esquina, ni siquiera paredes de yeso.

Vicky está un poco arrepentida de no haber seguido trabajando en Mimos. Gente que empezó con ella ya es administradora o ha escalado en la cadena corporativa de la empresa, pero ella sigue teniendo problemas de plata. Hace poco le descubrieron varios problemas de rodilla, le duele y está empezando a caminar con una ligera cojera. No quiere hacerse operar, porque eso implicaría volver a operarse dentro de cinco, diez o quince años. Sus tatuajes y sus pantalones de cuero, la expresión feroz de siempre son una defensa ineficaz ante el cuerpo que se desgasta a fuerza de golpes y calle.

El equipo de fútbol en los torneos interclases de los alumnos de Piedad se llama La Piedad, porque los niños la quieren mucho aunque sea “fuerte”. Los regaña por sentarse mal y los hace quedarse más tiempo si no hicieron la tarea. “Usted tiene que ser alguien en la vida, porque yo ya tengo media pata en el cementerio, y es a ustedes a los que les toca cambiar este mundo tan asqueroso”. Habla de la descomposición social y critica a las familias colombianas, y por un momento suena como un político conservador: “¡Es que esos pelados andan en la calle a las once, doce de la noche, y a los papás no les importa!”.

¿Y vos no estabas en las mismas a esa edad? “No. Mi papá no nos dejaba. Teníamos que estar en la casa a las nueve de la noche”. Vicky la interrumpe: “Y llegábamos al otro día, nos daban unas pelas”.

Piedad no tiene hijos. “La chimba, tener un niño en este mundo tan gonorrea”. Sus arranques godos los puede descargar en la tienda, con sus estudiantes, en la banda.

Ella piensa que en algunos años puede cerrar la tienda, aunque no sabe qué hacer con Fértil. “Es un novio feo que nunca quiero dejar”. Detesta la vejez: “Es el estado más asqueroso del ser humano. Y por ese odio tan hijueputa que le tengo, seguro voy a llegar a vieja. Pero por ahí en unos diez años me voy con Vicky y unas amigas a una finca, un parchecito de viejos roqueros para ir a morirse”.

Este año cumplen treinta años juntas, la banda de punk más vieja de Antioquia, y tal vez de Colombia. En 2010 se presentaron ante más de treinta mil personas en Rock al Parque. A Piedad le dio diarrea. “Yo casi me muero: cagué tres veces. Ya después del tercer tema, muy bien, pero si me ponía a mirar al frente, me moría. Y se veía gente con banderas de Fértil Miseria. ¡Qué belleza!”. En el concierto, los pelados hicieron un pogo gigantesco, mientras Piedad, con una camiseta de Dead Kennedys y un bluyín negro pegado, voleaba la cabeza, y Vicky, vestida y con el aplomo de un general anarquista, se paraba con fuerza en un reflector, canalizando el odio y la esperanza de un público que se enredaba como un huracán. A ratos parecían cansadas y Vicky se arrodillaba a descansar. Pero un segundo más tarde ya estaba otra vez de pie gritando con la rabia de los años: ¡Gonorreas hijueputas! UC

Fotografías: Juan Fernando Ospina-Archivo Fértil Miseria