La ceremonia sigue el ritmo acordado. El perdón institucional es entre jurídico y televisivo. Iván Márquez y Pastor Alape dan la cara. Entregan las palabras posibles, siempre insuficientes, Márquez pronuncia su discurso exculpatorio: "Los muertos de La Chinita son también nuestros muertos porque así lo sabemos, lo sentimos de corazón". Atrás se multiplican los abrazos y el blanco, los aplausos, una celebración sobre un funeral. Han pasado 26 años. El barrio La Chinita ya no recuerda muy bien cómo son los procesos de paz. Fueron su mito fundacional y funerario. Cuando termina el perdón simbólico, publicitario, comienza una escena distinta. Las cámaras se ensañan contra la tarima.
El 22 de enero de 1994 se trataba de otra ceremonia. Un baile comunal para recoger plata, arrimar gente y vaciar unas botellas. Una verbena organizada por una mujer llamada Rufina. Aníbal Palacio llegó temprano a la fiesta comunal, como candidato del partido que había conservado las iniciales: Esperanza, Paz y Libertad. Se fue temprano como todo candidato. Uno de los sobrevivientes de esa masacre de 35 personas. “No maten a las mujeres”, gritaban los asesinos con ideología de género. Las Farc.
Iván Márquez camina hacia un grupo de espectadores. Un fotógrafo citadino persigue a un fotógrafo lugareño. La intuición señala un encuentro inesperado. Dos hombres ajenos a la mirada de la audiencia se dan la mano. Dos hombres muy parecidos físicamente. Dos hombres que tomaron las armas por una misma idea. Dos enemigos a muerte. Un saludo breve y real. Constancia de que el perdón y algo de desprecio son posibles. Se trata de evitar la muerte. Perdonar los enemigos, combatir los rivales. Una pequeña serie contra el fanatismo, contra el odio, contra la guerra a muerte.