Número 72, diciembre 2015

Delegación Cuauhtémoc
Colonia Roma
Calle Medellín

Por:Javier Mejía. Fotografías por el autor

Cuando entré al mercado Medellín, en la Colonia Roma de la Ciudad de México, lo primero que vi fue una enorme bandera de Colombia que brillaba con un escudo bordado en el centro. Más allá, un puesto multicolor donde colgaba un racimo de plátano verde y había pilas de yuca, pequeñas pirámides de lulo y maracuyá, bolsas de achiras, películas colombianas piratas, arepas, papa criolla y aguardiente antioqueño. Me atendió un señor de gafas que vestía orgulloso una ceñida camiseta de la selección Colombia y un sombrero vueltiao. Me dio su tarjeta personal, que en medio de las banderas de Colombia, Venezuela, Brasil, Perú y Cuba decía: Atención Personal de su Paisa Alfonso (Mi confianza está en Dios). “Aquí me tumbaron”, pensé resignado.

La Calle Medellín de la ciudad de México limita al norte con la Calle Cuauhtémoc, al occidente con Pollos Mario, al oriente con el Mercado Medellín y al sur con la Calle Amores. Queda en la Colonia Roma, en medio de este monstruo acéfalo de veinticuatro millones de habitantes que es el Distrito Federal de México. La ciudad se divide en delegaciones y estas a su vez en colonias; las calles de la Colonia Roma tienen nombres de ciudades y estados mexicanos: Durango, Colima, Querétaro, Tabasco, Sinaloa, Puebla y Medellín, entre muchas más.

En el estado de Veracruz existe una pequeña población conocida antiguamente como Medellín de Bravo, originalmente llamada Tecamachalco, su nombre náhualt, que significa “en la quijada de la piedra”. Es un pequeño poblado que no llega a los sesenta mil habitantes y que se fundó en 1523 por orden de Hernán Cortés, con el fin de recordar su querida y natal Medellín, en Extremadura, España. Ya ven, Medellín es cuna de gente “divinamente”.

La Calle Medellín atraviesa la Colonia Roma, unos cinco kilómetros que aún dejan ver los años maravillosos que algún día vivió el barrio. La Roma fue fundada a principios del siglo pasado por iniciativa del presidente Porfirio Díaz, quien en busca de la expansión de la incipiente ciudad concedió las llamadas sociedades de inversión, que con ayuda del capital extranjero dieron origen al fraccionamiento y el veloz crecimiento de la ciudad. El trazo urbano de sus calles fue autorizado en 1902 por el británico Edward Walter Orrin, un empresario circense, quien solicitó permiso al ayuntamiento para fraccionar los terrenos aledaños al antiguo pueblo de Romita, y nombró sus calles con los nombres de las ciudades y estados que había visitado con su circo.

Para los años treinta del siglo pasado la colonia era el barrio más elegante de Ciudad de México, y en sus palacetes feudales vivían los más adinerados ciudadanos. Ocupado inicialmente por la comunidad judía y libanesa, el barrio comenzó a crecer con la influencia europea de la época y aún se ven bellas casas con una mixtura de estilos arquitectónicos: del gótico al árabe, del italiano al francés y del art nouveau al art déco.

En muchas de sus calles se filmaron clásicos del cine mexicano –la adaptación de la novela Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco, titulada Mariana, Mariana (1987)–, y otras cintas de la edad de oro como El gran calavera (1949), Una familia de tantas (1948) de Alejandro Galindo o Los olvidados (1950) de Luis Buñuel.

En el terremoto de 1985 el barrio fue uno de los más afectados y tuvo una breve etapa de deterioro y abandono, pero luego de unos años la Roma retomó su crecimiento y pasó rápidamente de hippie a hipster, llenándose de restaurantes, bares, boutiques, pulquerías y garitos de todo tipo.

La Calle Medellín comienza en la Plaza Villa Madrid –una glorieta donde confluyen las calles Oaxaca, Yucatán, El Oro, Durango y Medellín–, en cuyo centro hay una réplica exacta de la fuente de Las Cibeles de Madrid, un homenaje de la comunidad española en el Distrito Federal, gesto de gratitud con la ciudad que recibió a un buen número de inmigrantes durante la Guerra Civil Española.

Después de Las Cibeles, la Calle Medellín avanza tranquila entre las antiguas casas que dieron inicio al barrio, con grandes árboles y con algunos puestos de tacos callejeros y ventas de jugo en las esquinas, hasta que un par de cuadras más adelante se encuentra con la calle Álvaro Obregón, militar y político que fue presidente de México de 1920 a 1924. Unos cien metros después, la Calle Medellín es cortada por la Avenida Insurgentes, uno de los ejes viales que recorre la ciudad por más de treinta kilómetros de norte a sur, y por donde circula el servicio de Metrobús. Pasando Insurgentes, la Calle Medellín toma bríos y pasa a tener cuatro carriles. En esa esquina de Medellín con la Calle Querétaro se reunió la colonia colombiana durante el pasado Mundial de Brasil a celebrar el triunfo sobre Uruguay: unos trecientos colombianos, armados de cajas de Maizena y de aguardiente, crearon tal caos que clausuraron los cuatro carriles.

En esta parte de la Calle Medellín es común que se encuentre la colonia colombiana, pues en tan solo quinientos metros está buena parte de la gastronomía colombiana del DF: en la esquina con Tapachula está el mítico Pollos Mario; cincuenta metros adelante, pero en el costado del frente, el restaurante Dulce Jesús mío; luego, ahí cerquita, está Ciénaga; y una calle más adelante, pasando Coahuila, está Macondo, el restaurante que cierra el circuito.

Todos decorados de manera muy semejante, este tiene una foto del Pueblito Paisa, aquel la bandera tricolor que ondea en su puerta, el de más allá la reproducción desteñida de una obra de Botero. Pero nadie repara en la decoración, la concentración está claramente enfocada en la comida, no en las pupilas sino en las papilas: bandeja paisa, mondongo, sobrebarriga, almojábanas, buñuelos, chicharrón, morcilla, sancocho… El menú que todo colombiano, tarde o temprano elegirá.

Se calcula que en Ciudad de México hay más de quince mil colombianos –unos setenta mil en todo el país–, lo que la convierte en la cuarta comunidad extranjera y la más grande de Sudamérica en la ciudad. Así que los fines de semana, en la Calle Medellín se mezclan los acentos de todo el país, buscando un poco de Colombia en la comida: las manos tiemblan ante un chicharrón, los rostros palidecen al ver una mazamorra, lagrimean los ojos ante un jugo de lulo.

Luego de esta milla de oro gastronómica, la calle guarda una última sorpresa, el Mercado Medellín. Ubicado en la esquina de las calles Medellín y Campeche, el mercado oficialmente está registrado como Mercado Melchor Ocampo, pero a pesar del letrero que lo recuerda, nadie más le llama así. El Mercado Medellín tiene más de cien años de historia y más de quinientos locales de las más distintas pelambres: carnicerías, puestos de plantas y flores, decoración y piñatas en general, cevicherías, puestos de especias y restaurantes. Inicialmente fue ocupado sobre todo por la comunidad judía, pero con la llegada de cubanos, colombianos, argentinos y venezolanos a la zona, comenzó a mutar hasta convertirse en el sitio que abastece cualquier antojo latinoamericano; tanto así, que los carniceros saben diferenciar los cortes de un país a otro y no tienen problema de pasar de un kilo de bistec a tres libras de bife de chorizo o dos kilos de posta.

Es extraña la sensación de caminar por la Calle Medellín. Tal vez caminar por ella sea una manera de sentirme cerca de mi ciudad. Luego del mercado, la calle se extiende otro poco, no mucho, hasta cruzarse con el viaducto Miguel Alemán, quien fue presidente de 1946 a 1952 y quien se conoció como 'Míster Amigo'. Es una vía que atraviesa la ciudad de oriente a occidente y da límites a la Colonia Roma. La Calle Medellín muere pocos metros después y se convierte en la Calle Amores; es curioso, me recuerda a “Amor por Medellín”, esa campaña de hace años que buscaba elevar aún más la autoestima de la ciudad. Lástima que luego un grupo de limpieza social también tomara ese nombre.

Don Alfonso, luego de darme amablemente su tarjeta, se ajustó el sombrero y se fue a atender a un cliente. Lo oí hablar y su acento me sorprendió, era completamente mexicano y me acerqué a preguntarle:

—Ve paisa, ¿vos cuantos años llevás viviendo acá?
—No güey, yo soy mexicano, pero hace años conocí Medellín, y para lo que necesite, cuente con la atención personal de su paisa, mi confianza está en Dios.
Me dio la mano y se fue a atender a un paisa de verdad, y de eso estoy seguro porque le preguntó:
—Oí bacán, ¿será que vos de casualidad tenés Yodora?. UC

 

Fotografías por el autor
 
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