Número 88, julio 2017

Veintiocho muertos
Sergio Mesa. Ilustraciones: Tobías Arboleda

Ilustraciones: Tobías Arboleda

“Tengo que contarte la historia del pelao que entregué. Tiene 28 muertos encima”. Fue el saludo de un amigo periodista, Leiderman Ortiz, quien dirige desde hace más de una década el periódico La Verdad del Pueblo en Caucasia. Ha sufrido dos atentados, la Unidad Nacional de Protección y la Policía hablan de 150 millones de pesos como oferta por su cabeza. La historia, aunque me parecía atractiva, me generaba dudas y extrañeza por la cifra macabra.

Leiderman y el periodista inglés Mathew Charles llegaron a Medellín acompañados del joven y fogueado asesino, alias Chiqui. Para pasar desapercibidos tomaron un bus intermunicipal desde Caucasia. En Medellín Leiderman se lo presentó a un fiscal, quien aceptó su entrega luego de que confesara ser el autor de 28 homicidios en Caucasia, entre ellos el de un periodista. Buscaba ser incluido en el programa nacional de protección de testigos.

En Medellín, alias Chiqui vivía como un simple mortal. Con la paranoia merecida y la televisión como único antídoto en la pieza de su hotel. Una carta a la Defensoría del Pueblo retrata su situación: “Llegué el 3 de abril de 2016 a Medellín. El primer hotel en donde me hospedé fue el Hotel Country por 3 días, mientras me entrevistaba el fiscal Mauricio Grajales, quien me puso a disposición de la Dijín. Luego me trasladé con mi compañera, quien llegó a la semana siguiente, para el hotel Brisas de San Francisco, en el centro, en donde estuvimos 7 meses. Mientras estábamos en el hotel Brisas, en el mes de septiembre, no recuerdo la fecha, fui objeto de seguimientos por parte de unas personas que se movilizaban en un vehículo marca Mazda modelo 323 de color blanco. Desde ese vehículo me tomaron unas fotografías”.

A través de Leiderman pude contactar a Chiqui, quien luego de un par de llamadas me contestó. Le dije que lo llamaba porque me preocupaba su situación, el riesgo que podría correr en Medellín. Conocía su historia y el ambiente en algunos barrios de la ciudad. Entendió que podía ayudarlo y aceptó que nos viéramos. La cita quedó pactada para el día siguiente, sábado 10 de diciembre de 2016, en el Parque del Periodista, Centro de Medellín, un sitio en donde yo creía pasaríamos desapercibidos y él estaría seguro. Eran las diez de la mañana y Chiqui no aparecía. Entonces lo llamé a su celular.

—Aquí estoy junto a la iglesia, no lo veo.
Cuál iglesia, pensé yo, el Periodista puede ser un santuario de humo pero no alcanza a ser iglesia.
—Aquí donde se mantienen los maricas y los travestis. —Ya sé dónde estás —le dije.
Se refería al Parque Bolívar, a unas cuadras de donde yo estaba. Frente a la Catedral Metropolitana apareció un adolescente que no aparentaba más de dieciocho años. Luego supe que tenía diecinueve cumplidos.
—Hola, ¿usted es Sergio el amigo del periodista?
—Sí, soy yo.

Nos fuimos a desayunar a una cafetería del pasaje Junín, entre La Playa y Maracaibo. Pedimos calentao, huevos revueltos, carne, arepa y chocolate. Encendí la grabadora y comencé con una pregunta para romper el hielo y la calentura.

—¿Cuántos has matado?
—Veintiocho —me dijo sin inmutarse. Le pregunté si no le daba temor bajar al Centro.
—Apenas me estoy acostumbrando a Medellín, yo adonde más vengo es a este parque, con la mujer o solo, porque uno encerrado se aburre mucho, pero no le tengo miedo a nadie. Uno ya conoce los gatos.

Mientras Chiqui saboreaba los huevos revueltos, sorbía el chocolate, trataba de trinchar la carne que acompañaba la bandeja, quise preguntarle de una vez por su primer muerto, pero evité atosigarlo de preguntas. No me pasaba por la cabeza que un muchacho como él, que no tenía ni la estatura ni la apariencia de sicario, hubiera participado en 28 homicidios. Dándole un respiro le pregunté hacía cuánto era parte de la organización que domina el Bajo Cauca, donde hace más de una década se desmovilizaron el Bloque Mineros, al mando de alias Cuco Vanoy, y el Bloque Central Bolívar, al mando de Macaco. El relato de Chiqui se parece al de muchos jóvenes de Caucasia que se debaten entre un futuro como mineros o raspadores.

—Yo estoy [en las Autodefensas Gaitanistas de Colombia o Clan del Golfo] desde hace cinco años. Empecé como cualquier pelao normal, yo trabajaba medio tiempo y el otro medio estudiaba. Lo que me pagaban no me alcanzaba, porque había que dar para la casa, llevar para la escuela… dejaban tareas… no me alcanzaba. Yo tenía unos amigos que estaban en eso hace rato cuando la guerra de Los Rastrojos. Yo los conocía y andaban por ahí, se metieron un tiempo y volvieron. Yo hablaba con ellos. Uno de ellos me decía que eso no era bueno, pero yo en ese momento quería salir de ese abismo, no tenía nada qué hacer, mi mamá sin nada qué darnos, todos aguantando hambre en la casa. Cuando yo entré a la organización, ese día me recibió un comandante que le decían Cantina, entré por medio de los pelaos, porque yo quería, me decían que eso era chimba… se ganaba plata. Nos reunimos en el patio de una casa, estaban alias Cantina y Nelson. Mi primer sueldo fue de doscientos mil pesos, sin trabajar, sino como un incentivo. Un bono. Ya ahí empecé. Mi primer trabajo fue un 23 de diciembre de 2011, robando motos [en Caucasia]. Ahí empecé mi vida delictiva y sí, pa qué, yo estaba bien: en la casa no faltaba la comida, andaba con mi platica y andaba bien, bacaneado, pa qué. Después de un tiempo yo fui reuniendo plata y monté mi propio negocio, compré las herramientas para montar mi cerrajería. Ya a lo último me cogieron y pasé un año en la cárcel. Me capturaron por un homicidio que yo no hice, porque no estuve por ahí. Me pusieron una testigo falsa que me señalara. Un falso positivo. Yo duré un año en la cárcel y me tocó vender mi moto y mis herramientas, quedé en la ruina, porque la organización nunca me ayudó. Me dejó tirado. El abogado Urrutia, que me defendía, me iba a renunciar y me tocó vender la moto y darle la plata. Llegó la última audiencia y gracias a dios él nos sacó, porque a mí me cogieron con otro compañero. Yo nunca había pasado tiempo en una cárcel. Duré como dos meses ahí en la casa relajado. A la semana me encontré con el viejo Roque, que era el jefe máximo que estaba allá. En ese momento me dio cien mil pesos y me dijo: Tranquilo mijo que ya usted va a recibir su platica normal. Yo contento. A los tres días cogieron al viejo y quedé en el limbo, no sabía a quién acudir. Ya me mandó a buscar el otro comandante de nombre Capote. Me encontré con Arriero, que era el segundo, y con Capote. Hablé con ellos y me dijeron que normal, que otra vez bien, que no había problema y que iba a seguir trabajando. Yo quedé relajado otra vez porque todo iba a cambiar, iba a recibir mi plata. A la semana de haber hablado con ellos cogen a Capote.

El 3 de septiembre de 2015 unidades policiales contra el crimen organizado capturaron a alias Roque, cabecilla urbano de la estructura en el municipio de Caucasia, en compañía de alias Wiston, Alexis y Mauricio, acusados de homicidio y porte ilegal de armas, y Geovany el Loco y Aleison, encargados de manejar las finanzas y cometer homicidios selectivos.

—Yo me desmotivé. Como a los quince días me mandó a buscar Arriero. El día que me encontré con él me dio trescientos mil pesos y me quería mandar para Jardín [corregimiento de Cáceres]. Yo le dije, yo pa allá no voy, yo no me quiero ir, a mí no me gusta salir de mi pueblo. Yo aquí en mi pueblo conozco y sé por dónde salir, sé por dónde entrar y quien está aquí y todo. Yo le mandé sus trescientos mil pesos y Arriero quedó bravo conmigo. Ahí quedé pailas. Así duré tres meses, desde que salí de la cárcel. Ya no me entendía con Arriero, sino con Pitufo, que era el tercero. Ellos eran los mandos en ese momento. Yo me reuní varias veces con él en la casa de Teo, un punto [así se le conoce a los informantes] de allá de Caucasia. Pitufo me decía que él me quería entrar a la organización porque yo era bueno. Él hablaba, pero no se podía saltar a Arriero que era el segundo y le tenía que comunicar todo.

Llegó el momento en que Pitufo me mandó a llamar, saltándose a Arriero, y fui a Guarumo [corregimiento de Cáceres conocido por tener sitios que sirven como escuela de sicarios]. Allá estaba el que venía de reemplazo como jefe máximo para Caucasia, alias Cóndor, quien me explicó las cosas y cómo iba a trabajar. Yo le dije que tranquilo, que yo sabía cómo eran las vueltas. Hablamos y yo me fui para mi casa.

Jair de Jesús Patiño, alias Pitufo, fue capturado en el corregimiento de Guarumo, en Cáceres, el 3 de febrero de 2017. Tenía orden de captura en su contra por los delitos de concierto para delinquir con fines de homicidio, extorsión y tráfico de estupefacientes expedida por el Juzgado Tercero con Funciones de Control de Garantías Ambulante de Antioquia. Alias Cóndor fue capturado el 16 de abril de 2016 en un operativo en el cual también cayó alias Arriero, a quien le sería impuesta medida de aseguramiento con detención domiciliaria en el municipio de Tarazá.

—Mi primer trabajo pesado fue en noviembre [22] de 2015. Fue el homicidio de un pelao al que le decían Buchepava, robaba mucho y no lo habían podido coger, un robamotos, que maté en Villa Arabia, pero no me acuerdo muy bien. Con la Fiscalía he estado trabajando y cuando los recuerdo los anoto. El segundo homicidio fue el 23 de noviembre, que fue el de Dorancé. Yo no sabía que ese man era periodista ni nada. Como que me engañaron, porque donde yo supiera que él era periodista o alguna cosa así yo me echo pa atrás. Como yo estaba recién salido de la cárcel no sabía cómo estaban las cosas. Yo hice ese homicidio y el de Marlon [Faddoul Quiroz], que cayó ahí. Desde ahí hubo mucha polémica por eso en los periódicos, noticias nacionales. A mí quien me mandó buscar fue Pitufo con el Flaco, que fue quien me piloteó [manejó la moto hasta la casa de Dorancé]. Él llegó a mi casa y me dijo, pilas que hay que trabajar, hay que hacer una vuelta. Le dije que listo, que de una, y salimos. Nos fuimos para la casa de Memo, que nos dio una nueve y salimos a hacer la vuelta. Memo salió a buscar a alias la Gata, que nos acompañó en la vuelta. Cuando íbamos llegando al barrio Las Malvinas yo le pasé la nueve a la Gata, y como Memo ya había campaneado, me dijo que Dorancé ya estaba sentado afuera de la casa vestido con una camiseta roja. Yo no me confié y le dije al Flaco que pasáramos a ver si era verdad, porque a veces se mueve y uno no sabe dónde está. Pasamos y yo lo reconocí. Estaba afuera sentado con otro pelao. Memo se hizo a una cuadra, la Gata me pasó el arma, nos devolvimos, el Flaco se le acercó y yo le disparé en varias ocasiones. Dorancé cayó a la entrada de un cuarto. Yo me bajé y lo terminé de rematar. Cuando yo iba a salir vi al otro pelao, no lo había visto, que agarró de una mesa un objeto, no recuerdo qué, me lo tiró y yo le hice un disparo para que se asustara y se escondiera. Yo me monto a la moto y normal. A la cuadra le entregamos el arma a la Gata, que estaba con Memo. Ellos se van y nosotros también cogemos nuestro camino. El Flaco me dejó a una cuadra de la casa. A los días fue que me enteré que Marlon también había caído. No supe cuánto mandaron pagar quienes ordenaron el crimen. A mí me pagaban un millón quinientos, independiente de los muertos que fueran y las demás tareas, y a los otros, que también eran sicarios, un millón trescientos. A un punto [campanero] entre setecientos y ochocientos mil pesos. A un jefe de sicarios como Arriero le pagaban como dos millones quinientos mil. Ya de ahí para arriba sigue el jefe máximo, que maneja todo el negocio. Ellos mueven mucha plata.

El 23 de noviembre de 2015 los medios nacionales y la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) rechazaron el asesinato del periodista Dorancé Herrera en Caucasia. Estaba en compañía de su amigo Marlon Faddoul Quiroz cuando le dispararon. La Policía y la Alcaldía de Caucasia ofrecieron una recompensa de treinta millones de pesos por quien entregara información sobre los autores del hecho.

—El siguiente homicidio fue el de Kevin en el barrio El Camello. Él vendía estupefacientes, pero estaba robando parte del producido, o sea, vendiendo de la organización y parte de él. Vendía más de parte de él y no reportaba bastante plata, entonces lo mandaron a pelar. Quedó dentro de un negocio. Después fue un amigo de Kevin al que le decían Diomer. También vendía estupefacientes y se quedó haciendo lo mismo que Kevin, reemplazando la plaza. Yo escuché por ahí que ellos estaban enrollados con un robo que pasó en El Camello. Por eso también se la aplicaron. El otro fue un indigente que quedó en El Pajonal, donde hay muchas discotecas, porque estaba robando mucho… porque cualquier persona se descara robando y hay que darle de baja, porque ya no copia. Hay veces que le avisan, ojo, estás robando mucho, que tales. Siguió Pacho, Francisco se llamaba, que según los jefes estaba rezao y al que no le entraba la bala. Ya varias veces le habían hecho seguimiento y no lo habían cogido. Cuando llegaban por él se desaparecía y según cuentas no lo veían. Entonces me dijeron a mí y yo les dije que cómo así, que si ese hijueputa anda robando y de descarado vamos a darle. Ese día pasó por el lado mío y como que no tenía malicia y siguió como si nada. Yo sí lo vi, a mí no se me desapareció y lo cogí a una cuadra. Le hice dos disparos y se los tiré a la barriga, que no le entraron, yo sí pillé. Cuando le hice el tercero le di el polvorero en el pulmón. Y ya me lo bajé y le metí más de ocho en la cabeza. Hice el trabajo y me monté a la moto, cuando me di cuenta que un policía me hizo un disparo, pero no me dio.

Chiqui empezó a “trabajar” con un revólver 38 corto que usaba y devolvía a sus patrones. Para su último homicidio ya usaba una CZ 75 9 mm que tiene proveedor de doble hilera.

Durante dos horas Chiqui me narró muchos de sus crímenes, resaltando los más recientes: al periodista Dorancé, a Kevin, al indigente, al jíbaro, al travesti, al comerciante y a quienes estaban armando plaza aparte de la organización. Me hablaba mientras los contaba en los dedos de las manos, como desgranando sus diecinueve años. Solo recordaba los trabajos, las señas recibidas de sus víctimas, muy pocas veces sus nombres. También me contó que en abril de 2016 se sintió mamado de dar bala, fue cuando se decidió a buscar al periodista Leiderman.

—Ese man es muy conocido en Caucasia porque ha boleteado a media organización, los saca en su periódico con foto y todo, los deja al descubierto. Yo abrí una cuenta de Facebook y le escribí. Y fuimos hablando, hasta que en Medellín él me llevó a la Fiscalía y me presentó ante un fiscal, que me ofreció protección de testigos. Yo quiero una nueva vida, algo mejor, porque yo ya estuve en la cárcel. He confesado todos los 28 y participé aproximadamente en tres más que no los ejecuté, sino que fui de piloto o de campanero.

***

Acompañé a Chiqui hasta la casa de familia en Manrique que le pagaba el programa de protección de testigos. Allí se hospedó durante más de cinco meses con su novia. Vivían en una pieza en donde tenían una cama, un televisor y les daban lo necesario para su aseo personal. “Lo más difícil es uno no tener un peso con qué comerse un helado”, me dijo en el camino.

En diciembre de 2016, luego de haber recibido un mensaje donde ofrecían quince millones de pesos por su cabeza, fue trasladado. Chiqui está colaborando con la Fiscalía en el esclarecimiento de sus 28 homicidios y entregando información sobre la cúpula del Clan del Golfo.

Ilustraciones: Tobías ArboledaMientras hablábamos en la casa, Chiqui sacó de un cajón un cerro de periódicos en donde tenía señaladas las fotos y los nombres de sus víctimas. Este es mío, lo denunció tal periódico… este lo hizo un amigo. En otra libreta tenía los nombres de sus víctimas, los nombres de los sicarios que operan en Caucasia y algunos nombres de quienes hacen parte de la estructura urbana de los urabeños. En otra página tenía anotados los pines de los dispositivos BlackBerry, a través de los cuales se comunican por chat los jefes, mandos medios y puntos de los poblados urbanos.

—¿Por qué Blackberry habiendo celulares con WhatsApp?
—Porque para ellos es más seguro y no los chuzan, o si los chuzan no identifican quién habla en el chat, porque esa gente del CTI es muy jodida y nos la mantenía al rojo.

Los días siguientes a nuestra charla tuvimos una comunicación muy fluida. Me escribía por el chat del Whatsapp, me preguntaba qué había sabido del programa de protección, que estaba aburrido y que la mujer estaba nerviosa porque habían ido a buscarla a la casa de la mamá en Caucasia.

Toqué las puertas de la Defensoría del Pueblo donde un amigo abogado se ofreció a escuchar a Chiqui y revisar su caso. El miércoles 14 de diciembre de 2016, a eso de las dos de la tarde, lo acompañé hasta el edificio de la Defensoría. Habló de su caso y dijo que no sabía si el CTI lo estaba explotando, porque le sacaban información y no lo vinculaban al programa de protección. En la Defensoría redactaron un memorando de urgencia para el director regional.

A mediados de abril de 2017, estando ya en otra ciudad, alias Chiqui reconoció su participación en otro homicidio, su número 29, que dejó como víctima a un comerciante de Caucasia dueño de una serviteca.

***

Luego del anuncio de la recompensa de treinta millones de pesos para quien diera información que condujera a la captura de los sicarios que asesinaron Dorancé Herrera y a Marlon Faddoul Quiroz, el periodista Leiderman Ortiz entregó al sicario. Habían pasado seis meses. Hasta mayo de 2017, un año después de Chiqui estar protegido y colaborando con la Fiscalía, la alcaldía de Caucasia aún no pagaba la recompensa ofrecida. Entre trámites y certificaciones por fin en junio la recompensa fue pagada.

En enero de 2017, luego de pedir auxilio, la Fiscalía lo aceptó en el programa de protección. Está validando el bachillerato. Vive con su novia en un apartamento amoblado, en un conjunto cerrado con piscina. “Aquí aguantando sol a ver si cojo bronceo”, me dijo la última vez que lo llamé. UC

 
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