Número 72, diciembre 2015

Domingo con Simonetta y chocolate
Por: Líderman Vásquez. Ilustración: Elizabeth Builes

Ilustración: Elizabeth Builes
 


 
 
Lo despertaron el aroma del chocolate y la voz de su madre dando órdenes en la cocina. Las imágenes de ese día pasaban por su mente como un viejo video familiar y podía ver al padre con la raída bata, sentado en el balcón disfrutando la lectura del periódico. Era domingo afuera y domingo en su corazón. Cuando abrió los ojos, la hermosa mañana se filtraba por entre las ranuras de las persianas. No podía creer lo que veía. Cerró nuevamente los ojos y pellizcó las partes más sensibles de su cuerpo. El dolor era tan cierto como la muchacha que yacía a su lado. Estuvo un rato contemplándola, y para no sucumbir al deseo de tocarla se metió al baño, se desnudó y dejó que el agua fría cayera como cascada sobre su cuerpo. “Ahora me voy a despertar –pensó– y bajaré a tomar el desayuno”. Pero no despertó. Alguien del otro lado de la puerta sí había despertado y llamaba: “¡Amor!”. Él abrió nuevamente la ducha y otra cascada cayó sobre su cuerpo ahogando la voz del otro lado de la puerta. La palabra amor fue una fatiga en la boca del estómago, luego un eco de campanas retumbando en la cabeza y finalmente música en el corazón. “¡Dios mío! –exclamó– es Simonetta… No es posible”. Cuando salió del baño, Simonetta miraba por la pequeña ventana que daba al jardín. Estaba vestida de primavera, tal como la había pintado Sandro Botticelli. Él se acercó a ella y la estrechó en sus brazos. Ella murmuró algo, pero él no escuchó. Solo pensaba cómo diablos iba a justificar ante su madre los dos desayunos que inevitablemente tendría que subir a la habitación. UC

 
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