—Sabe qué, le voy a decir la verdad, mi niño pasó contento.
Dice Marleny González mientras apura un café en un local céntrico, donde sacó un rato de su tiempo como comerciante para recordar la vida de Juan Camilo Vélez, su hijo, quien hizo su último viaje el 5 de abril de 2014.
—Se me iba para todas partes. “Mamá, déjeme ser feliz”, me reprochaba cuando llegaba de los viajes.
Marleny tiene 39 años, es una mujer de estatura media, trigueña, y esconde su angustia detrás de unos lentes negros de marco grueso.
—Y yo lo dejaba ser feliz. Me acuerdo cuando me dijo que se iba a tatuar en el estómago y le contesté que si lo hacía le arrancaba la piel con un cuchillo. Se rayó: “Mi Poderoso DIM, Comuna 2”. ¡Pero qué voy a maltratar a mi muchacho!
Marleny habla siempre en presente de su hijo, a quien llamaban ‘Chavelito’. Su conversación es una mezcla donde las alegrías y las travesuras se funden con las angustias y la impotencia.
—Ah, al niño lo disfrutamos tan poquito. Dice Marleny. O se le desgrana esa frase, y suspira hondo.
Hacia Ibagué
Primer sorbo de café. En los bafles suenan pasillos y tangos y se destapan las cervezas del arranque. Marleny cuenta que Juan Camilo fue buen estudiante, que ganaba menciones de honor y le colaboraba a los compañeros. Además, pese a su corta edad, insiste, ya iba a clases de natación en la U. de A. —donde un hermano suyo es profesor— y que en la Liga practicaba clavados.
Por herencia paterna Juan Camilo comenzó a profesarle amor al DIM desde muy chico.
—La primera vez que se nos perdió pusimos la denuncia. En la prensa salió y un tío, en Ibagué, le informó a la Policía de Infancia y allá lo encontraron.
Para ese entonces Chavelito recién cumplía nueve años y se lo entregaron a Bienestar Familiar. Sus padres hicieron los trámites para reclamarlo. Hubo regaños y anuncio de castigos, pero al parecer le quedó el gustico de los viajes y pronto pasó de la calurosa Ibagué a la fría Tunja y de allí a donde viajara El Poderoso.
—Yo lo mandaba a estudiar y él sacaba el bolso con su muda de ropa. Si el equipo jugaba domingo se iba el miércoles.
Para Marleny y Sergio, su padre, la vida se convirtió en una incertidumbre y cada que jugaba el Rojo sabían que la salida de Juan Camilo era cuestión de horas.
—Llegué al punto de amarrarlo. Se ponía agresivo, la policía iba porque decía que se iba a tirar por las ventanas.
Pasaron algunos viajes y Marleny comprendió que el caso era perdido, hasta comenzó a ofrecerle plata para las excursiones, pero él no aceptaba.
—A veces nos llamaba y nos decía que le consignáramos para poder regresar. Yo le decía que no pero el papá sí le alcahueteaba.
Juan Camilo hizo sus viajes desatendiendo las obligaciones propias de su edad. Sus padres decidieron buscar ayuda y en 2012 estuvo en centros de rehabilitación donde le recetaron medicamentos psiquiátricos.
Para Marleny el tema se complicaba, pues el papá, de quién ya estaba divorciada, le reclamaba que estuviera más pendiente.
—Por cubrirle la espalda fui donde su profe y entonces le ponían talleres y dejaban que asistiera cuando pudiera, pero así y todo él rendía mucho.
Su mamá no se explica en qué momento estudiaba si siempre se mantenía ocupado en la natación y jugando fútbol, y más tarde entregado al Medellín y a los viajes.
—Y era hincha de Falcao y ya nos decía que se iba para Brasil.
Dice Marleny y no cuesta creerle.
El último viaje
El sábado 15 de marzo Chavelito regresó a su casa en el barrio Acevedo. De nuevo los regaños: “Ponéte en nuestro lugar; mirá que nos enfermamos”.
Juan Camilo juró y juró que no más, que era el último. “Tranquila mamá”, le dijo a Marleny. Pero eso sí, que lo dejaran conocer el sitio donde había muerto ‘Ameo’, un colega de viajes y fiebres por el DIM.
El 4 de diciembre Juan Camilo y otros amigos se habían ido pirateando hasta la costa. A las dos de la mañana de ese mismo día Marleny recibió una llamada de su hijo, estaba en Bello y quería que le pagara un taxi para devolverse.
Juan Camilo se había regresado del peaje de Don Matías. Sus compañeritos siguieron pegados de una tractomula y al día siguiente se bajaron en Tolú a bañarse. Ameo se ahogó.
—Camilo se consternó y fue al cementerio a decirle a la familia que él ayudaba. Él era así. Pasó diciembre y enero y él seguía inquieto por la muerte de su amiguito.
Por eso en marzo, cuando su madre lo invitó para el Chocó, donde vendía ropa y calzado a los mineros, él dijo que la acompañaba con la condición de regresar antes del 18 porque quería ir a ver al Medellín y de paso conocer el sitio donde se ahogó Ameo. A los amigos y al papá también les dijo que era el último viaje.
En el Chocó estuvo animado. Sin embargo, su corazón y su mente viajaban por regiones más expeditas.
El martes 18 de marzo salió de estudiar. Al mediodía llamó a la mamá que estaba comprando mercancía en el Centro, se comió la arepa con carne desmechada que ella le preparaba y descansó un rato. A las cuatro se fue con un amigo para la cancha, antes pasó por donde su madre y le pidió para una presa de pollo.
—Pídala en la tienda que yo pago ahora. Camilo no aceptó. Quería el dinero. Luego le dijo a la mamá que jugaría Play y ella con tal de verlo en la casa le dejó entrar a los amigos. A las nueve, cuando ella les dijo que apagaran el Play, Camilo salió y le dijo que daría una vuelta por la cancha. Y salió. Esa noche Marleny casi no se duerme esperándolo, pero el chico no volvió.
—Sospeché y averigüé donde jugaba el Medellín. Le había escondido la cámara y el teléfono y por eso ni lo llamaba. Pero él lo había encontrado y se lo había llevado.
Luego, el papá de uno de sus amigos le confirmó a Marleny que se habían ido. A la mañana del miércoles le contó a Sergio, y él “se la montó”.
—Pero qué hago, ¿lo pego de la pata de la cama, o qué?
Marleny comenzó a preguntar en los peajes y nada. Cuando supo que el DIM jugaba en Barranquilla hizo cálculos. “Vuelve el martes”, pensó. Y ocupó su mente en las ventas.
A las ocho de la noche del 20 de marzo Marleny estaba con Sergio cuando recibió una llamada donde les avisaban del accidente de Juan Camilo. A las nueve y media, después de intentar tomar un vuelo, salió con una hija para Montería.
Solo supo que fue un accidente en Planeta Rica. A las nueve de la mañana del viernes, cuando llegó a Montería, se enteró de la gravedad de los hechos. Juan Camilo iba en un camión, se había subido a la parte alta del contenedor y cuando se agachó a darle la mano a los compañeros una rama baja lo golpeó y lo tiró al pavimento. Los compañeros de viaje le contaron que le gritaban al conductor para que detuviera el carro pero él no escuchaba, y solo cuando paró en una báscula los chicos pudieron bajarse y devolverse para intentar ayudarlo. Pero la Policía de Carreteras los retuvo. A Juan Camilo lo auxiliaron y en una ambulancia lo llevaron hasta Montería.
Cuando llegó Marleny recibió el parte médico: fracturas en las piernas, trauma encefálico…, y otros términos que no entendía muy bien. Para ajustar, Bienestar Familiar la culpaba por el supuesto descuido.
—Pero mire, uno ya no los puede reprender. A uno lo descontrolan. Uno no sabe qué hacer: si los castiga lo demandan…
Dice Marleny, se pregunta, se cuestiona y en sus palabras se nota la impotencia.
El viaje de Marleny
Cuando salió para Montería Marleny pensó que el viaje duraría una noche. Así lo pensó también Sergio, quien pidió permiso en su trabajo y salió al mediodía del viernes. Marleny le dijo que llevara la tarjeta de identidad de Juan Camilo y el papel del seguro para hacer la remisión ese día. Eso pensaba.
—Cuando llegué me maluquié. Se veía muy aporreado. Parecía un monstruo. Hinchado.
Los médicos le decían que estaba en estado crítico y que esa tarde le practicarían una traqueotomía.
—¿Cuándo terminen me lo llevo para Medellín?
A Marleny le explicaron que la cabeza de Juan Camilo estaba astillada como una cáscara de huevo y no lo podía sacar.
El viaje duró un mes. Desde ese viernes en la tarde comenzaron los días más largos de su vida. Fue como si se hospitalizara con él. Se enfermó de tanto tomar café y agua, y comía muy poco.
Las ayudas no alcanzaban, tenía que viajar hasta Caucasia por muchos medicamentos y se triplicaban los valores. Tuvo la fortuna de que un médico le llevaba almuerzo y unos hinchas del DIM, en Montería, estuvieron pendientes. La familia del papá también estuvo atenta.
—En el barrio hicieron recolectas para pañales. Su baño eran pañitos, cremas, medicinas escasas.
A pesar de los cuidados, Juan Camilo nunca reaccionó. A los quince días le tocó una mano a la mamá mientras ella le decía que lo perdonaba. “Y tú me perdonas, papi, nos uniremos más…”.
Marleny durmió en el piso por más de dos semanas. Sergio iba los fines de semana y se quedaba hasta domingo en la noche para que ella descansara. Y en ese plan estaba el 5 de abril.
El viaje definitivo
Era sábado y hacía calor. Cuando Sergio llegó Marleny le dijo que quería cerveza porque estaba cansada y andaba mal de los riñones.
Él le dijo que se fuera tranquila. Ella acarició y besó a Juan Camilo.
—Mirá —pensó—, te daba pena que te besara al frente de los compañeritos pero acá te los doy todos.
Te voy a disfrutar. Marleny salió temblando. Sergio y ella tuvieron la sensación de que el niño se veía mal. Media hora después una enfermera le soltó una frase con sigilo: “Camilito tuvo un paro”.
Marleny le contó a una hermana por teléfono.
—Le dio un paro pero a mucha gente le da, ¿cierto?.
—Camilito se nos fue —le confirmó la enfermera unos minutos después.
—¡Se me murió mi niño! —gritó Sergio.
El viaje de regreso
Desde el momento de su muerte Sergio y Marleny comenzaron a avisar, a esperar, a gestionar, a averiguar. El levantamiento se hizo el domingo a las ocho de la mañana pero además de ese trámite había que esperar el traslado.
—El niño estaba más allá de los 120 kilómetros que cubría la funeraria. Tuvimos que ponernos de acuerdo con las funerarias de allá y pagar un excedente.
Juan Camilo llegó a la sala de velación de Medellín el lunes a las ocho. Como estaba tan mal sus padres no lo dejaron ver. Y con la idea de verlo y despedirlo habían llegado doce buses con jóvenes de distintas ciudades.
—Su entierro fue extremadamente lindo: estuvo tan acompañado,
— dice Marleny.
Tanta compañía la consuela un poco.
Juan Camilo fue otro de los chicos muertos en las carreteras siguiendo a sus equipos. No hay datos oficiales, pero según LDS más de quince han muerto en los últimos dos años siguiendo a Nacional. Cifras de la RXN hablan de diez de los suyos en el mismo periodo.
Dos meses sin viajes
Marleny aún paga las deudas que le quedaron del tiempo que estuvo sin trabajar, y eso que hubo colectas, pues a los gastos se sumaron enfermedades.
—Ay papi si supiera en todo lo que nos metiste —dice Marleny y suspira.
—Han sido más duros estos dos meses sin él que los catorce años con sus travesuras… ¡Mejor tener la plaguita en casa!
La anima pensarlo. Se exalta cuando comienza a revivir las aventuras de su hijo. Ese que siempre se creyó grande.
—No tuvo adolescencia. Eso de irse era decisión de grande, de verraco: salir sin un peso y volver comido, con plata. Les daba ropa a los compañeritos. Tenía pelotas.
Juan Camilo pedía dinero y cuando ajustaba dos mil pesos compraba bolsas de agua y chicles; revendía y con eso ajustaba para la boleta. Hasta para invitar a un adulto a la boleta para que lo ingresara porque era menor de edad.
—¡Usted qué cree! Eso no lo hace un adulto.
Durante su estancia en Montería, Marleny grabó un mensaje donde invitaba a las madres de chicos hinchas a que no los reprendieran sino que los escucharan. También ante las cámaras invitó a los niños a disfrutar la vida: “Para qué se la tiran detrás de un equipo”.
—Cómo que pegaos de una mula, para qué son los televisores…
Cuenta que los amiguitos de Juan Camilo que estuvieron en el hospital no fueron capaces de tocarlo, les daba miedo.
—Imagínese, niños que de nuevo arriesgaron la vida por acompañarlo.
Marleny dice que sigue con su hijo. No asimila, ni acepta que no lo tiene. Pero también ha estado enferma.
—Estuve hospitalizada. Quedé muy mal. La depresión me afectó los riñones.
Sergio también ha estado inconsolable y según Marleny se ha emborrachado dos veces.
Contrario a lo pensado, durante estos meses de ausencia en la familia le han cogido más amor al futbol. “Papi le vamos a sacar las banderas”, dicen las hermanas. Juan Camilo se volvió amuleto. Cuando empieza el partido y el juego se aprieta ellas le hablan: “Usted es el único que pude meter un gol”.
—Cuando él murió, al miércoles siguiente el Medellín ganó un partido en el último minuto.
Sus amiguitos se tatuaron una frase sencilla: “Camilito eterno”, y dicen que él está con ellos.
Marleny está muy agradecida por el apoyo que ha recibido. Y recuerda a Juan Camilo cuando regresaba de los viajes:
—Mijo pero es tu felicidad contra la seguridad, mire el peligro…, y la tranquilidad de la familia.
Él no vio peligros.
El jueves 5 de junio se cumplieron dos meses sin los viajes de Juan Camilo y ese mismo día, Jenny Milena, su hermana mayor, cumplió 22 años. Solo quiso una misa. “No, para dónde me voy…, con el niño muerto”, le contestó a la mamá.