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     Número 42 - Febrero de 2013


ARTÍCULOS
El origen del mundo
Pascual Gaviria

La revista Paris Match publicó el escándalo en su portada. No era para menos. La dueña del coño más famoso de la historia del arte, una modelo incógnita desde 1866, al fin mostraba su cara. Un coleccionista afortunado, varios expertos, radiografías, rayos X y espectrometría de infrarrojos daban fe de que una tela de 34x41 centímetros resolvía el misterio: El origen del mundo de Courbet, la preciada joya en rosa y negro que se exhibe en el Museo d'Orsay, no es una pieza única sino una pieza mutilada. Al parecer la tela que un desconocido compró hace unos años en un anticuario por 1400 euros es un corte del cuadro original. Los expertos han reconocido la cara de Joanna Hiffernan, quien fue amante de Courbet y modelo de dos de sus cuadros con escenas y nombres sugestivos: Mujer con loro y El sueño.

La Hiffernan fue además mujer de Whistler, el pintor inglés, y protagonista de algunos de sus clásicos. En Sinfonía en blanco aparece lánguida, casi transparente, con un lirio en la mano izquierda y parada sobre la piel de un lobo. Parece imposible que debajo de esa especie de cazadora anémica se esconda el colorido cuadro de Courbet. Pero los rayos X son los rayos X. Las conjeturas crecen con el ánimo del afortunado coleccionista: las agencias ya hablan de millones de euros.

Una larga historia de propietarios anima las preguntas sobre ese coño con modelo, guardado siempre bajo doble llave, considerado botín de guerra y ventana para curar neuróticos. El artífice fue un diplomático turco del siglo XIX disoluto y frívolo, quien le encargó el capricho a Courbet. Bey fue embajador en Atenas y San Petersburgo antes de retirarse de la vida pública para vivir en París como una especie de mecenas obsceno y delicado. Al embajador no le bastaba la carne sugerente y blanda de El baño turco de Ingres, que había adquirido algunos años antes, y quiso que Courbet, famoso por sus mujeres desnudas y sus paisajes con grutas, se encargara de la vista cercana de un pubis femenino. El resultado es un coño maduro, retratado de cuerpo entero, que lleva la vista hasta el acantilado frondoso de la vagina, la hace recorrer el monte de Venus, la conduce sin prisa hasta el valle de un ombligo discreto para coronar en la sugestiva cima de un pezón.

Se dice que el diplomático turco guardaba su cuadro con el cuidado de un amante celoso y solo permitía una corta mirada, una pequeña epifanía carnal, a los más íntimos de sus amigos. Después de la muerte de Khalil Bey, el cuadro pasó a divertir el ojo goloso de algunos anticuarios y galeristas parisinos. No todos tenían acceso a la gruta pintada por Courbet, solo algunos elegidos lograban correr los paisajes fríos e inocentes que escondían El origen del mundo. El novelista Edmond de Goncourt fue uno de los pocos visitantes que escribió acerca de su correría hasta el santuario de Courbet. La escena narrada en sus diarios da una idea del aire de aventura pecaminosa que tenía un tete a tete con la obra: "el propietario –el galerista Bernheim o el anticuario La Narde– abre con una llave un cuadro cuyo panel exterior muestra una iglesia de pueblo en la nieve y cuyo panel interior es el cuadro pintado por Courbet para Khalil Bey, un vientre de mujer con un negro y prominente monte de Venus sobre la abertura de un coño… Ante esa tela que yo no había visto nunca tengo que hacer justicia con Courbet: este vientre es tan bello como la carne de un Correggio".

Durante la Segunda Guerra Mundial el cuadro fue apresado por nazis en Bucarest y de seguro fue botín de guerra en el gabinete de algún general de las SS. Más tarde cayó en las manos de los soviéticos, y cuando por fin dejó la procacidad de los cuarteles fue a dar donde un malpensado, el filósofo y psicoanalista Jacques Lacan, quien lo colgó en su mejor pared y, según cuenta, debía cubrirlo al menos para la mitad de sus visitas. Murió Lacan y durante el proceso de sucesión la oficina francesa de impuestos hizo lo propio y El origen del mundo pasó a ser patrimonio nacional.

El origen del mundo

Hoy los turistas japoneses se arremolinan frente a la pequeña tela. Comienzan a preferir su guiño al de la socarrona Monalisa. Los críticos de la época le atribuyeron siempre un aire profundo e intimista a las imaginaciones de Courbet: "Su técnica tan personal es reveladora de un amor a los lugares protegidos y secretos que solo los niños y los caminantes apasionados saben descubrir". Todo ha cambiado: las camisetas y las postales lo revelan.

El Museo d'Orsay desmiente que esa mueca desorbitada sea la pieza compañera de su gran atracción. Y de verdad es posible que los coleccionistas y los expertos hayan juntado su ambición y sus supersticiones para dormir felices.

Prefiero seguir creyendo, como los críticos de la época, que el cuadro de Courbet es más bien una anomalía para ilustrar las obras del Marqués de Sade: "Un retrato de mujer difícil de describir… Una mujer de tamaño normal, vista de frente, pintada con precisión… Pero por un inconcebible olvido, al artesano que ha copiado su modelo del natural se le ha olvidado representar los pies, las piernas, los muslos, el vientre, las caderas, el pecho, las manos, los brazos, los hombros, el cuello, la cabeza…"UC

El origen del mundo