El Niño consiste básicamente en un calentamiento extremo de la zona oriental del Pacífico tropical, cerca de las costas de Suramérica. Ese calentamiento ocasiona anomalías en la circulación atmosférica a nivel planetario, cuya principal consecuencia es una redistribución de las lluvias en las zonas continentales. La duración e intensidad de la sequía en Colombia durante El Niño depende de la severidad de la anomalía oceánica, la cual durante las últimas décadas se ha podido monitorear con mucha precisión gracias a la tecnología satelital.
El calentamiento de las aguas oceánicas produce un aumento en su volumen y en consecuencia, la superficie del océano se eleva unos cuantos centímetros. Gracias al monitoreo satelital de la Nasa sabemos que el área “levantada” en el Pacífico en el mes de enero de este año es de unos seis millones de kilómetros cuadrados aproximadamente, casi el doble de la registrada en 1998, lo que posiblemente implica un fenómeno con consecuencias más graves para la zona continental, es decir, una sequía peor.
Otro parámetro que se utiliza para evaluar la intensidad del fenómeno es qué tanto se calienta en promedio el área oceánica afectada por El Niño, y en 1997 (año del fenómeno más fuerte desde que se tiene registro instrumental) ese calentamiento fue de 2.3 grados centígrados por encima del promedio. Hoy tenemos un calentamiento de la misma magnitud (con un promedio tomado entre noviembre de 2015 y enero de 2016), pero según las predicciones podríamos superar esa marca en el actual trimestre, entre diciembre de 2015 y febrero de 2016.
Alimentando a un gigante
Existe evidencia geológica que sugiere una mayor incidencia de El Niño bajo temperaturas globales más elevadas. Dado que en la actualidad estamos atravesando justamente por un proceso de calentamiento global, la ocurrencia de dicho fenómeno, aunque impredecible, es mucho más probable. Y el calentamiento no es precisamente un asunto del azar, es una consecuencia directa de la devastación humana de los sistemas naturales. Hace poco visité mi pueblo natal al norte de Antioquia y a simple vista se puede observar que las montañas donde antes había bosques de niebla, hoy solo tienen potreros improductivos y matorrales de lo que mi abuela llama helecho marranero. Digo esto porque los sistemas naturales tienen capacidad de recuperarse frente a disturbios climáticos naturales como lo es un fenómeno de El Niño cada tres o siete años, que se supone es su ciclo natural, pero cuando la presión es constante y de la magnitud que han sido la deforestación y las explotaciones agroindustriales y mineras en Antioquia, en Colombia y en toda Latinoamérica, hay un punto de quiebre a partir del cual no hay vuelta atrás. Y creo que los bosques de niebla de mi pueblo cruzaron ese punto hace rato.
La historia de El Niño
Como decía antes, la fuerza de El Niño se mide por el grado de calentamiento promedio del Pacífico tropical. Cuando este cuerpo de agua alcanza temperaturas de 0.5 grados centígrados por encima del promedio, se considera que se ha desarrollado un fenómeno de El Niño; si el aumento de temperatura está por encima de los 1.5 grados se le conoce como un evento fuerte o Mega Niño. Otra cosa son las condiciones permanentes de El Niño: se trata de periodos, desde lustros hasta siglos, en los cuales El Niño es el modo climático dominante, es decir, años consecutivos bajo El Niño. La evidencia geológica sugiere que estas condiciones se han presentado usualmente asociadas a temperaturas globales elevadas; un riesgo adicional del calentamiento que vivimos.
Las consecuencias de estos eventos en términos del desarrollo social y cultural son inevitables, dado que desde la perspectiva de los sistemas productivos cualquier desorden de los regímenes de lluvias resulta catastrófico. A la sequía se suman los incendios forestales, que a su vez causan más liberación de gases a la atmósfera. A esto se le conoce como un circuito de retroalimentación positiva en la medida que el efecto (liberación de CO2) potencia la causa (mayor calentamiento del planeta y como consecuencia mayor probabilidad de desarrollo de condiciones para la ocurrencia de El Niño), imagínense entonces cómo parar ese tren.
El asunto puede ser de vida o muerte. Los antropólogos reportan reducciones muy importantes de las poblaciones humanas en la Amazonía asociados con Mega Niños que ocurrieron aproximadamente en los años 500, 1000, 1300 y 1600 de nuestra era. También los recorridos humanos pueden cambiar bajo la influencia de esos Niños extremos. La llegada de migrantes polinesios a la Isla de Pascua alrededor del año 1000 de nuestra era, al parecer estuvo asociada a un cambio en la circulación del viento causada por el Mega Niño de ese año. Esos Mega Niños que reportan los antropólogos dejaron a vastas regiones del norte de Suramérica y el sur de Centroamérica en largos períodos de intensa sequía que causaron desde transformación de bosques en sabanas hasta el colapso de grupos culturales tecnológica y socialmente establecidos. Y para no ir ni muy atrás ni muy lejos, algunos analistas sugieren que la caída del gobierno de Alberto Fujimori en Perú, independientemente de cualquier acusación que se le hiciera, fue el resultado de la recesión económica causada por El Niño en 1997/1998; muchas cosas se perdonan, menos la escasez de agua, o el exceso en el caso de las costas peruanas.
Dada la incertidumbre respecto a las predicciones de los modelos climáticos globales, es difícil en este momento estimar la posibilidad de que se desarrollen condiciones similares en el futuro cercano. Lo que sí es cierto, insisto, es que bajo el escenario de cambio climático que enfrentamos se va a dar una mayor probabilidad de ocurrencia de condiciones climáticas extremas, tanto para El Niño como para La Niña.
Independiente de las consecuencias en el corto plazo, como la escasez de agua por la que atravesamos, el desarrollo de estas condiciones extremas plantea un dilema moral: muchos de los cambios ambientales que se están presentando son consecuencia de las actividades humanas y van a redundar en la desaparición masiva de especies. Muchos científicos afirman que estamos atravesando una extinción a gran escala cuya dimensión solo ha sido experimentada en la Tierra en cinco ocasiones en los últimos quinientos millones de años. El punto es que, aunque pudiéramos sobrevivir como civilización, estamos condenando a la desaparición a miles de especies que también pertenecían a este planeta, y estamos privando a las generaciones futuras de los beneficios potenciales de la existencia de dichas especies.