Número 49, septiembre 2013

Equis expedientes
Alejandro Peláez. Fotografías por el autor

 

El ícono de la justicia colombiana es una torre de expedientes amarrados con cabuya. Los despachos judiciales son laberintos de papeles por donde caminan los sustanciadores. En algunas ciudades, hasta en los baños se archivan procesos. Lo curioso, como lo notaba Linn Hammergren – experta internacional en reformas judiciales–, es que en algunas partes de Colombia los expedientes todavía se archivan uno sobre otro, y para encontrar un pleito hay que ser un mago capaz de levantar en el aire el arrume de folios.

En este sentido, la Rama Judicial colombiana es casi neogranadina. En los países desarrollados esta forma de archivar expedientes se dejó de usar hace más de dos siglos, cuando se dieron cuenta de que era más práctico archivar los procesos en estantes horizontales y no en columnas. El número de folios –entiéndase páginas– varía entre quince y cincuenta mil. La carátula y contracarátula de los papeles de cada juicio varían de tono pastel de acuerdo a una regla inescrutable para los no iniciados. Hay expedientes del tamaño de una biblioteca y otros que no superan el de un catálogo de promociones del Éxito. El papel siempre es oficio, pero cada quien es libre de usar márgenes de diez centímetros y escribir a doble espacio. El ancho de las márgenes está correlacionado con el presupuesto: a mayor espacio para las márgenes, más plata tiene el despacho.

Ninguna administración de la Rama Judicial ha sido capaz de imponer una plantilla homogénea para que todas las providencias sean formalmente iguales; al contrario, hay un mundo inexplorado de tipografías que usan jueces y escribientes en cada una de ellas. El Juzgado Cuarto Administrativo de Cali, por ejemplo, se decidió por la fuente Comic Sans para redactar sus sentencias. La disonancia cognitiva que produce leer la descripción de una masacre en un tipo de letra para tarjetas infantiles es digna de un estudio clínico. A pesar de la audacia tipográfica de algunos, la mayoría de los jueces prefiere adornar sus sentencias con títulos escritos en fuentes barrocas. Entre más se parezca el título de una sentencia a un capitel de columna jónica, mejor. A la justicia siempre le ha gustado la forma y la pompa.

Donde no se ve pompa por ningún lado es en las bodegas que guardan el archivo muerto, el cuerpo de historias que se descompone entre la humedad y el polvo. En Bogotá y en otras capitales de departamento los expedientes están guardados en cajas, y organizados en estantes con mecanismos neumáticos que permiten mover fácilmente las toneladas de papel. Pero en tierra caliente la cosa es diferente.

En las bodegas de ciudades como Quibdó, Villavicencio y Cartagena hay arrumes de expedientes atados en paquetes de cinco o más procesos. No hay cajas. Las hojas amarillas se deterioran por la acción de ratas, cucarachas, pececitos de plata, coleópteros, termitas y decenas de especies de hongos y bacterias. Todas estas plagas se convierten en un riesgo para los humanos que se atreven a fisgonear en las bodegas.

Detrás de esa suciedad está la memoria. La historia del conflicto armado en el oriente se muere en los archivos judiciales de Villavicencio. Lo mismo pasa en Quibdó, Medellín y Mocoa. En los expedientes no hay grandes narrativas ni crónicas que expliquen las causas del conflicto. Hay relatos escuetos y mal escritos, pero tienen la potencia de la voz de quien los cuenta desde las tripas. La jerga judicial y los miles de testimonios que describen la guerra se pudren esperando que los expedientes cumplan el plazo para ser picados o botados al río, o cualquiera que sea el destino de todo ese papel.

 

Fotografías por el autor

 

Fotografías por el autor
 

 

 Fotografías por el autor

 
Antes de que se los coman las ratas, transcribo literalmente unos apartes de la guerra que se cuenta en el archivo muerto del juzgado de Villavicencio:

Relato del soldado Jiménez:

"Mi teniente, yo escuché algo que se me aproximaba, estaba oscuro, estaba lloviendo bastante, pregunté dos veces quién era y nadie contestó. La sombra seguía acercándose y procedí a disparar. El fusil se me trabó y me replegué cerca del soldado Agudelo que estaba con la ametralladora. Nadie me dijo que iba a salir a realizar sus necesidades, yo no vi salir a nadie de los límites del área de vivac."

El resultado de las acciones del soldado Jiménez quedó consignado en el informe del inspector de policía de la zona:
"Edad 21, soltero y sus demás datos arriba descritos. Posición del cadáver: natural, boca arriba, cabeza al oriente, pies al sur. Impactos de bala en el maxilar inferior central y en cadera producido por arma de guerra. La muerte fue consecuencia directa de shock hipovolémico secundario y heridas por proyectil de arma de fuego de carga única y alta velocidad. Los hallazgos son compatibles con la hipótesis planteada por la autoridad como muerte por heridas de proyectil".

Las historias de combates también se repiten en los expedientes de zonas especiales de orden público. A veces el enfrentamiento es con grupos subversivos, otras con paramilitares y unas pocas veces entre las mismas tropas. Transcribo fragmentos de testimonios de un combate:
"[…] Me recosté contra una piedra y cuando comenzó la plomacera me asusté y me tiré al piso, no disparé porque los que estaban al lado mío gritaban que éramos propias tropas y al momento sentí el tiro y grité
—¡Me dieron, somos propias tropas!
Ahí dejaron de disparar".

Un cabo primero que patrullaba en la escuadra que abrió fuego contra la contraguerrilla Bengalí 3 en jurisdicción del municipio de Lejanías, Meta, narra lo ocurrido:
"Me percaté de la presencia de unos sujetos y avancé en posición de acurrucado y constaté que estaban armados. Le grite a mi personal:
—¡Ahí están esos hps bandidos!

Organicé la ametralladora a un lado con el puntero y el contrapuntero como base de fuego. Le informé a los soldados que estaban a mi lado que esos hps bandidos estaban ahí. Realizamos la base de fuego tanto de tiro de fusil como de ametralladora durante 5 segundos. Tomamos posición de pie para tener un mejor ángulo y vimos las siluetas tendidas. Di dos pasos y escuche la voz del soldado Restrepo que decía:
—Bengalí 3, somos Bengalí 3.

No entendía qué estaba pasando hasta que vi los cuerpos ahí tendidos".
 
Para terminar el cuadro, el comandante de la Compañía Bengalí, que operaba en el terreno, describió lo sucedido al comandante del Batallón de Infantería número 21:
"A las 23:10 llegaron al punto cuatro caminos las dos contraguerrillas: Bengalí 1, quien venía punteando, y la contraguerrilla Invencible. La primera escuadra confundió a los soldados con terroristas y abrieron fuego contra ellos hasta que escucharon a los soldados de Bengalí 3 que gritaban somos propia tropa. Constatamos que eran soldados de la escuadra de Bengalí 3, con los resultados tan negativos de tres soldados profesionales muertos, un suboficial con heridas leves y otros tres soldados heridos".

Son miles de novelas que van desde historias de masacres hasta discusiones familiares por una herencia o pataleos para subir la pensión. Ahora que está de moda rescatar la memoria, sería bueno pegarle una mirada a esas torres de expedientes.UC

Fotografías por el autor

 
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