Número 108, julio 2019

Medellín 11.06.76

Juan Fernando Ramírez Arango

El Espectador, 11 de junio de 1976. Archivo Universidad de Antioquia.
El Espectador, 11 de junio de 1976. Archivo Universidad de Antioquia.

Fuego

El 11 de junio de 1976 una noticia se robaría las portadas de los periódicos de mayor circulación en Colombia: El Tiempo: “Destruyen céntrico teatro”. El Espectador: “Destruido teatro en Medellín”. El Colombiano: “Extremistas incendiaron con bombas el Teatro Odeón”. El hecho ocurriría entre la medianoche del miércoles y la madrugada del jueves, por lo que apenas se reflejaría el viernes en esos titulares. Ocurriría después de la última función del día, la de las 9:15 p. m., en ese caso Cuentos prohibidos de cinco colegialas. Una vez finalizada la proyección de esa comedia sexual austriaca, y desalojado el público del Odeón, mientras el celador de turno, Jesús Antonio Posada, de 53 años, hacía el aseo, de repente se percataría de que uno de los cortinajes del teatro se estaba incendiando: “Cuando estaba barriendo vi que de una de las cortinas del ala izquierda salían llamas. Rápidamente tomé un balde de agua y pude controlar la situación”. Sin embargo, veinte minutos más tarde lo estremecería un estallido: “Sentí una explosión y vi que de las cortinas del lado derecho salían nuevas llamas. Traté de apagar el fuego con un extinguidor, pero no pude manejarlo y entonces llamé a los bomberos”. El cuerpo de bomberos registraría la llamada a las 11:50 p. m., por lo que su comandante, el capitán Roberto Urquijo, estimaría la hora cero del incendio a las 11:45 p. m. Cuatro minutos después de la llamada, a las 11:54, arribarían los bomberos al Odeón, inicialmente cinco en un camión cisterna, pero al ver la magnitud del incendio, que se había multiplicado por la explosión de una nueva bomba, pedirían refuerzos: a las 11:59 p. m. llegarían treinta bomberos más distribuidos en seis camiones cisterna. Al toparse con semejante conflagración, “un verdadero infierno”, el capitán Urquijo trazaría la siguiente estrategia para sofocar el fuego: los cinco bomberos del primer camión continuarían atacándolo desde adentro, en tanto que el resto lo haría desde afuera, con el propósito de que no se extendiera a través de las propiedades vecinas. Pese a que los cinco bomberos del primer camión lograrían abrirse paso con sus mangueras por la escalera que bifurcaba la silletería del Odeón, el fuego ya había alcanzado la estructura metálica del techo, al propagarse velozmente por las cortinas y las vigas de madera que lo sostenían. Por eso, en cuestión de minutos, este se vendría abajo, atrapando a un par de bomberos en un “bosque de llamas, hierros retorcidos y maderas ardientes”. Se trataba de Horacio Suárez y Javier Jaramillo, quienes, tras salir de allí por sus propios medios, serían trasladados con contusiones y quemaduras leves a Policlínica Municipal. Desmoronado el techo, las llamas alcanzarían mayor altura, llegando a la sala de proyección, donde reducirían a cenizas sus equipos, “los más modernos de Medellín”, y seguirían de largo, hasta consumir parte de la cúpula del restaurante chino. Increíblemente, estas serían controladas a punto de desembocar en un cuarto de ese restaurante en el que se almacenaban cuatro tanques de gas propano de cien libras cada uno. Situación hitchcockiana que llevaría al capitán Urquijo a declarar estas palabras para El Tiempo: “Toda una manzana, la comprendida entre las carreras Junín y Palacé, y las calles Caracas y Maracaibo, estuvo en serio riesgo de ser arrasada por el fuego”. Fuego que, finalmente, sería dominado pasadas las cinco de la madrugada del jueves 10 de junio de 1976: “La caída del techo, paradójicamente, facilitó la tarea de la tropa bomberil, que luego de ingentes esfuerzos logró controlar el incendio al filo del amanecer”. Al día siguiente, viernes 11 de junio de 1976, El Espectador calificaría ese incendio provocado al Odeón como “el peor acto terrorista cometido en la historia de Medellín”.

Mientras se producían las explosiones de las bombas incendiarias en el Odeón, a escasas cuadras de allí, de la calle 54 con carrera 49, otros dos teatros, el Junín y el Guadalupe, se salvarían de ser incendiados bajo el mismo modus operandi. En el Junín, el administrador, en su habitual ronda de inventariado posterior a la última función de la noche, encontraría dos extrañas cajetillas de Marlboro y una de Kent, las de Marlboro en los cortinajes y la de Kent en la silletería, las tres “conteniendo una serie de sustancias que lo alarmaron, por lo que de inmediato se comunicó con las autoridades”. En el Guadalupe, por su parte, como si entre ambos teatros se hubiera programado un macabro juego capicúa, el celador de turno hallaría todo lo contrario: dos extrañas cajetillas de Kent y una de Marlboro, las dos primeras en los cortinajes y la tercera en la silletería. Las cajetillas contenían un polvo blanco que el celador de turno inicialmente confundiría con cocaína: “Pero minutos después de su hallazgo notó que había una gran agitación en la calle. Se asomó y un gamín le contó que se había incendiado el Odeón como consecuencia de la explosión de unas bombas. En ese momento se le iluminó la razón y comprendió que no era cocaína lo que había encontrado, sino unos explosivos, por lo que dio aviso a la policía”. El F-2 sería el encargado de analizarlos, determinando que el polvo blanco, una mezcla de azufre y de una sustancia sin identificar, era detonado por una ampolleta de ácido sulfúrico que tardaba una hora en accionarse. El F-2 también informaría que el martes 8 de junio dos cajetillas de cigarrillos como las anteriores habían sido colocadas en el teatro Sinfonía, explotando solamente una: “No obstante, los daños no ascendieron a mayores y el conato de incendio se controló con prontitud. Fuera de la alarma natural que producen esto hechos, resultaron afectadas apenas seis butacas de la sala”. Más temprano ese mismo martes serían reducidos a cenizas tres buses en distintas zonas de la ciudad, además de ser atacados con petardos el Banco de Londres y el First National City Bank, resultando gravemente herido un vendedor de corbatas que trabajaba a la entrada de la primera entidad financiera. Según las autoridades, todo hacía parte de las conmemoraciones por el día del estudiante caído: “El comandante de la Policía en Antioquia, coronel Pedro José Cárdenas Sánchez, consultado sobre si los autores de la ola explosiva eran terroristas o estudiantes, respondió: ‘Los estudiantes utilizan a los terroristas, y los terroristas utilizan a los estudiantes’. Concepto diferente al emitido por el jefe seccional del DAS, el mayor en retiro Carlos Gustavo Monroy Arenas, quien consideró que los autores no son estudiantes, sino verdaderos agitadores profesionales”.

Posdata 1: Lo único que quedaría intacto del Teatro Odeón sería su marquesina luminosa, en la que se anunciaba para las próximas semanas el estreno de Atrapado sin salida. El Colombiano publicaría una foto de ese anuncio acompañado por este pie de foto: “Parece una ironía. La marquesina da la idea exacta de lo que ocurrió al interior. La sala quedó atrapada entre la voracidad de las llamas”. Las pérdidas se estimarían en cinco millones de pesos, el teatro estaba asegurado por un millón menos.

Posdata 2: Como si los hechos narrados arriba hubieran sido planeados y ejecutados por Alex DeLarge y su pandilla Los Drugos, toda esa segunda semana ígnea de junio de 1976 el Junín, curiosamente, proyectaría La naranja mecánica.

Cocaína

Ese mismo 11 de junio de 1976, una importante noticia pasaría sin pena ni gloria por la prensa colombiana, eclipsada, obviamente, por la destrucción con bombas incendiarias del Teatro Colón de Medellín a manos de un grupo de extremistas no identificado que intentaría hacer lo mismo sin éxito en los teatros Junín, Sinfonía y Guadalupe. La importante noticia que pasaría inadvertida, sería titulada por El Tiempo, El Espectador y El Colombiano, así: “Cae cocaína”, “Caen 39 libras de cocaína” y “Cayó cocaína en Itagüí por 23 millones; 6 detenidos” respectivamente. La operación antinarcóticos que desembocaría en esos titulares, y que sería la más grande hecha en Antioquia ese año, había sido encabezada por el referido mayor en retiro Carlos Gustavo Monroy Arenas, a la sazón jefe del DAS en ese departamento, quien, un mes antes, había recibido la siguiente información: “Desde el sur del país se están introduciendo grandes cantidades de cocaína en Medellín, que luego son despachadas al extranjero”. Información que daría lugar a una operación especial que iniciaría el 28 de mayo: Monroy Arenas enviaría a varios de sus efectivos al departamento de Nariño con el fin de detectar el recibo y el desplazamiento de la cocaína: “El plan permitió establecer que el alcaloide fue entregado en la localidad de Ipiales y su destino era Medellín, donde las tradicionales ‘mulas’ debían entregar el valioso cargamento a los jefes de la organización”.

Entre el recibo, el desplazamiento y la entrega de la cocaína, pasarían doce días, hasta que, el 9 de junio de 1976, a las 7:30 a. m., en la heladería La Playa, sita en la carrera 51 #84A–22, de Itagüí, serían capturados seis individuos por dos agentes encubiertos del DAS. Se trataba de Marco Alonso Hurtado Jaramillo, natural de Abejorral, de 27 años de edad; Mario Henao Vallejo, de Samaná, Caldas, de 24 años; Hernán de Jesús García Bolívar, de Puerto Berrío, de 37 años; James Maya Espinoza, de Dovio, Valle del Cauca, de 36 años; Gustavo de Jesús Gaviria Rivero, de Pereira, 27 años, y su primo Pablo Emilio Escobar Gaviria, oriundo de Rionegro, también de 27 años, a quien, curiosamente, en la foto de identificación El Tiempo le pondría el nombre de su primo y viceversa. Sí, Pablo Emilio Escobar Gaviria, en una de sus pocas fotos conocidas sin su icónico bigote, ya que se lo dejaría crecer a partir de 1978.

A esos seis sospechosos se les retendrían tres vehículos: un Nissan Patrol modelo 74, amarillo y negro, de placas LK 7861, un Renault 6, rojo cereza, de placas LX 0037, y un camión modelo 54 afiliado a Transportes Sierra, de placas TK 0322. Al interior de una llanta de repuesto de este último, distribuidas en dieciocho bolsitas de polietileno, serían encontradas las 39 libras de cocaína, avaluadas en veintitrés millones por El Colombiano, y en veinte por El Tiempo. Además, también les encontrarían varios cheques de diferentes denominaciones y dinero en efectivo: cinco mil dólares y cincuenta mil pesos colombianos: “Los traficantes capturados, los automotores, el dinero y la cocaína decomisada fueron puestos ayer a disposición de la Cuarta Brigada. Esta guarnición será la encargada de perfeccionar la investigación y de adelantar los procesos que juzgue convenientes, conforme a las disposiciones que regulan este tipo de delito durante el estado de sitio”.

Según el libro La parábola de Pablo, cuando el capo en ciernes fue sorprendido por los agentes encubiertos del DAS en la heladería La Playa, este les escupiría una de sus frases mafiosas: “Todo en la vida tiene solución”. Frase que usaba como muletilla antes de ofrecer algún soborno: “Les doy cinco mil dólares como anticipo de una cifra más gorda, y todo queda en orden”. Intento de soborno que sería rechazado y que se le sumaría al delito de tráfico de drogas ilícitas. Caído el estado de sitio, Pablo sería trasladado de la Cuarta Brigada a la Cárcel del Distrito Judicial de Medellín, donde le tomarían aquella famosa foto en la que sale muy sonriente, sonrisa desafiante por encima del número de reseña carcelario 128482. La leyenda urbana dice que, a los pocos días, Pablo se fugaría de esa cárcel, pero, por consejo de doña Hermilda, su madre, volvería como Pedro por su casa horas después sin ser observada su ausencia tras las rejas. Sea como fuere, lo cierto es que Pablo saldría libre con la siguiente estrategia judicial: “Logró, sin que la decisión fuera aprobada por la Corte Suprema de Justicia, no sé sabe con qué artimañas, que el proceso pasara a un tribunal de Ipiales, argumentando que la mercancía había sido comprada allá. Pablo contrató como su abogado a un hermano del propio juez, para inhabilitarlo, ya que había rechazado todas las ofertas de soborno. El nuevo juez accedió, a cambio de dinero, a dejarlo libre a los pocos meses”.

Destruido Teatro en Medellín
El Espectador, 11 de junio de 1976. Archivo Universidad de Antioquia.

Posdata 1: Esa importante noticia que pasó inadvertida, sería revivida seis años después, cuando, el 24 de agosto de 1983, una fuente anónima le avisó al editor judicial de El Espectador que, en 1976, ese periódico había publicado una nota vinculando a Pablo Escobar con el tráfico de drogas. Ese mismo 24 de agosto de 1983 se realizaría la famosísima plenaria de la Cámara de Representantes en donde se debatiría el tema de los llamados dineros calientes, dineros del narcotráfico financiando campañas políticas, y en donde se verían por primera y única vez las caras Rodrigo Lara Bonilla, ministro de justicia, y Pablo Escobar, representante a la cámara. Mientras se desarrollaba esa famosísima plenaria, Guillermo Cano, director de El Espectador, siguiendo a la fuente de su editor judicial, encontraría la noticia que había pasado inadvertida durante más de seis años. Dos días después, el 26 de agosto de 1983, El Espectador la reproduciría bajo un nuevo titular: “En 1976 Pablo Escobar estuvo preso por drogas”. Nuevo titular que el capo di tutti capi taparía con un dedo, al menos en Medellín, al comprar todos los ejemplares de El Espectador que se distribuirían en esa ciudad ese último viernes de agosto de 1983.

Posdata 2: Dos meses después, se dictaría la primera orden de captura contra Pablo Escobar por el asesinato de los dos agentes encubiertos del DAS que lo habían pescado aquel 9 de junio de 1976, y por el de Carlos Gustavo Monroy Arenas, a la sazón director del DAS seccional Antioquia. Una semana más tarde, el 26 de octubre de 1983, la Cámara de Representantes le levantaría la inmunidad parlamentaria. Comenzaría, pues, la guerra total.

Posdata 3: En medio de esa guerra total, tres años después de haber reproducido la noticia que había pasado inadvertida, y diez después de haberla publicado originalmente, el 17 de diciembre de 1986, Guillermo Cano sería asesinado por sicarios del cartel de Medellín frente a la sede de El Espectador.UC