EDITORIAL
Pleitos de pacotilla
El truco es viejo. Tanto que ha dejado de ser truco para convertirse en costumbre. Se trata de agitar el trapo verde y blanco, de fungir de abanderado para la foto. En Antioquia, cuando se quiere apelar al apoyo ciego, arrear el rebaño, hacer que todos repitan el coro, firmen la planilla o cierren filas, basta con cantar el himno y señalar algún enemigo de la “raza”. Y si es en vísperas de Feria de Flores, pues mejor, el guaro es el pasante perfecto para las fiebres del regionalismo.
Luis Pérez y Álvaro Uribe han comenzado una nueva campaña de “antioqueñidad”, vuelve el naipe falso en el carriel. El primero por simple incapacidad administrativa, por su debilidad para hacer algo distinto a los negocios propios y a la política más primitiva. Es seguro que se le recordará como el gobernador fronterizo. El segundo por su acostumbrada exasperación, por física furia, y por los males que le produce la altura bogotana y la lana de los capitalinos. La última gresca del expresidente comenzó por unos chistes sobre la “República de Antioquia”. Se sabe que Uribe no puede entender ni soportar ni repetir un chiste. Es un trovador que responde a machete la risueña burla de su contrincante. Deberíamos estar curados de ese complejo de autenticidad y gallardía, de ese orgullo bilioso y mal encarado, pero al parecer son taras viejas que tendremos que soportar durante años.
El tropel recuerda algunos episodios entre ilustres de Medellín y Bogotá, peleas divertidas, ya rancias en libros y revistas, y que por reflejo delatan las tonterías de las actuales. En 1934 Germán Arciniegas, ensayista e historiador bogotano, visitó a Medellín con la idea de dictar algunas charlas en el Paraninfo. El evento terminó en una disputa entre partidista y regional. Antioquia estuvo a punto de llamar a consultas a su embajador en la capital. Ricardo Olano, industrioso de la Villa, recuerda las reñidas conferencias: “El señor Arciniegas se confió a sí mismo la misión de sacar a esta pobre Antioquia del oscurantismo que la agobia y determinó enseñarnos las doctrinas de Karl Marx, en un cursillo de ‘sociología’ que comenzó a dictar en la Universidad de Antioquia. El señor rector de la universidad a la segunda conferencia retiró el permiso para seguir diciéndolas allí por considerar que el ‘cursillo’ iba contra la religión, la constitución y los estatutos de la universidad”. Vino la protesta de los liberales y Arciniegas continuó su cátedra en la Sociedad de Mejoras Públicas a instancias de una distinguida señora Santamaría dotada de un caletre menos obtuso. Siguieron las conferencias y la batalla de rigor: “Arciniegas nos trató a todos de gazmoños; dijo que los hombres de Antioquia éramos ignorantes y que deberíamos confiar nuestra dirección espiritual a las mujeres. Citó, para ridiculizarnos, el anticuado tema de los hombres del ‘marco de la plaza’. En fin, vació toda su bilis contra Antioquia”. Vale aclarar que no fue tildado de violador, solo se señalaron sus aires de eminencia de 34 años.
Es menos ridículo cuando las gazaperas regionales no incluyen a los políticos oportunistas. En su momento Fernando González también cargó contra la prensa bogotana, no por sus costumbres cocteleras y su gusto por el whisky, sino por su lealtad al gobierno de turno: “…no odiamos a los periodistas bogotanos en cuanto individuos; más bien los amamos, por ser tipos curiosos para el observador; casi únicos”. Y luego de declarar su cariño por esos especímenes los culpaba de corromper a la juventud, arrodillar a los congresistas, amparar al gobierno de Carlos E. Restrepo, lamber a Olaya Herrera y abanicar a López Pumarejo. Para terminar, les daba una bonita despedida a los Santos y a los Cano: “…a los infiernos esos cabrones”. Aunque se disculpaba con don Fidel.
No se hacían menos ofensas desde Bogotá. Klim, burlón de oficio a quien alcanzaron a retar a duelo por sus precisos apodos, osó meterse con el sagrado maná de todas las mesas paisas: “El éxito de los antioqueños consistía en que, a cada mañana y tarde, con el desayuno, el almuerzo, la comida y la cena, se comían una o dos bolas de billar modificadas, Dios sabe por qué extraño procedimiento”. Tratar así a las arepas redondas hizo que en su momento se movieran las tropas de Rionegro hasta las orillas de Villeta y Guaduas. Y alias Klim fue condenado al oprobio en los carteles antioqueños de la época.
Queda invitar a los lanudos con las palabras amables del cronista santandereano Jaime Barrera Parra, adoptivo de la Villa, para olvidar tanto drama y tanta bilis: “Universitario capitalino que andas literalmente deshecho de trescientas psicopatías, roído por unas amarguras traducidas del inglés, del francés y del italiano, víctima de un universo sarcástico que no conoces, vente a mi balcón del Hotel Europa. Todo esto que ves: los árboles, el agua, las mujeres, el cielo, se han hecho para reedificarte. Si la neurastenia de Medellín se cura con Arrancaplumas, fatiga de Bogotá se disuelve en la ‘Quebrada Arriba’”.
La solemnidad es ya un fardo muy pesado, y cuando se le añade la pugnacidad y la falsa indignación se hace insoportable. Pero si además es una impostura de políticos que usan el amor legítimo a las montañas y las montañeradas para sus intereses electorales, pasa a ser una farsa insoportable, un sainete de poncho que solo merece nuevas burlas.