Número 72, diciembre 2015

Los barrios marcan algunos hitos con el carbón, la paila hirviente y la ruta que siguen los antojos ambulantes. Culinaria y repostería de esquina. Empanadas, obleas y tilapias que no necesitan aviso ni local. Siga la voz, siga el aroma, siga la fila.
 

Barrio Belén
Las empanadas tienen su especialista
Redacción UC. Fotografías: Juan Fernando Ospina

 
 

Las empanadas de Gabriel Cuartas son a 350 pesos la unidad. Están hechas exclusivamente con masa de maíz, ni un gramo de harina. En su interior hay papa y guiso de cilantro, cebolla blanca y cebolla larga; no tienen carne ni la tendrán porque Gabriel dice que las de carne son para comérselas en la casa, “de resto, uno no sabe qué es lo que les echan”.

Las empanadas de Gabriel se consiguen en la calle 30A con 78A, a dos cuadras del parque de Belén, en una esquina de paredes viejas y techo de teja. Allí está el mostrador escueto desde donde se puede ver a su fabricante abajo, en un semisótano, armando los bocados por tandas mientras en el radio suena música vieja a todo volumen.

Las empanadas de Gabriel se pueden comprar, siempre acabaditas de hacer, a partir de las tres, tres y media de la tarde y hasta las ocho de la noche. Son empanadas de fiar, dice, porque nunca deja de un día para otro, ni crudas ni fritas, “la política mía es vender solo lo del día”. Y se pueden acompañar con el encurtido que él mismo prepara, con los mismos ingredientes del guiso más zanahoria.

Gabriel Cuartas también se presenta como “el empanadólogo” y lo argumenta diciendo que así como hay especialistas en otros ramos, él, con catorce años de experiencia, merece también su título. Para él fue una bendición haber renunciado a vender chuzos y chorizos para dedicarse de manera exclusiva a la empanada convencional. “Esto ha sido de gran ayuda para mí, yo soy pensionado pero sin esto no me hubiera alcanzado para levantar a los hijos, a la familia”.

A Gabriel le enseñó su hermana a hacer empanadas cuando todavía ni se imaginaba que iba a llegar a hacer 170 diarias. Y las hace sin afanes ni desesperos. “No me interesa hacer más de ahí, tampoco conseguir empleados. Primero, porque el negocio no da para eso, y segundo porque yo hago esto porque lo disfruto, me gusta, y si uno se pone en el estrés de producir más se le daña el estado anímico y le quedan malas las empanadas”.

El empanadólogo dice que solo dejará el oficio cuando físicamente no pueda. Hasta entonces seguirá levantándose a cocinar y moler maíz, abasteciéndose de ingredientes en la Minorista y abriendo el local, sin falta, a las dos de la tarde, de lunes a sábado.UC

 
Fotografías: Juan Fernando Ospina Fotografías: Juan Fernando Ospina
 
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