“Tengo que contarte la historia
del pelao que entregué. Tiene
28 muertos encima”. Fue el
saludo de un amigo periodista,
Leiderman Ortiz, quien dirige
desde hace más de una década el periódico
La Verdad del Pueblo en Caucasia.
Ha sufrido dos atentados, la Unidad Nacional
de Protección y la Policía hablan
de 150 millones de pesos como oferta
por su cabeza. La historia, aunque me
parecía atractiva, me generaba dudas y
extrañeza por la cifra macabra.
Leiderman y el periodista inglés
Mathew Charles llegaron a Medellín
acompañados del joven y fogueado asesino,
alias Chiqui. Para pasar desapercibidos
tomaron un bus intermunicipal
desde Caucasia. En Medellín Leiderman
se lo presentó a un fiscal, quien
aceptó su entrega luego de que confesara
ser el autor de 28 homicidios en
Caucasia, entre ellos el de un periodista.
Buscaba ser incluido en el programa
nacional de protección de testigos.
En Medellín, alias Chiqui vivía
como un simple mortal. Con la paranoia
merecida y la televisión como único
antídoto en la pieza de su hotel. Una
carta a la Defensoría del Pueblo retrata
su situación: “Llegué el 3 de abril
de 2016 a Medellín. El primer hotel en
donde me hospedé fue el Hotel Country
por 3 días, mientras me entrevistaba
el fiscal Mauricio Grajales, quien me
puso a disposición de la Dijín. Luego me
trasladé con mi compañera, quien llegó
a la semana siguiente, para el hotel
Brisas de San Francisco, en el centro,
en donde estuvimos 7 meses. Mientras
estábamos en el hotel Brisas, en el mes
de septiembre, no recuerdo la fecha,
fui objeto de seguimientos por parte de
unas personas que se movilizaban en
un vehículo marca Mazda modelo 323
de color blanco. Desde ese vehículo me
tomaron unas fotografías”.
A través de Leiderman pude contactar
a Chiqui, quien luego de un par
de llamadas me contestó. Le dije que lo
llamaba porque me preocupaba su situación,
el riesgo que podría correr en
Medellín. Conocía su historia y el ambiente
en algunos barrios de la ciudad.
Entendió que podía ayudarlo y aceptó
que nos viéramos. La cita quedó pactada
para el día siguiente, sábado 10 de
diciembre de 2016, en el Parque del Periodista,
Centro de Medellín, un sitio
en donde yo creía pasaríamos desapercibidos
y él estaría seguro. Eran las diez
de la mañana y Chiqui no aparecía. Entonces
lo llamé a su celular.
—Aquí estoy junto a la iglesia, no
lo veo.
Cuál iglesia, pensé yo, el Periodista
puede ser un santuario de humo pero
no alcanza a ser iglesia.
—Aquí donde se mantienen los maricas
y los travestis.
—Ya sé dónde estás —le dije.
Se refería al Parque Bolívar, a unas
cuadras de donde yo estaba. Frente a
la Catedral Metropolitana apareció un
adolescente que no aparentaba más de
dieciocho años. Luego supe que tenía
diecinueve cumplidos.
—Hola, ¿usted es Sergio el amigo
del periodista?
—Sí, soy yo.
Nos fuimos a desayunar a una cafetería
del pasaje Junín, entre La Playa
y Maracaibo. Pedimos calentao, huevos
revueltos, carne, arepa y chocolate.
Encendí la grabadora y comencé
con una pregunta para romper el hielo
y la calentura.
—¿Cuántos has matado?
—Veintiocho —me dijo sin inmutarse.
Le pregunté si no le daba temor bajar
al Centro.
—Apenas me estoy acostumbrando
a Medellín, yo adonde más vengo es a
este parque, con la mujer o solo, porque
uno encerrado se aburre mucho, pero
no le tengo miedo a nadie. Uno ya conoce
los gatos.
Mientras Chiqui saboreaba los huevos
revueltos, sorbía el chocolate,
trataba de trinchar la carne que acompañaba
la bandeja, quise preguntarle
de una vez por su primer muerto, pero
evité atosigarlo de preguntas. No me
pasaba por la cabeza que un muchacho
como él, que no tenía ni la estatura ni
la apariencia de sicario, hubiera participado
en 28 homicidios. Dándole un
respiro le pregunté hacía cuánto era
parte de la organización que domina el
Bajo Cauca, donde hace más de una década
se desmovilizaron el Bloque Mineros,
al mando de alias Cuco Vanoy, y
el Bloque Central Bolívar, al mando de
Macaco. El relato de Chiqui se parece
al de muchos jóvenes de Caucasia que
se debaten entre un futuro como mineros
o raspadores.
—Yo estoy [en las Autodefensas Gaitanistas
de Colombia o Clan del Golfo]
desde hace cinco años. Empecé como
cualquier pelao normal, yo trabajaba
medio tiempo y el otro medio estudiaba.
Lo que me pagaban no me alcanzaba,
porque había que dar para la casa,
llevar para la escuela… dejaban tareas…
no me alcanzaba. Yo tenía unos
amigos que estaban en eso hace rato
cuando la guerra de Los Rastrojos. Yo
los conocía y andaban por ahí, se metieron
un tiempo y volvieron. Yo hablaba
con ellos. Uno de ellos me decía que
eso no era bueno, pero yo en ese momento
quería salir de ese abismo, no tenía
nada qué hacer, mi mamá sin nada
qué darnos, todos aguantando hambre
en la casa. Cuando yo entré a la organización,
ese día me recibió un comandante
que le decían Cantina, entré por
medio de los pelaos, porque yo quería,
me decían que eso era chimba… se ganaba
plata. Nos reunimos en el patio de
una casa, estaban alias Cantina y Nelson.
Mi primer sueldo fue de doscientos
mil pesos, sin trabajar, sino como
un incentivo. Un bono. Ya ahí empecé.
Mi primer trabajo fue un 23 de diciembre
de 2011, robando motos [en Caucasia].
Ahí empecé mi vida delictiva y sí,
pa qué, yo estaba bien: en la casa no faltaba
la comida, andaba con mi platica
y andaba bien, bacaneado, pa qué. Después
de un tiempo yo fui reuniendo plata
y monté mi propio negocio, compré
las herramientas para montar mi cerrajería.
Ya a lo último me cogieron y pasé
un año en la cárcel. Me capturaron por
un homicidio que yo no hice, porque no
estuve por ahí. Me pusieron una testigo
falsa que me señalara. Un falso positivo.
Yo duré un año en la cárcel y me
tocó vender mi moto y mis herramientas,
quedé en la ruina, porque la organización
nunca me ayudó. Me dejó
tirado. El abogado Urrutia, que me defendía,
me iba a renunciar y me tocó
vender la moto y darle la plata. Llegó la
última audiencia y gracias a dios él nos
sacó, porque a mí me cogieron con otro
compañero. Yo nunca había pasado
tiempo en una cárcel. Duré como dos
meses ahí en la casa relajado. A la semana
me encontré con el viejo Roque,
que era el jefe máximo que estaba allá.
En ese momento me dio cien mil pesos
y me dijo: Tranquilo mijo que ya usted
va a recibir su platica normal. Yo contento.
A los tres días cogieron al viejo
y quedé en el limbo, no sabía a quién
acudir. Ya me mandó a buscar el otro
comandante de nombre Capote. Me encontré
con Arriero, que era el segundo,
y con Capote. Hablé con ellos y me dijeron
que normal, que otra vez bien, que
no había problema y que iba a seguir
trabajando. Yo quedé relajado otra vez
porque todo iba a cambiar, iba a recibir
mi plata. A la semana de haber hablado
con ellos cogen a Capote.
El 3 de septiembre de 2015 unidades
policiales contra el crimen organizado
capturaron a alias Roque,
cabecilla urbano de la estructura en
el municipio de Caucasia, en compañía
de alias Wiston, Alexis y Mauricio,
acusados de homicidio y porte ilegal de
armas, y Geovany el Loco y Aleison, encargados
de manejar las finanzas y cometer
homicidios selectivos.
—Yo me desmotivé. Como a los
quince días me mandó a buscar Arriero.
El día que me encontré con él me dio
trescientos mil pesos y me quería mandar
para Jardín [corregimiento de Cáceres].
Yo le dije, yo pa allá no voy, yo
no me quiero ir, a mí no me gusta salir
de mi pueblo. Yo aquí en mi pueblo conozco
y sé por dónde salir, sé por dónde
entrar y quien está aquí y todo. Yo
le mandé sus trescientos mil pesos y
Arriero quedó bravo conmigo. Ahí quedé
pailas. Así duré tres meses, desde
que salí de la cárcel. Ya no me entendía
con Arriero, sino con Pitufo, que
era el tercero. Ellos eran los mandos en
ese momento. Yo me reuní varias veces
con él en la casa de Teo, un punto
[así se le conoce a los informantes] de
allá de Caucasia. Pitufo me decía que él
me quería entrar a la organización porque
yo era bueno. Él hablaba, pero no
se podía saltar a Arriero que era el segundo
y le tenía que comunicar todo.
Llegó el momento en que Pitufo me
mandó a llamar, saltándose a Arriero, y
fui a Guarumo [corregimiento de Cáceres
conocido por tener sitios que sirven
como escuela de sicarios]. Allá estaba
el que venía de reemplazo como jefe
máximo para Caucasia, alias Cóndor,
quien me explicó las cosas y cómo iba a
trabajar. Yo le dije que tranquilo, que yo
sabía cómo eran las vueltas. Hablamos
y yo me fui para mi casa.
Jair de Jesús Patiño, alias Pitufo,
fue capturado en el corregimiento de
Guarumo, en Cáceres, el 3 de febrero
de 2017. Tenía orden de captura en
su contra por los delitos de concierto
para delinquir con fines de homicidio,
extorsión y tráfico de estupefacientes
expedida por el Juzgado Tercero con
Funciones de Control de Garantías Ambulante
de Antioquia. Alias Cóndor fue
capturado el 16 de abril de 2016 en un
operativo en el cual también cayó alias
Arriero, a quien le sería impuesta medida
de aseguramiento con detención domiciliaria
en el municipio de Tarazá.
—Mi primer trabajo pesado fue en
noviembre [22] de 2015. Fue el homicidio
de un pelao al que le decían Buchepava,
robaba mucho y no lo habían
podido coger, un robamotos, que maté
en Villa Arabia, pero no me acuerdo
muy bien. Con la Fiscalía he estado
trabajando y cuando los recuerdo
los anoto. El segundo homicidio fue el
23 de noviembre, que fue el de Dorancé.
Yo no sabía que ese man era periodista
ni nada. Como que me engañaron,
porque donde yo supiera que él era periodista
o alguna cosa así yo me echo pa
atrás. Como yo estaba recién salido de
la cárcel no sabía cómo estaban las cosas.
Yo hice ese homicidio y el de Marlon
[Faddoul Quiroz], que cayó ahí.
Desde ahí hubo mucha polémica por
eso en los periódicos, noticias nacionales.
A mí quien me mandó buscar fue
Pitufo con el Flaco, que fue quien me piloteó
[manejó la moto hasta la casa de
Dorancé]. Él llegó a mi casa y me dijo,
pilas que hay que trabajar, hay que hacer
una vuelta. Le dije que listo, que de
una, y salimos. Nos fuimos para la casa
de Memo, que nos dio una nueve y salimos
a hacer la vuelta. Memo salió a
buscar a alias la Gata, que nos acompañó
en la vuelta. Cuando íbamos llegando
al barrio Las Malvinas yo le pasé la
nueve a la Gata, y como Memo ya había
campaneado, me dijo que Dorancé ya
estaba sentado afuera de la casa vestido
con una camiseta roja. Yo no me confié
y le dije al Flaco que pasáramos a ver si
era verdad, porque a veces se mueve y
uno no sabe dónde está. Pasamos y yo
lo reconocí. Estaba afuera sentado con
otro pelao. Memo se hizo a una cuadra,
la Gata me pasó el arma, nos devolvimos,
el Flaco se le acercó y yo le disparé
en varias ocasiones. Dorancé cayó a
la entrada de un cuarto. Yo me bajé y
lo terminé de rematar. Cuando yo iba
a salir vi al otro pelao, no lo había visto,
que agarró de una mesa un objeto,
no recuerdo qué, me lo tiró y yo le
hice un disparo para que se asustara y
se escondiera. Yo me monto a la moto
y normal. A la cuadra le entregamos el
arma a la Gata, que estaba con Memo.
Ellos se van y nosotros también cogemos
nuestro camino. El Flaco me dejó
a una cuadra de la casa. A los días fue
que me enteré que Marlon también había
caído. No supe cuánto mandaron
pagar quienes ordenaron el crimen. A
mí me pagaban un millón quinientos,
independiente de los muertos que fueran
y las demás tareas, y a los otros, que
también eran sicarios, un millón trescientos.
A un punto [campanero] entre
setecientos y ochocientos mil pesos. A
un jefe de sicarios como Arriero le pagaban
como dos millones quinientos
mil. Ya de ahí para arriba sigue el jefe
máximo, que maneja todo el negocio.
Ellos mueven mucha plata.
El 23 de noviembre de 2015 los medios
nacionales y la Fundación para la
Libertad de Prensa (FLIP) rechazaron
el asesinato del periodista Dorancé Herrera
en Caucasia. Estaba en compañía
de su amigo Marlon Faddoul Quiroz
cuando le dispararon. La Policía y la Alcaldía
de Caucasia ofrecieron una recompensa
de treinta millones de pesos
por quien entregara información sobre
los autores del hecho.
—El siguiente homicidio fue el de Kevin
en el barrio El Camello. Él vendía estupefacientes,
pero estaba robando parte
del producido, o sea, vendiendo de la organización
y parte de él. Vendía más de
parte de él y no reportaba bastante plata,
entonces lo mandaron a pelar. Quedó
dentro de un negocio. Después fue
un amigo de Kevin al que le decían Diomer.
También vendía estupefacientes y se
quedó haciendo lo mismo que Kevin, reemplazando
la plaza. Yo escuché por ahí
que ellos estaban enrollados con un robo
que pasó en El Camello. Por eso también
se la aplicaron. El otro fue un indigente
que quedó en El Pajonal, donde hay muchas
discotecas, porque estaba robando
mucho… porque cualquier persona se
descara robando y hay que darle de baja,
porque ya no copia. Hay veces que le avisan,
ojo, estás robando mucho, que tales.
Siguió Pacho, Francisco se llamaba, que
según los jefes estaba rezao y al que no le
entraba la bala. Ya varias veces le habían
hecho seguimiento y no lo habían cogido.
Cuando llegaban por él se desaparecía
y según cuentas no lo veían. Entonces
me dijeron a mí y yo les dije que cómo
así, que si ese hijueputa anda robando y
de descarado vamos a darle. Ese día pasó
por el lado mío y como que no tenía malicia
y siguió como si nada. Yo sí lo vi, a
mí no se me desapareció y lo cogí a una
cuadra. Le hice dos disparos y se los tiré a
la barriga, que no le entraron, yo sí pillé.
Cuando le hice el tercero le di el polvorero
en el pulmón. Y ya me lo bajé y le metí
más de ocho en la cabeza. Hice el trabajo
y me monté a la moto, cuando me di
cuenta que un policía me hizo un disparo,
pero no me dio.
Chiqui empezó a “trabajar” con un
revólver 38 corto que usaba y devolvía a
sus patrones. Para su último homicidio
ya usaba una CZ 75 9 mm que tiene proveedor
de doble hilera.
Durante dos horas Chiqui me narró
muchos de sus crímenes, resaltando
los más recientes: al periodista
Dorancé, a Kevin, al indigente, al jíbaro,
al travesti, al comerciante y a quienes
estaban armando plaza aparte de la organización. Me hablaba mientras los contaba en los dedos
de las manos, como desgranando sus diecinueve años. Solo
recordaba los trabajos, las señas recibidas de sus víctimas,
muy pocas veces sus nombres. También me contó que en abril
de 2016 se sintió mamado de dar bala, fue cuando se decidió
a buscar al periodista Leiderman.
—Ese man es muy conocido en Caucasia porque ha boleteado
a media organización, los saca en su periódico con foto
y todo, los deja al descubierto. Yo abrí una cuenta de Facebook
y le escribí. Y fuimos hablando, hasta que en Medellín
él me llevó a la Fiscalía y me presentó ante un fiscal, que me
ofreció protección de testigos. Yo quiero una nueva vida, algo
mejor, porque yo ya estuve en la cárcel. He confesado todos
los 28 y participé aproximadamente en tres más que no los
ejecuté, sino que fui de piloto o de campanero.
***
Acompañé a Chiqui hasta la casa de familia en Manrique
que le pagaba el programa de protección de testigos. Allí se
hospedó durante más de cinco meses con su novia. Vivían en
una pieza en donde tenían una cama, un televisor y les daban
lo necesario para su aseo personal. “Lo más difícil es uno no tener
un peso con qué comerse un helado”, me dijo en el camino.
En diciembre de 2016, luego de haber recibido un mensaje
donde ofrecían quince millones de pesos por su cabeza,
fue trasladado. Chiqui está colaborando con la Fiscalía en el
esclarecimiento de sus 28 homicidios y entregando información
sobre la cúpula del Clan del Golfo.
Mientras hablábamos en la casa, Chiqui sacó de un cajón un cerro de periódicos en donde tenía señaladas las fotos y los nombres
de sus víctimas. Este es mío, lo denunció tal periódico… este
lo hizo un amigo. En otra libreta tenía los nombres de sus víctimas,
los nombres de los sicarios que operan en Caucasia y algunos
nombres de quienes hacen parte de la estructura urbana
de los urabeños. En otra página tenía anotados los pines de los
dispositivos BlackBerry, a través de los cuales se comunican por
chat los jefes, mandos medios y puntos de los poblados urbanos.
—¿Por qué Blackberry habiendo celulares con WhatsApp?
—Porque para ellos es más seguro y no los chuzan, o si los
chuzan no identifican quién habla en el chat, porque esa gente
del CTI es muy jodida y nos la mantenía al rojo.
Los días siguientes a nuestra charla tuvimos una comunicación
muy fluida. Me escribía por el chat del Whatsapp, me
preguntaba qué había sabido del programa de protección, que
estaba aburrido y que la mujer estaba nerviosa porque habían
ido a buscarla a la casa de la mamá en Caucasia.
Toqué las puertas de la Defensoría del Pueblo donde un
amigo abogado se ofreció a escuchar a Chiqui y revisar su
caso. El miércoles 14 de diciembre de 2016, a eso de las dos
de la tarde, lo acompañé hasta el edificio de la Defensoría.
Habló de su caso y dijo que no sabía si el CTI lo estaba explotando,
porque le sacaban información y no lo vinculaban al
programa de protección. En la Defensoría redactaron un memorando
de urgencia para el director regional.
A mediados de abril de 2017, estando ya en otra ciudad,
alias Chiqui reconoció su participación en otro homicidio, su
número 29, que dejó como víctima a un comerciante de Caucasia
dueño de una serviteca.
***
Luego del anuncio de la recompensa de treinta millones
de pesos para quien diera información que condujera a la captura
de los sicarios que asesinaron Dorancé Herrera y a Marlon
Faddoul Quiroz, el periodista Leiderman Ortiz entregó al
sicario. Habían pasado seis meses. Hasta mayo de 2017, un
año después de Chiqui estar protegido y colaborando con la
Fiscalía, la alcaldía de Caucasia aún no pagaba la recompensa
ofrecida. Entre trámites y certificaciones por fin en junio la
recompensa fue pagada.
En enero de 2017, luego de pedir auxilio, la Fiscalía lo
aceptó en el programa de protección. Está validando el bachillerato.
Vive con su novia en un apartamento amoblado, en
un conjunto cerrado con piscina. “Aquí aguantando sol a ver
si cojo bronceo”, me dijo la última vez que lo llamé.