Número 57, julio 2014

ÁRBOL
Que lo diga ella
Guillermo Cardona. Fotografías: Juan Fernando Ospina

 
 
¿Cuántos años tiene? Nadie lo sabe. Algunos creen haberla visto desde hace once, doce años, en su atalaya del bar El Guanábano, posesionada del Parque del Periodista, por encima del mundanal ruido y de las vicisitudes económicas y románticas que desfilan por ese pequeño hábitat donde los humanos encuentran múltiples formas de perder el tiempo entre fumarolas.

Y cada que la miran aquellos que por un segundo dejan de ser desprevenidos transeúntes, la ven más alta de lo que esperaban o de lo que recordaban sus ojos engañosos. Y todos se sorprenden del carbonero que luce a su lado como un recién llegado pero que, en esas condiciones de cultivo, estilo bonsái, de raíces superficiales, perfectamente podría ser más viejo. Pero, entonces, ¿por qué creció tanto su compañera de cornisa?

Como sea, las personas se dieron cuenta de que ella existía cuando ya resaltaba airosa y esbelta a simple vista, con su único y largo cuello de cisne o de jirafa y su penacho de hojas —como cualquiera otra loquita despelucada del parque—, flaca y larga, en equilibrio con la geometría euclidiana y con la gravitación universal, con la relatividad general y hasta con la teoría de cuerdas (por su permanente estado vibracional); vale decir, en perfecta armonía con el cosmos y la vida, muy posesionada de su papel en las alturas.

Ahora, ¿cómo llegó allá? No es una de esas privilegiadas nacidas en almácigo y luego trasplantadas entre mimos y cuidados de biólogos, ingenieros forestales y jardineros, que oportunamente bañan sus axilas con fungicidas y que, cada tanto, le espolvorean los delicados pies con químicos y abonos como si fuera Mexsana. Nunca nadie se ha ocupado de los dedos mustios de sus pies, a ras de techo, para echarles así sea por encimita unos granitos de nitrato o de cloruro de potasio. Y a nadie le ha importado que también le guste el manganeso y el magnesio.

No. Ella no es de esas privilegiadas por la siembra y el abono. ¡La hubieran puesto en una parte más cómoda!

Lo cierto es que ella jamás ha dependido de los hombres. No se le han acercado nunca. Y así está bien. Porque el día que la toquen, con seguridad será para dañarla. Contrario a lo que hizo la Mona Uribe, cantinera del bar, que desde que la vio parada en la fachada del bar la puso a trabajar de planta, como emblema y estandarte.

Mas, contra todos los desafíos, contra todos los pronósticos, ahí está, sin una mano intrépida que la subiera ni otra caritativa que le arrancara las hojas secas, y claro, sin recibir jamás el rocío vaporizador de alguna pócima o tósigo que la librara del asedio de tantas cochinillas, mariquitas y pulgones como frecuentan el parque.

Y pese a que muy adentro de su ser debe sentir como una debilidad esa pertinaz ansia por la urea, también debe agradecerle al carácter casual de la existencia el haberla puesto tan arriba del instinto mingitorio de los bebedores de cerveza.

Y se le dice ella así sea también él, lo cual no le produce traumas ni complejos, porque el género, además de un accidente gramatical, es una dudosa apariencia, una vestimenta o un disfraz, y en el reino vegetal la posibilidad de nacer es tan incierta que cada planta puede ser a la vez novia, rival y consorte, sin pedirle permiso al señor Procurador.

Se trata de una dama del bosque agreste y salvaje que llegó del sudeste asiático, como inmigrante glamurosa en busca de jardines y prados recién cortados y sistemas de riego con aspersores automáticos, aunque en ciertas regiones de Australia y los Estados Unidos se le considera plaga invasora.

Eso hablando de las grandes migraciones de las familias y las especies a través de mares y continentes, porque lo que es la semilla de la Chaflera que nos ocupa, ya como individuo único e irrepetible, vino a parar ahí vaya a saberse desde dónde y cuándo, aunque sí nos es dable imaginar el cómo: a lo mejor entreverada con arroces y maíces y restos de otros bichos, en el buche de tórtola o paloma. Luego, cagada en el punto exacto y geodésico que marca el centro del arquitrabe, la semilla o el esqueje echó raíces y pelos absorbentes, y en un cordoncito de cemento estrecho como el filo de un machete, nuestra aguerrida Chaflera encontró cobijo, alimento y humedad suficientes para hacer su vida, rodeada de algunos edificios que le sirvieron de gafas de sol en los veranos más duros y de cortavientos en las más fuertes tormentas.

De esos primeros tiempos, obvio, nadie se acuerda, porque entonces nadie la había visto y era otra hojita más por allá, entre tantas que despuntan en esos lugares expuestos al sol y al agua; una criatura que se abrió paso y fue creciendo como la habitante de calle que es, sin que nadie le parara bolas ni le tomara fotos, sin que nadie le admirara la estirada del tallo, sin que nadie le celebrara el brote sucesivo de los peciolos, la verdura de sus hojas, el milagro de su primer pedúnculo floral.

Algo que a ella la tiene perfectamente sin cuidado. Ahí está su nicho y a ella le vale huevo la prohibición de la trashumancia de semillas no certificadas que pregonan Monsanto y su compañía bastante limitada.

Y si ella sigue viva es justamente porque los inspectores y los picapleitos y los que piden papeles y patentes, por la naturaleza de su oficio, vale decir, por superficialidad y ligereza, les queda (si se me permite la expresión), muy de pa arriba mirar pa arriba, hacia el infinito, hacia el cielo, adonde sólo miran los soñadores y los poetas y donde no hay forma de sacarle provecho a los bienes terrenales.

Y justamente por allá, por el cielo, se pasea ella, con su copete amarillento en medio del follaje, cinco metros más arriba de donde arranca el tallo que es a unos tres metros del piso, parada en las puntas de los pies sobre esa estrecha cornisa, en equilibrio sobre el abismo, como una bailarina en la oscuridad. UC

 

Juan Fernando Ospina


 
 

De quién estamos hablando

Juan Fernando Ospina

Nombre común: Chaflera
Nombre científico: Schefflera actinophylla
Pertenece a la familia de las Araliáceas y es originaria de las zonas tropicales de Taiwán, Nueva Zelanda y Asia sudoriental.
Características: Las hojas son de forma palmeada, brillantes y de color verde oscuro. Se amarillean por el exceso de sol, previo a su caída.
Flores bastante pequeñas, reunidas en racimos, de color verdoso.
Los arbustos, árboles o lianas entrelazadas de la chaflera, pueden alcanzar 7-8 metros de altura.

 

 

 

 

 

 

 
blog comments powered by Disqus
Ingresar