“Nunca olvides lo que te hizo triunfar”. Ley de mercadeo, ley de vida, aparentemente lógica y elemental. Con el éxito llegan muchos beneficios pero el mismo éxito trae dificultades y exigencias para su continuidad y disfrute. Hasta los momentos ideales necesitan mantenimiento. En póker, dicen los entendidos, “un juego bueno, nunca se cambia”, máxima que parece no tener en cuenta la ambición.
Los vendedores de confites de los buses han aplicado esa lógica hasta saciarnos y ahora se acercan a la saturación de la clientela, o sea a la extinción de la misma.
Al principio fue un confite, una golosina, un break en el viaje, un “cariñito” para llevar a casa, un detalle para la secretaria que te deja pasar, un símbolo de amistad.
Ese producto encierra un concepto trascendental y afectivo, un entretenimiento, un “quemador” de estrés y de fatiga en el viaje, o como dicen los costeños, un “tentempié”.
Con ese ingenuo pero significativo confite, nació el negocio. “Sandiego-LaOriental-IglesiadeSanJosé-EdificiodelosEspejos”. Este pregón es el nuevo medio, es el lobby para atraer pasajeros que requieren de guía y es lo que les entregará el pasaporte para llegar al pasillo del vehículo y acondicionar la variable plaza-bus. “Al conductor y a Dios les será agradecida su participación y el apoyo a esta digna forma de trabajo, sin recurrir al robo o a otras prácticas ilícitas”.
La variable precio constituye en gran parte la reason why del parlamento promocional: “Vale trecientos la unidad, dos por quinientos y para su mayor economía; lleve cuatro en mil”.
¿Cómo le quedó el ojo, ah? ¿Quién no lleva, llave? ¿Quién no lleva?
Hasta el momento todo va bien pero de repente surgen deterioros en algunos manejos, por ejemplo, el copy se eternizó, nunca cambió y la variable promoción se volvió cliché. Los nuevos en el negocio la copiaron sin esfuerzo y sin aportes, no pusieron nada nuevo, se montaron a “la era del confort”, “van en bus”, en todo el sentido de la expresión.
No hay nada qué hacer, copie y lleve, nadie se imaginaba hasta ese momento que esos acabarían el negocio. Usaron sin recato el control C y control V, corte y pegue, ni siquiera piensan el rollo que van a recitar, recitan y toman hasta la misma entonación.
“Damas y caballeros como ustedes pueden ver he pasado por los puestos de ustedes ofreciéndoles estos ricos confites rellenos de caramelo…”.
También el confite va muriendo lentamente, porque al encanto lo mató su propio padre. Ya no es más el lenguaje tierno, el entretenimiento para acompañar este rutinario viaje, el toque romántico y humano a una dura actividad rutinaria. Ya es el marcador, el kit escolar, el libro de recetas naturistas, el cd con la música bailable, los evangelios, la estampita de San Arcángel, la toalla para la cocina, el recetario de yerbas medicinales… Eso sin contar con “la expresión de cultura urbana” de los merenderos, las heridas abiertas, el egresado de la cárcel al que le endosaron tres muertos que no le dieron limosna en un bus, el sermón apocalíptico del pedigüeño lleno de vida, del que dejó el alcohol y las pepas o la escueta protesta en busca de la limosna, son rodeos.
La estrategia de precio también fue presa de la mendicidad, la mediocridad y el deterioro: “no vengo a pedir plata, vengo a dar testimonio…”, “vengo de parte de niños y enfermos que reciben lo que sea, cualquier moneda les sirve”, “no vengo por plata, vengo a entregarles este mensaje en forma de estampita la colaboración es voluntaria”, “lleven las estampitas que quieran” (bar abierto), “la donación es a su voluntad y buen corazón”.
Se deterioró el mercado por saturación, carencia de planeación y control, falta de creatividad y regulación. Ahora nos montamos al bus y pensamos: el detalle para amenizar el viaje ha perdido su toque mágico, su virtud de piropo, ya la oferta es repetida y el negocio se les salió de las manos, no se tuvo en cuenta al pasajero, su presupuesto y su fatiga. Se perdió la naturaleza de la oferta, ya cualquiera se monta al bus y ofrece lo que le da la gana, desafía e intimida. Se soporta porque no hay de otra.
Hace poco viajé en bus (temprano como el papa Francisco) y pasé delicioso, eran las seis de la mañana y los vendedores de confites tienen su jornada después de diez… No les gusta madrugar.
También el cliente puede mostrar sus estrategias frente al cartel del confite, cerrar los ojos y recostar la cabeza contra el vidrio.