CAÍDO DEL ZARZO
Kim, la rubia de oro
Elkin Obregón S.
Al protector de pantalla de mi computador lo adorna el bello rostro de Kim Novak, una de mis divas platónicas mayores. Con suave sonrisa, parece invitarme a entrar a mi correo, en busca de esa ansiada carta que no llega. Pero yo sé esperar, confío en ella.
La conocí dos veces en una misma tarde, gracias a aquellos matinés dobles de la época. En la primera, una comedia de nombre impronunciable, Phfft (sic), estuvo muy bien acompañada por Jack Lemmon y Judy Holiday; aún no era protagonista, pero lo fue dos horas después en La casa 322, un excelente thriller de Phil Karlson que la lanzó ya para siempre al estrellato. Una tarde magnífica de cine, y un primer encuentro más que feliz.
De ahí en adelante, la carrera de Kim se limitó a confirmar su aura de primera figura, con filmes casi siempre estupendos: El hombre del brazo de oro (Preminger), Picnic (Joshua Logan), Medianoche pasional (Delbert Mann), Servidumbre humana (Ken Hugues), y, “last but not least”, Bésame tonto, quizás la película más sicalíptica de Billy Wilder.
Pero le hubiera bastado Vértigo para ser siempre recordada y admirada. Llegó a esa cinta, niña de los ojos de los chicos de la Nouvelle vague, casi por azar, pues Hitchcock quería como protagonista a la hermosa Vera Miles, y, de hecho, concibió el guion pensando en ella. Sabemos que la actriz no aceptó el papel porque estaba embarazada, y la productora no podía o no quería esperar (dígase a manera de paréntesis que la Miles trabajó al fin con Hitchcock, en Psicosis, aunque ya en un rol secundario). Volviendo a Vértigo, el director se vio obligado a aceptar a Kim, quien no era para nada objeto de sus simpatías. Una buena baza del destino, pues no se concibe a Vértigo sin Kim Novak. Y, así fuera a disgusto, Hitchcock supo descubrir en ella el aura inquietante y misteriosa que la historia requería. No contento con ello, se dio el lujo (en uno de los momentos más memorables del filme) de que Kim se desnudara para James Stewart sin quitarse un solo hilo de su vestido. Ella no lo sabe, pero cuando se desnudó para Stewart lo hizo también para mí.
P.D. Llegó por fin la anhelada carta, y trajo buenas noticias. Gracias, Kim.
CODA
Muchas y justas cosas se dijeron a raíz de la muerte de Rodrigo Saldarriaga. Pero nadie mencionó, creo, su libro Tercer timbre, tal vez porque tuvo muy corta difusión. Es un libro precioso, las memorias de un hombre de teatro infatigable, que era a la vez un magnífico escritor. En fin, un texto que apasiona. Ojalá alguna editorial se decidiera a relanzarlo; la Fiesta del Libro está ad portas.