¿En agosto nos vemos, maestro?
Joaquín Mattos Omar. Ilustración: Hernán Franco Higuita
Como se sabe, Gabriel García Márquez dejó al morir una novela inédita titulada En agosto nos vemos. A pesar de haberla reescrito por lo menos nueve veces durante un período de catorce años, nunca se decidió a publicarla porque todavía había aspectos de la historia que no lo satisfacían del todo. El cuerpo del escritor no había sido cremado aún cuando ya se ventilaba en los medios el interrogante de si la novela sería publicada. Así, pues, con su muerte nació para el mundo literario un caso apasionante sobre el cual todavía no se ha dicho la última palabra (pese a que, aparentemente, ya se dijo) y que, por tanto, conocerá nuevos ires y venires, nuevas peripecias y controversias. En agosto nos vemos se inscribe dentro del amplio catálogo de los textos inéditos de autores difuntos y su destino inopinado y opinable. Al morir, son pocos los escritores que no dejan manuscritos sin publicar, los cuales quedan expuestos a intervenciones y decisiones póstumas que pueden no coincidir con su voluntad. Por lo general se tiende a contradecir la voluntad de los escritores cuando esta se orienta a la no publicación de los inéditos, bien se trate de una voluntad expresada con oportuna y clara previsión o de que ella se infiera del simple hecho de que el autor no hubiera tomado nunca la decisión de darlos a la imprenta, pues parece claro que tal actitud indica que para él esos inéditos eran todavía work in progress. Sin embargo, no faltan los ejemplos que justifican preguntarse si hay que atenerse siempre a esa voluntad o seguir otros criterios.
Los invito a que reconstruyamos desde el principio el caso En agosto nos vemos.
En junio de 2009, en su columna de El Espectador, el escritor Juan Gabriel Vásquez, comentando una revelación que le había hecho su colega William Ospina según la cual García Márquez “quería escribir ahora una serie de novelas cortas, pero solo ha hecho Memoria de mis putas tristes”, anotaba: “Para las demás (…) ya no habrá tiempo. Y es una lástima”. Y, líneas abajo, reiteraba que le decepcionaba “el hecho, cada día más claro, de que no podemos esperar otra novela corta de García Márquez”, pues este, a su juicio, “es autor de varios de los mejores exponentes del género” (y citaba El coronel no tiene quien le escriba y Crónica de una muerte anunciada).
Esta triste desesperanza de Vásquez parecía fundarse en unos despachos internacionales de prensa, difundidos poco más de dos meses antes, que indicaban que Carmen Balcells creía “que García Márquez no volverá a escribir nunca más”, al tiempo que afirmaban que su biógrafo Gerald Martin compartía ese parecer. Con todo, esas mismas informaciones señalaban que ello no implicaba necesariamente que no volvería a publicar alguna novedad en materia narrativa, pues, según añadían, fuentes cercanas al novelista colombiano aseguraban que tenía una novela inédita, cuyo posible título era En agosto nos vemos. Esto era confirmado por Martin, quien, sin embargo, envolvía la cuestión en una sombra de incertidumbre, al preguntarse si su autor consideraría aquella novela digna del prestigio de su nombre.
La existencia de esa obra, en efecto, había sido reconocida por el propio García Márquez unos ocho meses atrás, en agosto de 2008, cuando, según la revista Semana, durante un encuentro en México con varios notables del mundo, reveló que escribía “una novela de amor”. El semanario agregaba que, tras haber realizado cuatro versiones de esta que lo habían dejado insatisfecho, el escritor se aprestaba a elaborar la quinta y que esperaba que colmara sus exigencias “para poder publicarla”.
En realidad, de esta novela sabíamos sus lectores desde abril de 1999, fecha en que la revista Cambio dio a conocer, en calidad de tema de portada, el primer capítulo de ella. Dicho capítulo, o cuento (pues la revista explicaba que este, junto con otros cuatro que formarían “una novela de 150 páginas”, constituían “historias absolutamente cerradas y autónomas”), es el que justamente se llama “En agosto nos vemos” y el que, al parecer, le da título a todo el volumen. Su protagonista es una mujer mayor llamada Ana Magdalena Bach.
A fines de 2011 volvimos a tener noticia de la novela en cuestión, y para todos los admiradores del narrador colombiano era una buena noticia: Cristóbal Pera, editor de Random House Mondadori (hoy Penguin Random House) anunció que García Márquez venía trabajando duro en esta obra y que el único obstáculo que al parecer debía salvar era un personaje que todavía no le convencía, de modo que esperaba que pronto la diera por concluida. “Entonces tendríamos una gran sorpresa”, concluyó esa vez el editor español. Sorpresa que empezamos a esperar con ferviente impaciencia.
Sin embargo, después se fueron haciendo cada vez más públicas y menos dudosas las informaciones que daban cuenta de que el novelista no estaba ya en condiciones mentales para escribir ni corregir una sola línea. Su memoria se hallaba en un grave y avanzado estado de deterioro. Renunciamos, pues, a toda esperanza. O a casi toda, al menos en mi caso personal, pues un buen día vislumbré la posibilidad de un milagro macondiano para recuperarlo como escritor en activo y a él me aferré. El milagro se podría obrar de manera sencilla: bastaría abrir Cien años de soledad e invocar con fuerza al gitano Melquíades hasta transferirlo a la realidad, y entonces pedirle que le diera a beber a su creador aquella “sustancia de color apacible” que le suministró a su gran amigo José Arcadio Buendía –extraviado también en el olvido– y en virtud de la cual “la luz se hizo en su memoria”. Llegué a creer que de ese modo, uno de aquellos días, quizá para asombro de la misma Mercedes, García Márquez se levantaría temprano, de buen humor, se metería por primera vez en mucho tiempo en su viejo overol azul y se sentaría ante su Macintosh, mientras le advertía a su mujer: “Que nadie me interrumpa, voy a trabajar hasta las dos de la tarde”.