En mayo de este año Leidi, un corto de Simón Mesa,
ganó una Palma de Oro en Cannes por sus dieciséis minutos.
Todavía no lo hemos visto, falta tiempo.
El silencio es el mejor de los amuletos
Oscar Iván Montoya. Fotografía: Archivo Simón Mesa
Para muchos cineastas participar en el Festival de Cannes es un sueño, por no decir la culminación de una carrera. Para Simón Mesa ese objetivo se constituyó en un punto de partida. En su primera incursión en el prestigioso festival se alzó con el galardón más importante que haya conquistado el cine colombiano en su historia.
La Palma de Oro para el mejor cortometraje de 2014, obtenida con Leidi, fue un premio inesperado y merecido para este joven reservado, admirador del cine de David Lynch y Abbas Kiarostami, que ha forjado en su corta trayectoria un universo en el que predominan los tiempos muertos, los personajes taciturnos, las tomas largas, las atmósferas oníricas, la cámara inmóvil, el silencio que lo cubre todo con una especie de resplandor.
Desde sus primeros trabajos, como el premonitorio Silencio, Simón Mesa convirtió este elemento en su marca en el orillo. Igual sucede en Los tiempos muertos, un corto que es explícito desde su título. En Leidi estos componentes se maximizan y alcanzan tal grado de expresividad que es casi imposible sorber su médula sino se aquilatan en su justa medida: “Para mí el silencio es muy intuitivo, se refleja en todo lo que hago, en la forma de expresarme. Me interesan mucho las miradas, los gestos, las pausas de los personajes, no solo los diálogos. Robert Bresson señalaba que no había que poner a decir a un actor algo que no se pudiera resolver con un silencio”.
Pista de despegue
Los tiempos muertos, de 2010, fue el trabajo con el que Simón Mesa se graduó como Comunicador Audiovisual de la Universidad de Antioquia. Fue rodado con un equipo “guerrillo”: cámara al hombro, blanco y negro, sin pedir permiso a la administración local, en plena noche medellinense y con una planta de energía alquilada. Es un cortometraje en el que su director afila sus armas, en el que por primera vez realiza el tipo de cine que le interesa: los ritmos lentos y sin estridencias argumentales, ambientes alucinados, personajes que deambulan en medio de la noche.
Los tiempos muertos fue, además, una escuela para el equipo técnico que aprendió a rodar en circunstancias azarosas, con un escaso presupuesto, con patrullas de la policía husmeando por el plató, con seres extraños que revoloteaban a sus alrededores. Con este trabajo Simón Mesa mostró la madera de la que estaba hecho, no solo en cuanto a talento sino en aspectos igual de importantes como lo refiere Luis Fernando Bohórquez, ‘Móngol’, actor de esa producción: “A mí me llamó mucho la atención lo recursivo que era. No prendía las luces sino hasta que ya no se podía grabar con la luz ambiente. Nunca daba una indicación de más. Nunca se ponía nervioso. Cuando un director está cagado del miedo, el primero que lo nota es el actor, y este pelao nunca perdía el aplomo, ni siquiera en estas circunstancias tan peculiares”.
Londres me mata
En 2012, Simón Mesa viajó a Londres en donde realizó su maestría de cine. Allí permaneció por dos años largos y adquierió callos y mucha carretera. Conoció la ciudad y su ambiente cultural mientras adelantaba sus estudios, aunque no considera que estuviera aprendiendo a rodar cine. Lo que estaba buscando era una forma. Su instrucción verdadera se produjo en otros territorios, como él mismo lo reconoce: “El primer año trabajé limpiando oficinas. Luego fui barman en un pub. Para mí fue importante estar ese tiempo en Inglaterra porque fue una enseñanza vital, en donde aprendí a comer mierda, a resistir con pocos recursos, además me brindó una perspectiva que después pude volcar en Leidi”.
En su escuela se relacionó con turcos, rusos, taiwaneses, portugueses, y adquierió un conocimiento de sus cinematografías. Kim Ki Duk, Guy Maddin, Nuri Bilge Ceylan, Bruno Dumont, Park Chan Wook, Abbas Kiarostami, Miranda July, Michael Haneke son los nombres que rodaban a diario de boca en boca entre los estudiantes. Allí, igualmente, comienzó a moldear a Leidi, su trabajo de grado, a imprimirle un talante desde lo visual y lo escrito que tendría su ejecución en enero de 2014, cuando se rodó en las laderas de Medellín.
El arte de la sutileza
Leidi nació modestamente con un pequeño presupuesto obtenido de un estímulo de Idartes, ya que como corto no fue tenido en cuenta en los premios del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico. Con el guión en la mano y el mismo equipo de rodaje de Los tiempos muertos, Simón se lanzó a la aventura de filmar en el barrio El Picacho, en el noroccidente de Medellín. Las expectativas eran tan moderadas que María Camila Villegas, la maquilladora de la producción, recuerda que se enroló en el proyecto simplemente porque pensó, “vamos a ayudarle a estos pelaos. Pero cuál no sería mi sorpresa al ver lo organizado que era Simón, que lo tenía todo en la cabeza: desde cómo debían ir peinados los personajes hasta el movimiento y el encuadre de la cámara. Es la primera vez que participo en un rodaje que termina a tiempo”.
Leidi es la historia de una madre adolescente —interpretada a la perfección por Alejandra Montoya— que sale a buscar al padre de su hijo que lleva varios días sin reportarse. Con esa peripecia tan básica su director arma un filme poderoso, repleto de matices, con temas tan universales como el viaje, la búsqueda, la misma identidad.
Leidi ya había tenido una primera aparición en Los tiempos muertos, en la que un personaje tiene ese nombre, algo que no es para nada casual, como lo explica su realizador: “Leidi ya existía. A mí siempre me interesó ese nombre. Me parece un nombre feo y bonito, cargado de significados. Aquí en los noventa hubo una explosión de leidis a partir de la muerte de la princesa Diana y, desde entonces, hubo varias camadas más. Para mí es un reflejo de algo que nos representa mucho, que es como querer ser algo que está fuera de nuestro alcance. Es como una suerte de búsqueda. A un nivel más amplio, Leidi es como una analogía que habla de Colombia, de nuestro ser más interior”.
Leidi está plena de aciertos en lo visual, en la dirección de actores, en la creación de atmósferas, en la intervención del entorno, sobre todo en el sonoro, que ha sido uno de sus aspectos más resaltados del corto; pues si algo caracteriza a los barrios populares es su eterno alboroto, las músicas a todo volumen, los gritos y maldiciones que surcan el aire. En Leidi, las barriadas de Medellín aparecen transfiguradas, cubiertas de silencio y de bruma, como si estuvieran enclavadas en una comarca desconocida. Más parecidas a los suburbios de alguna película de David Lynch que a las hiperrealistas y ruidosas que vemos en el cine reciente o en nuestra experiencia cotidiana.
Grandes expectativas
Después del triunfo en Cannes, Leidi inició un periplo que la llevó por festivales en Guanajuato, Vancouver, Melbourne, Londres, Medellín, escalas donde recibió los aplausos de los espectadores y el reconocimiento de la crítica, sin que ello hiciera mella en el aplomo habitual de su director. Por el momento Leidi tiene cuerda para rato, lo mismo que Simón Mesa, que se convirtió en la mejor noticia que del cine colombiano en los últimos años.