Número 88, julio 2017

Una criatura extraña
Gisela Posada

Una criatura extraña

La poesía por esos días andaba en la cabeza. La habíamos encontrado como la respuesta a todo. Al afán desmedido y loco de la gente, a sus ansias de dinero, a la inutilidad y a ese llamado molesto de “ser alguien”. Por fin algo como el nadaísmo había aparecido y nos llegó por vía directa a la sangre. El entusiasmo creció al saber que en el restaurante Versalles de Medellín encontraríamos sentado, en su silla de ruedas, al poeta. Todo mundo y, en especial, los guetos literarios hablaban de él.

Quienes podían acercársele y sostener una conversación con él lo consideraban toda una proeza. Cuando lo vi por primera vez, con ojos jóvenes y uniforme de colegiala, no podía creer, ni siquiera sospechaba que los poetas existieran, que eran de carne y hueso. Había alguien que no se dedicaba a ser zapatero, comerciante, mafioso, maestro, abogado, conductor o jefe; había alguien que había decidido ser y vivir como poeta. ¿De qué vive un poeta? Pues de la poesía, ese lucro cesante que no tiene más interés que el propio, que no tiene más validez que el tamiz de sí mismo y solo alcanza el nivel de la buena poesía cuando se instala con voz propia en el desorden de las palabras.

Darío Lemos tenía un aspecto complejo, un aire de hombre por fuera de las taxonomías. Verlo era darse cuenta de que al frente había una criatura extraña, de ojos ahuecados y profundos, voz áspera, cuerpo delgado, y sus piernas vestidas con pantalón de señor serio, sin zapatos y en medias. De dientes descuidados y la nariz larga. Ante él las palabras eran inútiles. Intentar un diálogo, imposible. Con él la contemplación y el silencio eran una regla tácita. Alguna vez le escuché decir, “encontrémonos para que callemos”.

En medio de las osadías escolares, un día que no tenía dónde dormir resolví llevármelo para mi casa en Manrique: la casa de mis padres donde vivíamos siete personas. Lo cubrí con una cobija naranjada para el ingreso en su silla de ruedas por el corredor, como si estuviera entrando un electrodoméstico de segunda, y lo escondí en la última pieza, ubicada al lado del patio de ropas, lejos del corredor principal y de la circulación de los habitantes de la casa. Entre una hermana mía y yo le dimos lecho y comida, y hasta lo entretuvimos cantándole canciones de la nueva trova cubana. Estuvo allí por tres días hasta que mi mamá se dio cuenta y arremetió con su escándalo. Tuvimos que decirle que se trataba de un acto de caridad para ver si así lográbamos algo de compasión, pero el rumor de que Darío tenía tuberculosis pudo más que la fe. Hubo que salir con él de nuevo a la calle, sin techo ni refugio en la noche inminente.

Santa Elena fue su última morada. Una casita de bareque antigua y misteriosa que mi hermana Sarah había alquilado, y en la que estuvimos algunos jóvenes custodiando sus últimos días. En el cuarto exterior se quedó Darío, quieto y mudo como era de rigor. Su cuerpo reposaba en una cama pequeña sin barandas al lado de la pared, a mano conservaba un fogón y una olla con agua en la que hacía papas cocidas y huevos. Esa era su sencilla dieta de convaleciente. Ah, y la marihuana, que según él era una legumbre. Le mantenía ocupadas las manos y armaba los cigarros ágilmente con papel de Biblia y hasta higiénico. Era su infaltable homeopatía.

Una tarde, una visita llegó con un mercado como para tres meses: cuchillas de afeitar, pilas, aceite, arequipe, un mercado sin hambre que habían traído Carlos Mario Aguirre y Cristina Toro para el amado poeta. Eran los tiempos de los primeros vuelos del Águila Descalza. Ese día lo vi sonreír, asombrado de tanta generosidad, pero el hambre de Darío era espiritual y no física.

“Llegar a cero, ceremoniosamente” es una de las frases finales de alguno de sus poemas y quizá obedeció el designio, sostuvo durante su vida una forma de ser poeta y por ello puede decirse que fue uno de las auténticos nadaístas. Vivir a la contraria, no trabajar, como poeta vivía muy ocupado. Sus gestos develaban cierto cansancio y una enorme decepción del mundo agitado y ciego. Sus poemas llenos de enanos, de niños minados en guerra bajo la pirotecnia de la cohetería y de papagayos bebiendo maracuyá caliente; su contundencia al decir que su obra era su vida y que lo demás eran papelitos, siguen siendo el recuerdo revelador de una vida única.

Algo en él se agitaba más allá de la turbulencia y de ese desdén, Darío murió la noche del 15 de abril de 1987, solitario en Santa Elena, con dos jóvenes que lo acompañaron y lo vieron morir. “La muerte tiene un ritmo y no logro cogerle el tiro a esto… no hay nada… no hay nada, pobres güevones, no saben lo que les espera”, decía en su agonía, como si se hubiera enfrentado a la muerte, a esa nada de ojos abiertos. Un viento se lo llevó como a los poemas que no pudo detener y que se le escaparon de las manos. Pocos viven bajo el mandato de ser solo eso, poeta, y Darío fue eso, rara avis. UC

 

Rey del infierno

Yo no salgo a la calle cuando hay luz.
Quiero solamente mi luminosidad.
Aquí.
Como las tortugas duermo.
Soy mi templo.
Me elevo como un globo.
Tengo un gusano propio y el cabello que no quiere peinar.
Estos son los muros donde se pudren mis ojos,
se agrietan las costillas,
reboto como un balón
y voy perdiendo la vida,
desviviendo,
flagelándome.

Pero soy el dueño de mi infierno,
el rey de mi reino.
Aunque todas esas culebras suben a lamer la úlcera,
la gangrena también es solo mía.

En estas murallas se cae mi piel
todas las flores me colorean.
y son negras.

 

Yo soy Darío Lemos. Gustavo Zuluaga, Editora Nuevo MundoYo soy Darío Lemos
Gustavo Zuluaga
Editora Nuevo Mundo
2017

El recluso perpetuo

Como si me hubiera fugado
sin cumplir la condena del vientre de mi madre.
He pasado la mitad de mi vida recluido,
he conocido cárceles menores.
Patios de leprocomios,
ciudadelas de Dios,
esas casas de locos de solo corredores
por donde se pierde la conciencia más lúcida.
Evoco:
Tildado del epiléptico
por los tics de mi prosa,
tenía que regresar a la celda 360 para comprender,
bajo un verano de acero y algodones nubecitas,
que la vida no es ningún caballito pony,
y yo de jinete no tengo una espuela.

Antes existía solo el cuerpo de psiquiatras y enfermeras
[blancas,
en agosto para mí,
en septiembre para puma,
en agosto para ella y en marzo nuevamente la insulina.

Y las pequeñas avionetas,
salidas reparadas de los eternos hangares,
de nuevo a la ciudad donde la sangre es lux y la mujer es
[hombre,
He terminado con la carne traspasándola a mi hijo,
quedando solo huesos,
quedando solo flor.

Estuve muchos años esperando que Boris patinara
equilibrando en la cáscara del cielo,
pero cuando los pies son rojos, por más sabios
permanecen ligados a la tierra.
¿Cuándo terminaré de parir ese cachorro?

Bastará que mis párpados drogados de dromedario y droga
alarguen un poco mis testículos de mica reventada
bajando a los tobillos.
Bastara un solo juez para toda la vida,
repetir el ritual de los hongos.

Yo soy Darío Lemos

Yo soy de nombre y apellido Dariolemos. Todo el mundo cree que dice una gran verdad cuando declara que existe. Yo digo para contrariar la verdad que yo no existo. Mido 1,76 en verano y 1,78 en invierno. Soy la dimensión de las estaciones. A veces, cuando no tengo que pensar, mido por kilómetros la angustia y la inutilidad de vivir.

Visto simplemente, sin exageraciones, con un formidable desdén por la moda. Tengo chaqueta de aviador que nunca estuvo en la guerra.

Vivo de la poesía, o mejor, la poesía vive de mí. Nunca tengo dinero, ni me interesa. Tengo en cambio abundantes amigos que pagan por mí en tributo a mi genio y a la amistad que les concedo por minutos, pues nadie es digno de mi compañía.

Las mujeres se derriten de deseos bajo este sol tropical, porque yo cobro las miradas y lo besos a precios muy altos y generalmente en dólares.

¿Qué más puedo decir de un poeta excepcional como yo?

Bailo rock and roll cuando la marihuana relaja mis músculos…
De noche, cuando la ciudad duerme, me provoca asaltar a los ciudadanos, abofetearlos y gritarles que van a morir que desocupen la soledad, esos dominios de la poesía en los que me paseo como un emperador.

En síntesis, soy un poeta sin antecedentes, y no dejaré sucesores. Conmigo nace y muere la poesía. No diré otras cosas porque no duermo esta noche.

¡Ah, se me olvidaba decir que no amo a nadie, y que nada me interesa!

1960

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