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     Número 42 - Febrero de 2013


ARTÍCULOS
Operación Harley
Fernando Mora Meléndez. Fotografía: El Nueve.

Fotografía: El Nueve.

Él me dijo que quería salir conmigo. Pensó que me iba a derretir con semejante propuesta. Será porque en este barrio de La Trece todas las muchachas se enloquecen por andar con soldados. Desde la Operación Orión, después de que ahuyentaron a la gente que dominaba por estas cuadras, policías y soldados se quedaron a vivir acá, echaron raíces y empezaron a pasar bueno.

Eso que yo conocía a Harley Octavio y me parecía hasta pispo cuando pasaba patrullando y apenas me mataba el ojo. Yo hasta le dije a mi prima:
–Mirá ese soldo, no hace sino mirarme y está hasta bueno…
–Oiga, Estela, bueno no hay nadie. Ese Harley está más enredado que un bulto de anzuelos. ¿No ve que preñó a Gilma, vivió con esa muchacha un tiempo, la abandonó porque se enamoró de la cuñada más joven, y se fue a vivir con ella, como si nada?
–¿Con la propia cuñada?
–Sí, mija, se fue a vivir con la propia cuñada.

Entonces cómo iba yo a aceptar que saliera conmigo también el bobo ese, que no era sino un pipialegre. No, yo me valoro un poquito. Aunque el Harley insistía, me llevaba paleta, después me llevó un cidí. Y para quitármelo de encima, le dije que bueno, que saliéramos. No era ni feo al fin y al cabo, aunque tenía unos ojos saltones, siempre antojados de algún culo que pasara… Y diciendo que tenía buenos sentimientos.

Me eché rubor en la cara, me puse pintalabios, porque una es vanidosa aunque vaya a salir con cualquiera, uno se quiere más que a la mama. Y después de que estuve arreglada me fui a esperarlo donde habíamos quedado. Pasaron quince minutos, una hora… y Harley no apareció.

Ya estaba en mi casa cuando llegó mi prima a decirme que un soldado había acabado hasta con el nido de la perra. Soldados hay muchos por aquí, pero cuando le describí a Harley y le conté que iba a salir con él esa misma tarde, la prima se tapó la boca para que el grito no se fuera a salir…
–¡Cristo Jesús, Virgen del Carmen! – me dijo pasito–, ¿cómo se le ocurre que una cosa de esas venga a suceder?

El Harley había dejado a la esposa con una niña de tres años y se había ido a vivir con la cuñada, como ya les dije. Y perdón que repita, es que a mí esas cosas no me caben del todo en la cabeza. El hombre no se aguantaba que Gilma, su ex, consiguiera un novio; quería que le rindiera eterna memoria, el malparido. Y como no se podía sacar la espinita, tramó su película. Se metió a la misa en la que estaba la suegra con la niña y le dijo susurrando:
–Doña Doris, présteme a la niña, que hoy es domingo y vine a que su nieta dé una vuelta con el papá.
–¿Gilma ya sabe?
–Sí, ella ya sabe, tranquila –le respondió mintiendo.
–Espere entonces que se acabe la misa.
–No, doña Doris, yo mejor me la llevo de una vez.
El soldado subió la loma con la chiquita en brazos. Se fue para la casa donde vivía con Yolanda, la que antes era su cuñada. Desde allí llamó a Gilma:
–Venite para acá, que aquí tengo la niña, subí por ella.
–Maldito bobo tan pendejo, vos sabés que yo no tengo nada que ir a hacer donde esa perra de mi hermana.
–¿Perra? Por qué le decís así a tu hermanita…
–Porque sí, porque me da la gana. Y traeme rápido a la niña haceme el favor, que mañana tiene que ir a estudiar y ya está muy tarde.
Pero el soldo ese se negó a bajar con la niña.
–Esperame mamá –dijo Gilma–, que ese fastidioso no me quiere traer a la niña y voy a tener que subir donde esa joyita de su hija, la robamaridos.

Gilma subió, y apenas entró a la casa, que es como un inquilinato, se armó una discusión de padre y señor mío entre el esposo, la ex esposa y la ex cuñada. Una vecina oyó la algarabía y tocó la puerta. El soldado contestó desde adentro.
–¿Quién es?
–Soy Maryori, la vecina. Hágame el favor y me dice qué está pasando, qué son esos gritos, por Dios, estamos preocupados todos acá fuera.
–¿A usted qué le importa, vieja hijueputa? –contestó el Harley.
Pero los alaridos de las mujeres fueron creciendo hasta que la vecina no se aguantó y llamó a la policía.

–Vaya mire qué pasa y nos cuenta – le dijeron por la bocina los de la policía.
–¿Sí? Cómo se le ocurre, ¡conchudo!, si esa es la función de ustedes. Mejor dicho, si no vienen ya, los denuncio.

A los pocos minutos se oyeron los disparos. El soldado disparó su arma de dotación y parece que mamá e hija murieron cruzadas por la misma bala. Yolanda, la cuñada, corrió como loca buscando la salida, y el hombre la remató contra la puerta que da a la calle. Harley tuvo que escuchar la sirena porque trató de volarse por la terraza, pero vio la radiopatrulla parqueada al frente. Los policías conversaban con Maryori, la que puso la queja. No había manera de escapar. Otros policías se asomaron por un solar que linda con la casa. Entonces el hombre entró a una pieza de atrás y se pegó un tiro. Fueron tres mujeres muertas, incluida la chiquita de tres años, pero tal vez íbamos a ser cuatro… Mejor dicho, a mí la muerte ese día me dejó con los crespos hechos.UC

Fotografía: El Nueve