Número 86, mayo 2017

Corazón colorado
Camila Taborda. Ilustraciones: Srta. Scarpetta

Ilustración: Srta. Scarpetta

Para protegerse del abuso, Ece veló cada noche su habitación durante tres años. Un infantil cuarto de paredes azules como el cielo, seis metros cúbicos ahogados en cerámicas de puntitos grises prestos para crear formas y un dibujo del Pato Lucas colgado tras la puerta, hecho con trazo alegre y escolar.

A las siete de la noche, cuando el sol abandona las calles de Medellín, la inserción metálica de un sencillo pasador asegura el único dormitorio que al dormir se cierra. Solo un redondo picaporte distingue la puerta de la pared blanca y larga del pasillo, donde están suspendidos dos atardeceres pintados por mamá.

Adentro, una niña de diez años se viste con dos sudaderas gruesas, una camisa larga, un buzo negro encima y en la cama, se agazapa bajo tres cobijas. Mira hondamente la ventana: el resto del condominio ensombrecido por la noche que a gotas cae.

En los apartamentos del frente trasnochan sus amigos. La separan de ellos las escalas en zigzag en las que se mecen cuernos de alce y que, en época de florecer las plantas del pretil, cuando visitan los colibríes, embellecen el edificio Pichincha Oriental cerca de las Torres de Bomboná.

Es 2001. Bajo el desvelo profundo, por más que Ece agudice el oído y distinga el traquear de la madera del baño o el sonido que levanta la cortina de seda por un ventarrón, nunca escucha los pasos que se acercan. La caricia del pie desnudo sobre la baldosa le es imperceptible.

Quizá tampoco los otros escuchen: su hermana mayor que descansa justo al frente, la cama matrimonial de los padres a siete pasos de su habitación y a 45 grados, sus dos hermanos que duermen en una misma pieza.

Solo tiene un deseo: ver las figuras del cuarto bañadas de sol, sus pensamientos flotando en una piscina, la aurora patinando desde lo alto de su ventana, el viento frío del amanecer perfumando los nuevos trinos, un toc toc de anillo, es mamá. Ahora debe ir al colegio y podrá dormir sobre el pupitre arrullada por treinta niñas que escuchan hablar a la profesora de cuarto de primaria.

Casi empezaba a soñar. Sigue siendo esta noche, la blanca puerta se agita y la biblioteca que la atranca vibra haciendo temblar la cama, Ece se incorpora sobresaltada. No puede volver a ese trance en el que simulaba dormir. Son eternas esas horas en las que sabe que papá ha logrado entreabrir el pestillo con una navaja sin ruidoso esfuerzo y ha de entrar, ha de entrar a tocarla como la vez primera.

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La primera teoría sobre de qué está hecho el hombre se remonta al siglo IV a. C. Según Empédocles, cuatro elementos lo componen: agua, fuego, tierra y aire; la unión o dispersión de ellos dependen del amor y del odio respectivamente. De modo que para el filósofo griego, la salud significaba el equilibrio de los elementos.

Cien años después, Hipócrates de Cos expuso la teoría de los cuatro humores: el origen de las enfermedades, la personalidad y el aspecto físico de una persona se deben al exceso o carencia de un humor; ya sea sangre, flema, bilis amarilla o bilis negra. Es decir, un cuerpo en el que predomina la bilis negra era un espíritu melancólico. De hecho, durante casi dos mil años se estudiaron así las dolencias humanas.

En América fue distinto. De acuerdo con la Historia de la psiquiatría en Colombia de Humberto Roselli, la causa de las enfermedades en la época precolombina correspondió a un pensar mágico, o sea, eran el efecto del robo del alma o “la introducción en el cuerpo del hombre de un cuerpo extraño o perturbador”.

Más tarde, la medicina colonial varió entre la medicina sacerdotal, un saber primitivo sobre botánica y el curanderismo popular. Para entonces, la locura era provocada por la influencia de la luna, un inacabable aleteo de mariposas nocturnas en la cabeza, el alma de los muertos, la menstruación en las mujeres, la debilidad del cerebro o por espíritus demoníacos e invisibles como los duendes, por tanto, era preciso tener el corazón colorado, mitificó el pueblo muisca: “ser fuerte y regio para sufrir los infortunios”.

Hacia 1773 José Celestino Mutis escribió Sobre los hipocondriacos, una obra referida a las hipocondrías, conocidas actualmente como depresiones, y producidas algunas por “descomposiciones del cuerpo” y la mayoría, por “pasiones dominantes”. Seguidamente, recomendaba baños de agua fría, ejercicio moderado a pie o a caballo, alimento humectante, la influencia de un buen consejero y la lectura de libros como El Quijote. También Francisco José de Caldas publicó su estudio Del influjo del clima sobre los seres organizados, afirmando que los alimentos y el clima influyen sobre la apariencia, las virtudes, el carácter y los vicios de los hombres.

Sin embargo, de 1610 a 1811 funcionó en Cartagena de Indias la Inquisición y a su mano el Martillo de las Brujas, un manual de diagnóstico y tratamiento de la brujería escrito por los dominicos Kraemer y Sprenger a finales del siglo XVI, por el cual incontables enfermos mentales fueron sindicados como brujas, hechiceros o hechizados.

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Un niño recostado sobre el alfeizar siluetea la noche lechosa. “No te duermas. Si te duermes no te vas a volver a despertar”, dice mirando hacia acá. Es septiembre de 2002 y él debe tener cinco años. Lleva algunos días apareciendo como una pequeña oscuridad. Sucede así: ya internada en el cuarto,vestida con prendas repetidas, sudando bajo mantas dobles, mientras el sueño tarda en acartonar los sentidos, él susurra: “Te vas a morir”. Se ha hecho una costumbre tenebrosa; ya es febrero de 2003 y él viste una túnica blanca que lo corta por la pantorrilla dejándolo vuelto sombra, porque la poca luz del cuarto se cuaja a sus espaldas, por la ventana. Se está allí por lagos de tiempo y el Niño puede decir una frase por noche. Una frase que se repite y hace eco: “Si te duermes te pasa algo… Si te duermes te pasa algo, si te duermes… tus hermanos se van a morir. Si te duermes, tus hermanos se van a morir”.

Entonces, Ece se vuelve un feto tembloroso que quiere abrir la puerta para cuidar de sus hermanos: proteger a Mateo que es un niño alegre con un tazón de pelo bronce en la cabeza y a Juan José, que apenas se está haciendo grande con una voz espesa que lo fuerza a carraspear. Llora porque no puede abrir la puerta. Es 2004 y el pasillo los aleja, el silencio chilla lo peor; mañana al despertar estarán muertos en su cuarto blanco.

El Niño dice: “También tu mamá. Van a matar a tu mamá… Te vas a dormir y tu mamá se va morir”. Solamente mamá le cree, todos dicen que es mentira, pero ella la ha distanciado de papá, no puede morirse. Es un año más: 2005 y el Niño está quemado, un traspié de luna aclaró su rostro: las formas se chorrean por su cara. Ece suda la cama, el escalofrío es caliente y tiritan las telas de algodón.

Últimamente el Niño ha aconsejado: “Mátate. Mátate. Es mejor que te suicides, mátate. ¡Mátate!”, y su voz amputa el sueño de Ece. Es media noche, ella sabe que las pastillas para llorar poco están en el cajón y que algunas bastarán. Solo hará falta desabotonar las tabletas, meterlas a la boca y tragar, apiñar las pestañas y que todo acabe, que desaparezca… que desaparezca… que desaparezca.

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Ilustración: Srta. Scarpetta

Hacia finales del siglo XVIII desapareció en Europa la concepción de locura desde un sistema de creencias. En aquel tiempo, la psiquiatría tenía ganas de hacerse una ciencia, así que fue necesario el instrumento de la escritura para erigirse como disciplina. Por consiguiente, estaba el asilo.

Allí se observó cuanto se pudo; tanto en los muertos como en los vivos, de modo que diseccionar cadáveres locos y examinar largamente a los internos, y repetir por años dichas tareas, contribuyó a construir dos discursos científicos: una anatomía patológica de la enfermedad mental y un discurso clínico clasificatorio; la locura como una serie de enfermedades con sus síntomas y su vacilante evolución.

Entonces, ¿cuál era la característica decimonónica del loco? La insurrección de la fuerza. Así pues, la psiquiatría describió cuatro tipos: los convulsos y violentos eran llamados furiosos, los de pasiones e instintos desenfrenados que aún no alucinaban se les denominó maniacos sin delirio. Una tercera locura fue la de las ideas entremezcladas; a estos seres ininteligibles se les clasificó como maníacos, contrario a la locura que se abraza a una idea: una especie de fuerza animada ceñida al comportamiento, la palabra y el espíritu del paciente, definida como melancolía o monomanía.

Durante el siglo XIX, la psiquiatría moduló varias nosologías. En las escuelas de Alemania y Francia se estiraron los términos y ciertas descripciones clásicas funcionaron. Ahora todo tenía nombre en el manicomio y hasta hubo locos que se parecieron entre ellos por enfermedad, bajo una telaraña nosológica, como flores de una misma especie.

Entre tanto, un psiquiatra alemán llamado Emil Kraepelin compuso un Tratado de psiquiatría, editado ocho veces en 32 años, y que recogió una síntesis de patologías hasta 1915. Ya para esta época vivía la noción de que las enfermedades mentales eran enfermedades del cerebro.

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Treinta personas alrededor, los asientos no alcanzan y los niños no esperan; el suelo, los brazos del mueble o las piernas de un tío hacen también de posadero. Forman una circunferencia en la que por ser familia, en algo todos se parecen. Llegan presurosos al aviso de la tía LuzMaría, un grito escurridizo que atraviesa las paredes en madera del viejo apartamento de la abuela, sobre la Avenida de Greiff en pleno Centro de Medellín: “¡Vengan, vengan que Eceva va contar un chiste!”.

Pantaloncitos color agua de playas vírgenes y camiseta con estampado de riña entre el Pato Lucas y Bugs Bunny, ojos revoltosos y capulina solar. Ece empieza a contar con aire costeño, como aprendió en Sábados Felices la noche anterior, cuando Jota Mario Valencia presentaba el programa humorístico emitido en 1998 por el canal Caracol.

“A mí me encanta como usted los cuenta”, le dicen. Huele a fríjoles pitando mientras la tía retrocede dejando en Ece la atención, ella se pone en el centro: flaquea los brazos, sonríe, remeda una voz de consonantes apretadas. Ahora mismo tiene siete años.

Es su chiste más largo, su favorito: un par de prometidos con mal olor en la boca y en los pies, la novia no ha de hablar y el novio no debe sacarse las medias. Se apresura a rematar el chiste: abre los dedos, bate las muñecas, tuerce la cadera y hace de joven caribeño que busca un calcetín en la cama, junto a su esposa: “¿Ve, no me digá que te la tragaste?”. Todos se carcajean estirándose para tocarla en señal de elogio. Supo contar chistes hasta los nueve años, cuando el favorito dejó de ser su papá y atronó el silencio.

Hasta que le dijo a mamá, “mi papá me toca por las noches”; bajo un calor de mediodía; en una esquina sin árbol del Parque de los Pies Descalzos. 2002, ese mismo día fue diagnosticada con depresión.

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A la depresión, en Antioquia, se le llamó melancolía. Junto a la oficina de Archivo Histórico de la Universidad Nacional en Medellín, un cuarto oscuro con olor a centuria, repleto de legajos y repisas de metal guarda 69 754 historias clínicas de lo que antes era el Manicomio Departamental y hoy se conoce como Hospital Mental. Dentro de 471 cajas hay documentos correspondientes al periodo 1903-1978. Algunas historias clínicas conservan la firma a lápiz de Lázaro Uribe, quien fue médico director del Manicomio Departamental entre 1920 y 1946.

Una vez internos, los enfermos duraban décadas allí y el motivo de la salida, en noventa de cada cien casos, era la caquexia, señalada por el doctor Uribe Cálad en los mismos documentos como el “final de los enajenados”; es decir, un estado de desnutrición.

Entre la filigrana extra strong del papel, desde 1905 hasta 1966 se registran diez tipos de melancolía: simple, sin delirio, crónica, delirante, aguda y senil, ansiosa, con estupor, con ideas de persecución y demencia, hipomelancolía y melancolía depresiva.

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“Que desaparezca. Que desaparezca… que desaparezca”.

No. Las venas cortadas suturan. Raparse la cabeza. Fumar marihuana. Consumir cocaína. No volver a casa por días, no volver. Que desaparezca. Octavo perdido, repetir. Desaparecer. La tos de mamá. Fluoxetina. Una docena de perforaciones. Drogarse. Pepas, ácido, alcohol.

“Mi papá abusó de mí”.

Ece está loca, todo se lo inventó. Mírela cómo ha cambiado. Se retiró de la Escuela Normal Superior Antioqueña para pasarse al Ferrini, fíjese los amigos con los que anda y la pinta que tiene.... Ella consume, se lo inventó todo. ¡Está loca! Tiene enferma a la mamá pero eso no le importa. La otra noche sus tíos la sacaron drogada de una fiesta, además, roba cosas en la casa y está muy fea, como era de linda.

“Sabotearme. No dejarme ver y desconfiar”.

Dentro de las montañas el sol cala usualmente a 22 grados en Medellín. La Coca-Cola hierve a más temperatura pero la carne del rostro es delicada. La piel se ampolla si por quince minutos la gaseosa se calienta encima y se vuelve una plasta chiclosa sobre las mejillas, como melaza ardiente difícil de quitar. Se queman los lunares, el halo de la boca, el ceño adolescente.

“Vaya al psicólogo. Mire cómo va a hacer para hacer que él sea su papá”. Agosto 24 de 2006, quince años: Banquetes Bolivariana. Tres años sin ver a papá. La cara reducida al bigote y a las cejas, sus manos de arco arrugadas, su nariz obtusa. Tiempo de vals un dos tres un dos tres y es hora de que baile con su papá, señorita. Sesenta fotos y ninguna sonrisa. Se colaron los amigos, trajeron cocaína, un dos tres, un dos tres, hicieron que la fiesta se acabara a las doce.

“Hospitalizaron a la mamá, está en la clínica… La ven muy enferma”. Largas noches acompañando a mamá, noches que estrechan y las vuelven al tiempo en que no había necesidad de tocar la puerta, a los años en que Ece hablaba sin forzarla, cuando era niña y se colgaba del cuello de su madre. Se habían vuelto muy parecidas y la cocaína, la marihuana, las pepas, el ácido empezaron a mermar. Un día, terminó el bachillerato.

“No saldrá del coma, le vamos aplicar los santos óleos. Ve y despídete de ella”. No mueras mamá, por favor no mueras, mira que se arranca los piercing del cuerpo, que se tintura el color del pelo para no parecer una marihuanera, se viste como quieran pero no mueras. Es 25 de septiembre de 2009, no agonices que ella no quiere vivir de nuevo con papá. Abre los ojos, sal del coma por favor. La hinchazón podrá bajar y la tos desaparecer, los pulmones pueden estar bien de nuevo, también la familia puede estar bien de nuevo. No la dejes sola.

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Ilustración: Srta. Scarpetta

En la actualidad, hay dos sistemas clasificatorios reconocidos a nivel mundial: la décima versión de la Clasificación internacional de enfermedades (CIE-10), a manos de la Organización Mundial de la Salud, y la quinta entrega del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM V), propio de la Asociación Americana de Psiquiatría.

En 1844, trece directores de asilos para alienados fundaron la Asociación de Superintendentes Médicos de las Instituciones americanas para enfermos mentales durante una reunión en Filadelfia, Estados Unidos. Lo que terminó por convertirse en 1921 en la organización psiquiátrica más importante del mundo: la Asociación Americana de Psiquiatría, APA. En 1999, su presidente número 127 fue colombiano: Rodrigo Muñoz Barragán.

Debido al disenso frente a la clasificación de enfermedades mentales, APA publicó en 1952 su primer Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, con 112 categorías diagnósticas y descripciones para cada patología. Dieciséis años después, con la creación del DSM II, se inscribieron 145 trastornos mentales a disposición de la práctica clínica.

Hacia 1980 apareció una tercera versión que contenía 297 trastornos. Catorce años después, una nueva entrega: el DSM IV, con dos etiquetas diagnósticas de más en el sumario. Y el 18 de mayo de 2013 se presentó la última edición de APA: el DSM V con un total de 546 trastornos mentales que los psiquiatras consultan al momento de diagnosticar.

Pero, ¿cómo define APA qué es una enfermedad mental? Cada tanto se forma un cónclave que lo dictamina; por ejemplo, en 1973 se decidió eliminar de la clasificación de trastornos mentales la homosexualidad, contrario al caso de la OMS, que apenas la retiró de su lista en los años noventa.

En Colombia, según la Resolución 1895 del 19 de noviembre de 2001, todos los diagnósticos impartidos en EPS, IPS, aseguradoras del Soat, pólizas de salud y el Fosyga, deben codificarse utilizando la CIE-10.

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2016. Casa en Envigado.
—Papá, te perdono.
—¿Perdón? ¿Por qué? ¿Por qué me va a perdonar?
—Porque usted siempre me ha querido a mí poner como la que dañó la familia y usted sabe que yo no fui, fue usted.
—¿Por qué?
—Porque yo sé que usted me tocaba.
—No, ese tema yo no lo voy a hablar con usted.

Ece tomó la habitación más apartada de la casa, la que corresponde al oficio doméstico junto a la cocina, con baño propio. En las mañanas, siempre a las ocho, debe ducharse rápido y sacar a Gretel, una cachorrita criolla que recogió hace seis años. Pasean por media hora hasta que la abandona el sueño impuesto por la Olanzapina de 20 mg, Mirtazapina 30 mg y Zopiclona de 7,5.

Vuelve a casa y deja a Gretel para ir a la Universidad Pontificia Bolivariana, donde estudia psicología. Tiene 24 años y a veces debe bajarse del metro sin aire porque siente que la persiguen. Dice que piensa mucho, que piensa muchas cosas en poco tiempo como si en la mente estallaran ideas continuamente que colisionan, que la irrigan.

Ahora es rubia y resaltan sus ojos claros. Cada tres meses cambia algo en su cabello, aunque todo debería ser igual y la vida tendría que estar en calma. Y cada mes, una tarde, lee las cartas de sus amigos guardadas en un maletín. Sueña llenarse la espalda de flores y mariposas, de los lirios naranjas que prefería su mamá y vivir en un mariposario, sí, envejecer en un mariposario.

Todavía, a las siete de la noche, cuando el sol abandona las calles de Medellín, la inserción metálica de un sencillo pasador asegura el único dormitorio que al dormir se cierra Pero hace unas noches las pastillas trajeron el sueño antes de asegurar la puerta y abrió los ojos cuando la cabeza blanca de su padre se asomaba junto al marco. UC

 
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