Número 86, mayo 2017

CAÍDO DEL ZARZO
A LA SALIDA NOS VEMOS
Elkin Obregón S.

El título de esta croniquita es una frase que fue casi ritual en los colegios de mi época, y entiendo que en las siguientes. Dos condiscípulos, por cualquier razón, se enzarzaban en una disputa verbal, agria y violenta que prometía pasar a mayores; se retaban entonces para dirimir el asunto a la salida de clases. Así se hacía, y los demás asistíamos a la reyerta con culpable regocijo. Un código no escrito prohibía emplear armas distintas a los puños; muchas veces no había vencedores ni vencidos, y al día siguiente solo quedaba de la lucha algún ojo amoratado, o alguna mejilla hinchada. Como por arte de magia, la paz se sellaba; y, ley casi fatal, al cabo de pocos días aquellos rivales pasaban a ser amigos entrañables. El porqué nunca lo supe, pero fui testigo del hecho más de una vez. La hermandad de la sangre.

Carlos Palau hizo una película con ese mismo nombre y tema. No la he visto, pero me gustaría; pues en pocas ocasiones nuestros cineastas se han ocupado del asunto; al menos, a fondo. Lisandro Duque y Carlos César Arbeláez tienen éxito manejando niños, pero rara vez los sientan en un pupitre. En fin, volvamos al colegio.

No siempre el duelo era a la salida. A veces, impostergable, se daba en el mismo claustro; o no se daba. Saco de mi memoria una partida de basquetbol, durante un recreo. L. y B. tuvieron un encontronazo deportivo, tan fuerte que llevó de inmediato al desafío físico. L., buen amigo mío en ese entonces, era ya conocido y respetado por la eficacia de sus puños. B. lo sabía, y, aunque más alto, rehuyó cobardemente la pelea, alegando argumentos pueriles; en dos palabras, se rajó. Poco después abandonó el colegio, sin llegar a bachiller. Pasados algunos años me lo encontré en la calle, portando un maletín de vendedor. Sentí en él algo patético, un aire de derrotado. No quiero caer en la simpleza de decir que aquella pelea rehuida decidió su destino. Más bien creo que desde siempre fue un born looser. Nunca más volví a verlo, ni tampoco a L. Alguna vez intenté escribir un cuento sobre ese episodio, pero también me rajé.

P. D.
No hablo aquí del siniestro bullyng, o matoneo porque no viví de cerca ningún caso, aunque sé de muy buena fuente que los había, y tan terribles como ahora. Por lo demás, la cosa viene de vieja data. Un pasaje elocuente acerca de ese asunto aparece en la novela Demián, de Herman Hesse. Tengo aún el libro, pero no quise consultarlo. Hesse es un gran escritor para jóvenes, ansiosos de grandes verdades; después, por desgracia, las cosas cambian.

 

Elkin Obregon

 
 
CODA

La última estación es el nombre de una crónica de Juan José Hoyos publicada hace poco en El Colombiano. Se habla en ella de Ligia Moreno, una dama nonagenaria que murió en la pequeña finca del escritor y su esposa ubicada en Cisneros. No pretendo contarla ni resumirla, solo quiero decir que me parece impecable; sugiero sí releerla con calma, para apreciar a gusto el arte y oficio de un gran escritor. Ojalá Hoyos la incluya en algún futuro libro; a ver si así aprendemos.UC

 
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