Número 73, febrero 2016

Tasa de inquisición
Roberto Palacio, Ilustración: Titania Mejía

 Titania Mejía

Ha llamado mi atención el parecido entre dos sistemas de registro separados quinientos años en el tiempo; poderosas listas levantadas en nombre de Dios y del Capital Financiero, salvaguardadas por entidades tan omnipotentes que lograron adueñarse de nuestros temores. Se trata de dos sistemas erigidos bajo la sombra de aquello tan abstracto como la herejía y la morosidad, y al mismo tiempo tan real como el dolor y la deuda: las listas de la Santa Inquisición y las de Datacrédito. A menudo nos ronda esta sensación de que todo absurdo, todo abuso y locura son algo del pasado. Pero no me cabe duda, la versión contemporánea de los índices del siglo XVI en donde se anotaban con escrúpulo los nombres de los herejes son las minutas maníacas de las centrales de riesgo.

Entre más lo pienso, más aspectos empiezan a mostrar su semejanza singular: la Inquisición organizaba autos de fe, grandes eventos semejantes a una corrida de toros donde los procesados abjuraban públicamente de sus pecados bajo el vítor histérico de otros pecadores; Datacrédito deja de perseguir al moroso cuando declara públicamente que su intención es pagar y llega a un acuerdo con la entidad. La persecución, como un demonio interior, como las furias en el teatro griego, no cesa si el moroso no compromete cada centavo. El fin de la Inquisición no era salvar el alma de los acusados, como se reconoce en El manual del inquisidor del siglo XVI, sino crear escarmiento público para prevenir la herejía; el fin de Datacrédito no es enmendar la vida crediticia del ahorrador, sino “crear las condiciones de seguridad y confiabilidad de acción para el sistema financiero”. Al igual que en la Inquisición, donde la abjuración y declaración de la nueva fe no exime de la engorrosa culpa y el mismo hereje arrepentido podía seguir encarcelado por años, para Datacrédito pagar la deuda no saca a un moroso de la lista ni le permite recuperar la libertad comercial. ¿Y cómo iba a hacerlo? Se ha cometido una falta que pone en peligro a todo el sistema financiero, un crimen contra natura. Es por ello que el tiempo de permanencia en la lista crediticia luego de haber pagado suele doblar el tiempo en mora. De hecho, si vamos al detalle, las reglas sobre la permanencia varían dependiendo del tiempo de la mora, si el pago se realizó de manera voluntaria o en desarrollo de un proceso judicial o si ha habido reincidencia. Para la Inquisición, el castigo también variaba según el reo confesara voluntariamente o bajo tortura, si era un reincidente o estaba en medio de un proceso. No hay duda de lo valiosos que para ambos sistemas son los momentos de intromisión en lo personal, lo dicho bajo tortura, la promesa con el ojo aguado… En últimas, el delirio humano, la debilidad ajena cuyo deleite abre apetencias de poder que ni el dinero ni Dios colman.

Sin embargo no se limita el parecido a esta miserable imputación de lo inevitable. Confieso que yo no he podido ver una lista de Datacrédito para este artículo. Tampoco un ciudadano del siglo XVI, o XVII, o incluso del XVIII hubiese podido acceder a las de la Inquisición, posibilidad que parece haber quedado totalmente obliterada cuando por orden directa de Napoleón fueron quemadas. Pero algunas cosas sabemos por los testimonios de las víctimas que sobrevivieron a sus perseguidores. Al igual que en Datacrédito, la Inquisición llevaba un registro minucioso de sus reos, anotando, en el sentido más moderno del término, básicamente los mismos datos que hoy son tan preciados por las centrales de riesgo. Según exigencia del Consejo Supremo de la Inquisición de 1653, las “relaciones de causa”, es decir, cada entrada en la lista, se tenía que surtir con estos criterios, los cuales era preciso —al mejor estilo bancario— actualizar mensualmente: “Debes mencionar el nombre del delincuente y su residencia, y también si es extranjero, su lugar de origen, así como el tipo y la calidad de la ofensa, la fecha en la que fue encarcelado y si confesó en la audiencia o negó los cargos, así como cualquier cosa peculiar que haya sucedido en la audiencia y que deba ser llevada ante la atención del Consejo. También debes decir si la persona confesó a la acusación y el testimonio de los testigos. Si fue torturado, habrá que incluir un sumario de sus deposiciones desde el momento de la sentencia (de proceder con la tortura) hasta la terminación de la tortura. Finalmente, debes anotar cuándo el caso estaba listo para el juicio y anotar las penalidades impuestas por la sentencia”.

En la Inquisición ya estaban en germen los altos valores burocráticos que tanto bien nos hacen hoy. Si esto no se hacía a la perfección, los inquisidores no podían reclamar la “ayuda de costa”, una bonificación anual por su juiciosa disposición para quemar herejes. Tampoco podían reclamar las propiedades de los mismos, el anhelado embargo, punto de convergencia sempiterna de la Banca y la Iglesia.

Hay que decir que la Inquisición –de la cual no se recuerda una sola lista dada al público– fue más meticulosa con los datos de sus reos que Datacrédito que en octubre de 2013 fue sancionada por la Superindustria por utilizar los casos para que sus “ejecutivos de ventas” pudieran hacer presentaciones. ¿Cuántos no habremos sido utilizados como un patético caso de insuficiencia mercantil, impotencia crediticia, falta de músculo financiero, en reuniones donde los banqueros se daban un almuerzo con los dividendos de nuestros ahorros al tiempo que se indignaban de nuestra “mala vida”? Sustitúyaselos por religiosos y se tendrá una imagen vívida de la Inquisición.

 

Por su propósito, las listas eran de hecho asombrosamente similares. Ambas parecen haber sido hechas para que uno nunca supiera si está en ellas o de dónde vienen las calificaciones, teniendo un resultado claro solo cuando viene el evento fallido: la caída en infiernos peores que los de la Divina comedia o el vital crédito negado. Y en ambos casos, siguiendo la lógica, no queda más remedio que calvinísticamente seguir una vida de bienaventuranza con la esperanza de que el éxito en los negocios nos revele si somos material apto para los cielos habiendo mejorado nuestra “calificación”. En un caso llámase vida limpia terrenal y en el otro vida limpia crediticia. Para las centrales de riesgo siempre pende sobre nosotros una calificación, un número que va de 150 a 950, que no conocemos y nunca sabremos de dónde viene pero que pondera nuestra gracia ante el sistema. No es fácil saber en la vida qué hay que hacer para subir la calificación. Duns Escoto y toda la escuela peripatética se preguntaron, ¿cómo he de vivir? Tampoco ahora es sencillo saber cómo hay que ser un buen deudor. Quizá con la cabeza gacha en la fila del banco debamos llegar a la caja y, como dispuestos para entrar en contacto con el Altísimo en comunión, entregar los formatos de consignación en silencio… y sin que nos asombre el saldo retirarnos a meditar luego de solicitar un número. Bienaventuranza, calificación de riesgo. La buena y limpia vida… no importa si crediticia o en la beatitud.

No hay que olvidar que tanto Dios como la Banca se sostienen en su lugar por algo tan endeble, cambiante y humano como la fe. Qué escandaloso y fácil es simplemente negarla. Cómo tambalean ambos sistemas cuando alguien abre la boca y deja suelta la duda. ¿Acaso el negocio bancario no se alimenta de eso que los antiguos llamaron fides? ¿Las emisiones de títulos valor no están basadas en un acto de deuda pública, último respaldo del dinero, que mucho se asemeja a un acto de fe? Bien decía Marx que la economía es la metafísica de la clase alta.

En ambos sacrosantos sistemas se discute si los pecados o las deudas pertenecen a la esfera del individuo o son de dominio público; compárese la Carta sobre la tolerancia, en la que John Locke discute la herejía de los hugonotes, con la sentencia de la Corte Constitucional número SU-082/95 en donde se discute si el reo Gabriel Alberto González, que fue tentado por Invercrédito a adquirir una deuda de 105.857 pesos, la misma que no pudo cancelar a tiempo por dificultades económicas siendo reportado a las bases de datos, tiene derecho a salir de las centrales de riesgo habiendo pagado y por lo tanto a recuperar su vida íntima.

Pero no hay que construir ningún tipo de metáfora para extender los lazos entre las dos listas. Datacrédito castiga a los infieles en un sentido bastante prosaico. A partir de 2012 se reporta a las bases de datos el que cotiza un crédito en una entidad y luego en otra buscando mejores condiciones. Al parecer, la simple consulta, como en el caso de rezarles a otros dioses, va directo a la historia crediticia del infidelis. La extraña apostasía es punible porque implica una deslealtad con el sistema, un uso de la libertad que ha sido caro a la Inquisición y a la Banca, cuando el fiel debería aceptar la palabra que viene de arriba, llámese Dios o City Bank.

Hay sin embargo una asimetría brutal entre los dos sistemas, una que hace más humana y vivible a la Santa Madre Inquisición. Esta última al menos actuaba bajo el remedo del amor. En Colombia hay 23 millones de personas “listadas” en las centrales de riesgo. La Inquisición no llegó a una fracción de ello; se estima que en toda su historia ejecutó a apenas 150 mil, cifra sobre la que hay mucho disenso. Es por ello que recuperar la vida eterna es más sencillo que enmendar la vida crediticia. Así como el creyente se preocupa por estar en gracia de Dios, una medida de su salvación, al parecer, para parafrasear a Dante, los colombianos estamos en la mitad del camino de nuestras vidas en un pasaje oscuro con la senda derecha ya perdida. ¿Qué más da portarse bien si estamos inmersos en una religión que tarde o temprano nos condena? Algún día, cuando el acreedor haya dejado de deber —esa condición que el escritor colombiano Álvaro Salom Becerra identifica con la muerte— y no quede más que el dato en una base de datos, al igual que con las listas de la Inquisición por las cuales los historiadores han sabido de personas largo rato olvidadas en la historia, no quedará más que nuestra “relación de causa” en donde consta que durante nuestras vidas pecamos, dudamos, fuimos infieles o simplemente nos atrasamos una cuota en el pago de un calentador de paso… porque por lo demás, lo más probable es que no quede ningún otro registro de nuestro paso por esta larga fila de deudas y pecados que llamamos vivir. UC

 
blog comments powered by Disqus