Una prendería en Aranjuez puede ser el origen del gran panal de sicarios en la Medellín de los ochentas. Un loco que se da contra las paredes resulta ser uno de los grandes enemigos del Estado. Un Renault 12 es el carro de rondas del capo de capos. Quienes crecieron en la cuadra donde se criaron Los Priscos no necesitaban tomar nota. Solo tener un poco de suerte. Fragmentos de una novela de memorias de una infancia aturdida.
Los Priscos
Por: Gílmer Mesa. Fotografías: Juan Fernando Ospina
A Los Priscos los conocí, lo que se dice conocer, es decir, ser presentado a ellos por mi hermano y que ellos me reconocieran, ya viejos y patrones y solo alcancé a tratarlos de lejos y poco tiempo, porque ambos fueron asesinados el mismo día a escasos meses de la presentación, pero desde niño su figura e imponencia marcaron cada uno de los días en la cuadra, eran una especie de caudillos que presidían cualquier evento, desde un matrimonio hasta una entrega de trofeos en un torneo de fútbol callejero, ellos eran los primeros en ser invitados y en recibir atenciones de toda la gente desde los comerciantes hasta el cura, su influencia e importancia en el barrio fue tal que los relatos sobre ellos y sus hazañas sobrevivieron a su deceso, en boca de todos los vecinos, y me permitieron reconstruir la historia de su ascenso al poder como sigue.
Los dos hijos mayores David Ricardo y Armando Alberto se llevaban escasamente un año de diferencia y ambos eran los cabezales de una familia de clase baja que había emigrado a Medellín por el exceso de violencia en el pueblo de San Rafael de donde eran oriundos los padres, los dos nacieron en la ciudad porque sus padres al casarse decidieron abandonar su terruño y venirse a probar suerte a la capital, así fue como arribaron al barrio Aranjuez en una época en que este apenas se estaba construyendo y conservaba mucho de pueblo en su topografía y costumbres, eran una estirpe numerosa como la mayoría de familias de la época, a estos dos mayores les seguían Amelia, Belinda, Conrado, Diego, Luisa, Laura y Ana María, todos muy pobres pero alegres, trabajadores y temerosos de Dios. Llegaron a este barrio porque antes que ellos un hermano de doña Leticia, la madre, se había instalado aquí y les había dicho que era un lugar tranquilo, como en efecto lo era, no muy alejado del centro de la ciudad y con posibilidades de trabajo en la extracción de arena en el río Medellín, por eso no llegaron del todo como extraños al barrio, sino que tuvieron quien los recibiera y les diera albergue mientras se instalaban, al fin y al cabo eran una pareja de recién casados, la estadía en casa del cuñado duró poco tiempo porque don José Ricardo a los tres días de llegar a la ciudad ya estaba con el agua hasta las rodillas y la pala en la mano sacando arena del río para vender, con lo obtenido en ese primer mes de trabajo alquiló una piecita en la cuadra a donde se trasladó con su mujer y de la cual sería finalmente el propietario después de muchos años de trabajo y ahorro sin tregua, ahí nacerían sus nueve hijos y ahí los levantaría y permanecerían hasta que los dos mayores, convertidos en líderes de una banda de sicarios, secuestradores y ladrones al servicio del Cartel, les compraron una mansión en un barrio de ricos y los obligaron a trasladarse a ella entre reproches de la mamá y putazos del papá por el trasteo. A la instalación de don José Ricardo y doña Leticia en la cuadra siguió la de otros familiares, hermanos, primos y sobrinos que traían o tuvieron en la cuadra a su prole, dado lo cual en pocos años el sitio estuvo habitado casi en su totalidad por un inmenso clan familiar, de ahí que el combo de Los Priscos no fuera como otros combos de la ciudad que necesitaron irse formando, este ya estaba formado de antemano por los mismos miembros del linaje de los cuales Ricardo por ser el mayor y el más vivo fue siempre su líder natural, el combo se iría a completar con los amiguitos de infancia que también por reflejo obedecían y veneraban a Ricardo con devoción de apóstoles.
[…] Estos dos hermanos se criaron a la par casi como un par de gemelos, además de que a medida que iban creciendo iba incrementándose su parecido físico al punto de que para la edad de diez años eran prácticamente indistinguibles, pero a pesar de su semejanza física desde la infancia se notó una marcada diferencia en su carácter que llegó a ser antagónica en algunos momentos álgidos de sus vidas y carreras, mientras que Ricardo demostraba una inteligencia a toda prueba que se manifestaba en la creatividad y desenvolvimiento con que afrontaba cada cosa desde los deberes de la escuela hasta las funciones hogareñas, el otro, Armando, era rematadamente bruto y violento, ante la imposibilidad de esgrimir argumentos en sus discusiones en la escuela siempre recurría a los puñetazos, por lo cual fue expulsado a los doce años después de repetir los grados tercero y cuarto por malas calificaciones y una pésima disciplina, dando fin así a su preparación académica e inicio a una vida laboral como arenero al lado de su padre que duraría apenas unos meses, hasta que empezó su trepidante recorrido criminal de la mano de su hermano mayor, además tenía serios problemas de ira que lo hacían presa de unas “rabia malas”, ante el menor estímulo realmente se enloquecía y en su impotencia se daba cabezazos contra las paredes o se mordía los reveses de las manos hasta que sangraba, por estos ataques desde muy joven se ganó el sobrenombre de ‘Manicomio’.
[…] La llegada de los hermanos al crimen se dio casi naturalmente y a muy corta edad, doce y once años respectivamente, y consistió en el robo y posterior venta de una máquina de escribir de la escuela donde estudiaban, Ricardo había observado que la secretaria de la escuela salía a almorzar al mediodía y dejaba abierta y sin custodia la oficina con la máquina de escribir y regresaba faltando un cuarto para la una de la tarde antes de la salida de los estudiantes, lo que le daba un margen de 45 minutos para realizar el ilícito, pero tenía un problema y era que durante ese tiempo estaban en clase y no se podían ausentar sin levantar sospechas, por eso se ingenió un plan que consistía en fingir un ataque de epilepsia de su hermano a las doce del día, lo que lo conduciría inmediatamente a la enfermería que quedaba contigua a la oficina de la secretaria, donde después de unos minutos y por estar tan cerca la hora de salida no llamarían a sus padres sino que lo mandarían llamar a él para que lo acompañara a la casa y así cuando llegara a la enfermería su hermano fingiría una réplica del ataque y en la confusión él se las arreglaría para rapar la máquina y meterla en la maleta, después tomaría a su afectado hermano que se haría el mareado y en su pesadez posataque descargaría todo el peso de su cuerpo en el hombro donde Ricardo tenía el morral disimulando con esto el peso del artefacto y evitando la requisa de las maletas que hacía el portero a la salida de la escuela, el proyecto se desarrolló a pedir de boca y todo resultó como se lo habían imaginado, a la vuelta de la escuela y ya libres del fingimiento desembolsaron entre risas el botín, decidieron que lo mejor sería empeñar la máquina y no venderla porque la venta implicaba explicaciones incómodas sobre cómo la habían adquirido, se dirigieron a la prendería del parque de Aranjuez y allí conocieron a un personaje que sería determinante en este, su nuevo y próspero oficio, se llamaba Manuel pero todo el mundo lo conocía como Paco, era el dueño de la prendería y un embaucador de mil demonios, que apenas vio a los dos niños con una máquina de escribir prácticamente nueva y en semejante apuro por empeñarla entendió lo que había ocurrido y tratando de sacar ventaja les dijo:
—Vean muchachos, para poder tomar esa prenda por dinero necesitan tener cédula para respaldar el canje, entonces vayan y le dicen a su papá que venga él a empeñarla o si es mucho el afán, aquí entre nosotros yo se las puedo comprar y no le decimos a nadie nada.
Los noveles ladrones no tuvieron más opción que aceptar el acuerdo con las condiciones desventajosas que el otro les proponía, pero encontraron algo mejor que el dinero en esta primera transacción y fue al auspiciador, alcahueta y comprador para posteriores trabajos porque el trato se cerró con la propuesta de Paco al decirles:
—A ver muchachos, si ustedes tienen la berraquera para seguir consiguiendo cositas como esta, vienen donde mí y yo se las compro sin decirle a nadie y sin preguntar nada, solo entre ustedes y yo.
Ricardo fue el que habló para responderle.
—Listo, don Paco, cuente con eso que por aquí nos vamos a seguir viendo —y salieron de allí más contentos por el contacto que por el mismo dinero, el cual repartieron por mitades.
[…] En poco menos de dos años el combo estaba conformado como tal y trabajando cada vez más en grande y en serio, de los primeros robos de cositas domésticas y salarios de trabajadores pasaron rápidamente, requeridos por don Paco, al robo de motos y automóviles, los primeros escamoteos los hicieron en los barrios de ricos de la ciudad y con fierros prestados por el mismo comprador, pero pronto Ricardo le dijo a don Paco que les pagara lo hurtado con las armas, así fue como se agenciaron las primeras herramientas para los delitos, que a partir de ese momento tendrían unas condiciones diferentes de transacción, con cada nuevo encargo se incrementaba el inventario de armas y crecía el patrimonio, lo que mantenía contentos a todos los muchachos y muy satisfecho a don Paco, que vio en este combo la oportunidad perfecta para desarrollar su actividad ilícita y expandir su negocio ilegal de forma insospechada, en poco tiempo llegó a ser el dueño del taller de partes de autos y motos robadas más grande de la localidad, a pesar de que todo el mundo sabía de dónde salía la mercancía, en esta ciudad alcahueta el delito ha sido siempre solventado y patrocinado más por las gentes que se dicen de bien que por los mismos delincuentes, quienes solo son la cara visible del crimen.
[…] Hay personas que decididamente nacen para mandar, que no necesitan hacer ningún esfuerzo ni ejercer ningún tipo de violencia para conquistar la obediencia de los demás, quienes gustosos se transforman en subalternos, una de estas personas fue Ricardo, desde su niñez las cosas que decía o proponía las cumplían los demás con celeridad y ánimo, pero tenía tal autoridad y una viveza tan suave y discreta en sus maneras que las órdenes que daba no parecían tales, si a esto le sumamos una denotada inteligencia era natural que fuera el líder nato del combo en formación, pero su carácter también tenía un rasgo de soberbia que aunque camuflado en su buen trato con los demás no dejaba de emerger de cuando en cuando para hacerle prácticamente imposible obedecer a otra persona que no fuera él mismo o cumplir órdenes de alguien que él considerara inferior en agudeza y audacia, por eso la relación con las personas que le encomendaban trabajos o tareas siempre fue de iguales, de socios, pues nunca aceptó que alguien fuera su jefe, a menudo repetía: —Ome, si me metí a esta vida fue para nunca tenerle que trabajar a nadie, para no tener un puto jefe que me esté mandando, ni un malparido horario que cumplirle a nadie.
Esta fue la causa primordial para que la relación laboral con don Paco se empezara a resquebrajar, cuando este último apurado y desesperado por la inminente quiebra a la que se estaba viendo abocado por el menoscabo del dinero con la pérdida del taller y el soborno se negó a pagarle a Ricardo por el asesinato del sapo, poniéndole plazos y entorpeciendo el desembolso con disculpas y justificaciones, Ricardo por una cuestión de amistad y solidaridad en los momentos malos admitió en principio las prórrogas y apaciguó a sus trabajadores sacando plata de su propio peculio para solventar la deuda, a medida que pasaba el tiempo las excusas se hacían más absurdas y el dinero no aparecía, la situación se habría podido manejar de alguna manera, pero don Paco cometió el error más costoso de su vida, no solo no retribuía lo adeudado a Ricardo sino que ante la insistencia de este y la presión de sus otros acreedores le dijo casi ordenándole que tenía que robarse más carros y más motos para volver a parar el negocio y que los necesitaba para ya, Prisco le dijo que ni él ni su combo trabajaban gratis, que sin billete no había trato, que le pagara primero lo que le debía y que después ahí sí hablaban, don Paco vio en esta negativa un símbolo de desobediencia y creyendo que por haber sido el comprador de los robos del combo durante años tenía poder de mando y que le debían sumisión, se montó en el papel de patrón e increpó a Ricardo diciéndole:
—Vea Richie, yo no le estoy pidiendo un favor, le estoy dando es una orden, necesito diez motos DT y tres carros para pasado mañana a más tardar que ya los tengo vendidos, y por la plata del chulo no se la voy a poder dar hasta después de que camellen mucho rato y nos paremos, no me acose, no sea cabrón, que si no fuera por mí, ustedes no serían nadie, un combito de gamines, ladroncitos y mariguaneros de esquina sin futuro, si son respetados hoy en día es por mí, así que no sea hijueputa y dígale a esos mariconcitos que usted tiene trabajando que quiubo pues que es para ya que necesito ese encargo.
Esquina de la 94 con 51B, conocida como la cuadra de Los Priscos.