A la librería Palinuro de Medellín la sostienen, en franca camaradería con los socios, nada menos que Nietzsche, Kafka, Fernando González, García Márquez, Estanislao Zuleta y clásicos de la talla de Balzac, Tolstoi, Dickens, Dostoievski, Stefan Zweig, Papini, Wilde y Chesterton, según cuenta con orgullo Luis Alberto Arango, escritor, librero, socio administrador, mensajero y gerente de esta singular y diminuta librería que el 6 de febrero pasado celebró una década de puertas abiertas en su sede de Córdoba, entre Perú y Caracas, a cuadra y media de Bellas Artes y casi al frente de lo que fuera la entrada de las bestias del desaparecido Circo España.
Pero sigamos con los grandes benefactores de esta quijotada, que por la familiaridad con la que se refiere a ellos el librero es como si figuraran en la nómina. Dice Luis Alberto que la registradora de Palinuro la mueven Miguel de Cervantes y William Shakespeare, con la estrecha colaboración de infaltables de la literatura colombiana como Jorge Isaacs (María), José Eustasio Rivera (La vorágine) y Juan Rodríguez Freyle (El Carnero).
Viene mucho estudiante, dice, buscando esos libros que les piden en los colegios. Y agrega mirando al cielo: "ojalá se los lean".
Los Miserables
Gustan tanto ciertos autores que hay escaperos especializados en ediciones antiguas. Se los empacan en fajas alrededor del estómago, tan apretadas que nadie lo nota, así se trate de libros gruesos y de tapa dura; y aunque en diez años francamente no es mucho lo que se ha perdido por ese hueco, Luis Alberto recuerda el caso de las Obras completas de Shakespeare, una edición de Aguilar avaluada en 200 mil pesos, que se le robaron en un descuido en la Fiesta del Libro de 2011.
El que más le duele es el perpetrado por un bisojo (como Sartre, dice) que se dio sus mañas para ganarse la confianza del librero y vino en sucesivas ocasiones, enamorado de cuatro tomos que recopilaban la dramaturgia de Oscar Wilde: "voy a ahorrar pa comprame esos libritos", le dijo a Luis Alberto, quien lo animó en ese noble propósito. Pero a la tercera ocasión, llegó diciendo que necesitaba unos libros de historia para su hijo, subió al desván donde estaban guardados los tesoros de Wilde, y estuvo un buen rato rebujando y hablando por celular. Finalmente dejó un paquete con Luis Alberto, con el propósito de que el hijo lo recogiera más tarde, pero el tal hijo nunca apareció y cuando el librero subió a revisar notó el hueco en el "escenario".
El muy descarado, dice, fue capaz de regresar unos meses después, quizá confiando en que no lo recordara, pero le tocó salir casi corriendo.
—¿Cómo te fue con Óscar Wilde? ¿Todavía te está tallando? —alcanzó a gritarle al rufián de manos sucias.
Libros en consignación
"Lo que usted poco encuentra aquí es lo que abunda en muchas librerías de nuevo, y lo digo con todo respeto", sentencia Luis Alberto. En Palinuro casi todos los títulos se compran en firme, mientras las librerías de nuevo reciben los libros de las editoriales en consignación, y si no se venden pues sencillamente los devuelven. En Palinuro los libros se quedan, de manera que hay que escoger muy bien el surtido.
Y tiene razón Luis Alberto. Los que en la vitrina de las librerías de grandes superficies aparecen bajo el rótulo de Novedades son en su gran mayoría estrellas fugaces cuyo propósito es conquistar los primeros lugares del mercado. Y ahí hay de todo. Desde esos libros que, dicen, no deben faltarnos en la mesa de noche pero en cuestión de meses nadie recuerda, hasta otros recién horneados por excelentes escritores y pensadores contemporáneos de Colombia y el mundo.
En Palinuro, en cambio, está lo que se va decantando con los años, esos libros que han resistido miles de lecturas y que siguen rompiendo las barreras de la geografía, el tiempo y los idiomas.
Eso no impide que autores colombianos contemporáneos, como Germán Castro Caycedo, Daniel Samper Pizano, Laura Restrepo y Héctor Abad Faciolince, socio y colaborador por partida doble, contribuyan con sus obras a mantener a flote la librería.
Los que se van volando
Tampoco se quedan en los estantes los libros de la Grecia Antigua, y dar con un buen ejemplar de La Ilíada o de las tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides es casi imposible.
Las buenas ediciones de literatura y filosofía griegas son libros de los que nadie se desprende, y cuando llega una buena edición de Gredos, por ejemplo, se vende casi de inmediato, como ocurrió con una edición bilingüe de la Ilíada y la Odisea de los años cincuenta, en alemán y griego, con la que creyeron que se iban a encartar pero que pronto encontró dueño.
|
|
Cómo llegan los libros
Antes nos ofrecían bibliotecas de personas que cultivaron el hábito de la lectura toda la vida, un hábito que en la familia nadie les heredó. Pero hace tiempo que no recibimos propuestas para comprar la biblioteca de alguien que falleció, porque nosotros no compramos bibliotecas al bulto. Siempre seleccionamos, y muy bien. Y así sean joyas, no recibimos libros mutilados o en mal estado. Ni un solo libro pirata. O robado de una biblioteca. Y como lo que buscan los herederos es deshacerse rápidamente de unas cajas y sacar algo de billete, es más fácil para ellos negociar con un mayorista.
Últimamente son más los casos de personas que se van a vivir a otro país y no pueden llevarse todos sus libros. Y unos cuantos que cuando los hijos crecen y se van, o se disuelve el matrimonio, resuelven trastearse a un apartamento más pequeño y sienten que en Palinuro esos libros van a quedar en buenas manos. Es justamente en esas bibliotecas, armadas a punta de ahorros, interminables búsquedas y años de paciencia, donde encontramos lo que nosotros llamamos lo pulpito.
En alguna ocasión adquirimos la biblioteca de un señor que viajaba para España. No había un libro malo. Entre otras cosas, tenía completa la colección de la Biblioteca personal de Jorge Luis Borges, editada por Hyspamérica. Pero son libros que rapidito salen del inventario.
La autopista sur
Borges y Cortázar son otros de los grandes contribuyentes a la buena deriva de Palinuro. Por ejemplo, una primera edición de La metamorfosis, con traducción de don Jorge Luis para la colección Pajarita de papel de la editorial Losada, año 1938. Dado que el precio promedio de un libro en Palinuro está entre los 15 y los 25 mil pesos, decidieron venderlo a treinta mil. No duró una semana. Unos meses después, mirando un catálogo de la librería Lame Duck Books ("used and rare books, manuscripts, photographs, art and related materials") de Cambridge, encontraron el mismo libro avaluado en mil quinientos dólares. Luis Alberto no tiene ni idea de a quién se lo vendió, para al menos poder avisarle que vale cien veces más de lo que pagó por él.
Libros leídos
Como han dicho hasta el cansancio Luis Alberto y sus socios Elkin Obregón, Héctor Abad Faciolince y Sergio Valencia, Palinuro no es una librería de viejo. Es de libros leídos.
De libros leídos que se siguen leyendo.
Seguimos leyendo a Freud, Lacan, Galeano, Mejía Vallejo, Caicedo, Germán Arciniegas, Mario Escobar, Germán Espinosa, Carrasquilla, De Greiff y Efe Gómez.
También se lee historia. Los textos sobre personajes como Bolívar, Santander, Jiménez de Quesada o Jorge Eliécer Gaitán, son de los más apetecidos por investigadores y profanos.
Y los que no…
Y lo que no se está leyendo y no se mueve, simplemente no se adquiere.
"En esa categoría tenemos toda la literatura marxista", dice Luis Alberto.
El asunto me deja pensando. No recuerdo si la frase es de Brecht o de quién, pero decía algo así como que no todos los intelectuales tienen que ser marxistas, pero para ser marxista es indispensable ser un intelectual. Yo parafrasearía el asunto diciendo que para ser un intelectual es obligatorio leer a Marx. De manera que, o ya no quedan marxistas en la ciudad, o no tenemos muchos intelectuales, pues nadie parece interesarse por los textos del viejo Karl, uno de los pensadores más originales de la humanidad, nada menos que el fundador de la economía política. Conozco librerías de viejo de varias ciudades de Colombia y otros países latinoamericanos donde Marx circula y se vende permanentemente, y en Buenos Aires y México incluso se reedita.
"Tampoco se mueven los libros de Álvaro Mutis, quién lo creyera", dice Luis Alberto.
Entre el poder y la gloria
Textos nadaístas, y con mayor razón si son de Gonzalo Arango (que nadie volvió a editar), llegan pocos y se van volando. Son libros de culto. "El día que usted vea por ahí Obra negra, agárrelo. Es una joya. O si ve alguna edición vieja de Opio en las nubes o de Siempre es saludable perder sangre de Rafael Chaparro Madiedo, hágale. Los podemos negociar aquí mismo en Palinuro".
Y hay algunos autores de los que nadie se desprende.
A Palinuro rara vez han llegado libros de Pessoa o de Whitman, dice Luis Alberto. Un poquito más, pero no mucho, de Hölderlin o Baudelaire. Otro que poco circula es De Quincey.
Los de abajo
Para terminar este repaso por la selecta nómina de Palinuro toca también referirse a esos libros que no mueven la registradora. Esculcando los anaqueles, Luis Alberto logra dar con los únicos autores que han permanecido en la librería desde que arrancó, casi que en el mismo puesto, sin aportar ni siquiera para pagarse el bodegaje.
En esa categoría están los seis tomos facsimilares del Papel Periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá, de Manuel del Socorro Rodríguez, y Posición y doctrina, del ex presidente y político venezolano Rómulo Betancourt. Pero el que definitivamente se roba mi atención es Obras escogidas de Don Bartolomé José Gallardo, publicado por la Nueva Biblioteca de Autores Españoles en una colección de nombre premonitorio: Los clásicos olvidados.
Pero hasta estos últimos son libros queridos en Palinuro y a nadie se le ocurriría la mala idea de picarlos y abandonarlos en la banda de reciclaje. Y ahí se quedarán, como libros leídos, a la espera de un próximo lector.
|
|
Entre las páginas de un libro
*
* El Limerick es una fórmula lírica que surge en Irlanda en el siglo XVIII pero que se ha hecho popular en todo el mundo. Consta de cinco versos de arte menor, con el siguiente esquema de rimas: a-a-b-b-a. El tono es, generalmente, ligero y humorístico. Casi nunca tienen sentido, es indispensable que se soslaye un contenido erótico y exige el uso de un topónimo, es decir, debe tener referencia a un lugar. Un ejemplo:
Varado en carretera por Dabeiba
Busqué para orinar frondosa ceiba
Dios mío qué portento
Dijo desde otro asiento
Una monja que iba para Neiva
Más hallazgos "Entre las páginas de un libro"
-Exclusivo web-
|