En cualquier conferencia acerca de la memoria urbana de Medellín se escucha la quejumbre sobre la pérdida de las joyas arquitectónicas. Lágrimas caen sobre las postales en sepia del nunca bien llorado Teatro Junín o sobre los fastos del Hotel Europa donde alcanzó a alojarse hasta el 'Zorzal Criollo', Carlitos Gardel. Y podríamos seguir con los vitrales del Palacio Arzobispal… Solo que de nada sirve escurrir los paños de lágrimas, que también fueron reemplazados por los clínes.
Quizás esa visión lastimera de la memoria de la ciudad ha sido la que ha minimizado el valor de su patrimonio. La excusa ya ni siquiera es la modernización que arrasó con buena parte de esos tesoros, sino la avidez de los urbanizadores que ven en cada casa vieja un lote baldío para erigir otro armatoste residencial, el motel Ensueño o el Mall Botero Plaza.
En vista de que no tenemos propuestas innovadoras, intentaremos nuestro llanto. No contentos con volver el centro histórico –o sea el Parque Berrío– un arrume de cascotes para las carretas de escombros, ya han demolido las casas de Tomás Carrasquilla, León de Greiff, Carlos Vieco y próximamente la de un presidente, Carlos E. Restrepo, en la que piensa fundarse un inquilinato, según informa el cuidandero de la entrada.
En esa casa de Prado Centro el filósofo Fernando Gonzalez le hacía visita de ventana a la hija de Carlos E., Margarita Restrepo, como consta en sus escritos, a los que habrá que volver una vez tumben todo y hagan los parqueaderos, para seguir con el axioma de Tola y Maruja: "El que no conoce la Historia está condenado a leerla".
Alegrémonos porque vamos a ser testigos de toda esta liquidación. Se está rematando todo el pasado a precio de huevo. El patrimonio está de feria como todos los usados, hasta agotar existencias…
Se lo están tomando como en el cuento de Cortázar: Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.
Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse.
Casa de Tomás Carrasquilla en 1940
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Ahora, al revivir el tranvía enterrado afloró un túnel emparentado con la Catedral. O con el Vásquez y el Carré. Unas acequias amplias de ladrillo pueden servir para reemplazar lo que estuvo en pie. ¿Valdrá la pena conservar el alcantarillado? Hemos sido tan exagerados con la almadana que valdría la pena guardar cualquier piedra. Montar algunos escombros sobre un pedestal.
Hoy Hotel Lugano
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