CAÍDO DEL ZARZO
Encuentro con Groucho
Elkin Obregón S.
Revisando papeles me topé, y traduzco para mis tres lectores de UC, esta delikatessen de Jaguar, humorista y caricaturista brasilero, integrante de la mítica Pasquim, revista de humor en los tiempos del cólera.
Después que el bar cerró me fui a casa, tambaleándome por el atajo del parque, y entonces vi la lata, que brillaba a la luz de la luna. Cogí la lata y la destapé. Una niebla azulada y cintilante creció frente a mis ojos. Desde la niebla la voz tronante del genio me dijo que tenía derecho a un deseo.
“Un momento”, reclamé, “¿no son tres deseos?”
“Estamos en el Brasil”, me cortó, como si eso lo explicara todo. “Lo tomas o lo dejas. Y rápido; después de estar preso por siglos en esta lata oxidada, tengo un montón de cosas para hacer”.
Pensé en un camión lleno de dinero, pero el tipo no me parecía confiable. ¿Y si me daba la pasta en cruzados?
“Quiero ser el mayor humorista del mundo”, decidí.
¡Puff! Groucho Marx se materializó a dos pasos de mí, y empezó a andar con ese inconfundible modo suyo, medio agachado, con su bigote pintado de negro, arqueando y bajando las cejas, soltando humaradas del cigarro.
“¡Eh!”, grité al fondo de la lata. “¡Dije que quería ser, no ver al mayor humorista del mundo!”
“¿Quién te mandó a beber demasiado? ¿Y a hablar con voz de estropajo? Entendí ver. ¡Ahora arréglatelas como puedas!”
Apenas si alcancé a oírlo, el genio ya iba lejos. Groucho me miró con disgusto:
“Debían haber mandado a W. C. Fields en mi lugar. También él bebía como una cuba, y su nariz era tan roja como la tuya”.
Intenté mirar el asunto desde el lado positivo. Muy bien, no me hice millonario, y nunca seré el mayor humorista del mundo, pero tener una charla con Groucho en una madrugada ya es algo. Le pregunté cómo habían empezado los Hermanos Marx.
“Éramos cantantes, de un amateurismo total. El nombre del grupo era Los Cuatro Ruiseñores”.
“Háblame de tu primer éxito en el show business”.
“Era un numerito llamado Fun in HighSchool. Yo hacía de profesor, y Harpo (todavía no era mudo) de alumno. Yo le preguntaba: ‘¿Cuál es la forma de la Tierra?’ Él respondía: ‘No sé’. Yo entonces intentaba ayudarlo: ‘¿Cuál es la forma de mis botones?’ Y él: ‘Cuadrada’. ‘No estos, sino los que uso los domingos’. Y él: ‘Ah, esos son redondos’. Yo volvía a la pregunta inicial: ‘Muy bien, dime ahora cuál es la forma de la Tierra’. Harpo respondía: ‘Cuadrada durante la semana y redonda los domingos’. El público se moría de la risa”.
Cuando paré de reír, Groucho agregó:
“En 1915 hicimos un programa doble con Sarah Bernhardt en el Palace. Ya ella estaba vieja, y sólo tenía una pierna”.
Se fue volviendo transparente, y desapareció. Me quedé parado en mitad del parque, con la lata en la mano, y después me fui a casa.
La lata está hasta hoy en mi mesa, sirviendo de portalápices.
(El texto aparece en un librito con título nerudiano, Confesso que bebi, sin versión en español).