1969 y 1970 fueron los años más confusos en la historia de los Beatles. En el 69 el Señor San Juan Lennon había grabado un LP con la banda Plastic Ono, de su mujer, Yoko, disco de protesta contra la guerra de Vietnam, en vivo y con malos equipos en medio de multitudes y hoy francamente solo escuchable con ánimo de historiador. Lo más interesante es la carátula: un fondo azul oscuro sobre el cual, hacia el extremo izquierdo, aparece lo que pudiera ser… una nube, o… un polvo de humanoide: Live Peace in Toronto. En fin. Fue la primera vez que Lennon, cansado del grupo, se atrevió a desertar con la maldita artista conceptual japonesa. Ese mismo año los Beatles grabaron Abbey Road e hicieron la inmensa película sobre cómo trabajaban en estudio: Let it be, de cuyas 96 horas de filmación solo quedaron ochenta minutos; el resto debe reposar cortado por las tijeras del editor en algún cajón en los sótanos de Abbey Road. Pero la película fue puesta a circular en 1970 con esa desalentadora versión que sin embargo salvó la depresión de dos o tres de nuestras tardes.
No os confundáis, expertos del rock medellipaisa, porque me confundís a mí, vuestro intrépido escribano! La cosa es que desde el 69 se estaba fraguando la desintegración de The Beatles, impulsada por una investigación financiera sobre sus activos y su menuda, que estaban a cargo del contador Allen Klein. Dicha investigación, que comprobó disparidades entre ingresos y egresos de algunos pocos millones de libras, y que fuera ordenada por la esposa de Paul, Linda Eastman, la misma que odiaba a morir a Yoko Ono, condujo en abril de 1970 a la disolución judicial del cuarteto, en medio de un baño de lágrimas en todo el mundo. La película Let it be llegó antes que el disco y entonces los “beatlemaníacos” nos pudimos dar cuenta de otra cosa: la mayor parte de la canciones grabadas en el estudio o en el techo de Twickenham St. habían sido manipuladas por el productor Phil Spector, quien las bañó con un invento suyo de hacía casi diez años: la famosa “muralla de sonido” creada por él para realzar la calidad de algunos grupos de cantantes norteamericanas y británicas que lo hacían de cierto modo bien en sus “rendiciones originales”, pero que con las “murallas” impresionaban más a los oyentes. Ni a San Pablo McCartney ni mucho menos a los otros le gustó para nada esta especie de pesado maquillaje, pero cansados por los trámites de la disolución dejaron que se fuera así, amurallado con sonidos presuntuosos. McCartney toda la vida estuvo tan furioso con esto que un buen día de los años 2000 se metió a los estudios de Abbey, e hizo que minuciosamente los técnicos fueran bajando el maquillaje pista por pista, hasta lograr poner a punto la música y voces originales, que se publicaron luego como Let it be Naked.
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Pero volviendo a otra parte: fue en el mismo 1969 cuando McCartney, mientras grababan Abbey Road, no paraba de silbar una tonadillla de “algo que tengo en la cabeza pero que me da pereza continuar”, y grabó la mencionada a escondidas de sus ya casi excompinches, y a principios de 1970 envió a un centenar de emisoras en Inglaterra y Estados Unidos un single con la ya completa canción Another day, y el lado b mostrando un ripio como Oh why, oh May. Yo tuve el placer de oírla por la onda corta de la BBC el día de su presentación, con el corazón queriéndoseme saltar al techo. Nunca más la volví a oír, aunque se rumoraba que la pondrían en el segundo disco de Sir Paul, RAM, en 1971. Nunca jamás. Leamos qué cantaba allí McCartney, en prosa:
Todos los días ella toma una ducha, se moja el pelo, se envuelve en una toalla mientras camina al dormitorio. Es solo otro día, metiéndose en las medias, metiéndose en los zapatos, sumergiéndose en los bolsillos de su impermeable. Es solo otro día. En la oficina, donde los papeles se arruman, toma un respiro, bebe otro café y ve que es difícil mantenerse despierta. Es solo otro día. Triste, triste, triste, algunas veces se siente ella tan triste, sola en el apartamento en que vive, hasta que el hombre de sus sueños venga a romper el conjuro. Ah, quédate, no la dejes así, y él viene y se queda, pero se va al día siguiente. Tan triste. Algunas veces se siente ella tan triste… Y ella escribe una carta a “Los Cinco del Sonido”, la multitud la rodea… Y ella se da cuenta de que es difícil estar vivo. Es solo otro día.
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En el mismo año sucedieron otras tres cosas: celoso por el éxito temporal de Another day, y del subsiguiente álbum rural de McCartney titulado narcisísticamente con su apellido, y luego de hacerse junto con su Yoko Ono una terapia del “grito primitivo” (Primal therapy), que se supone te hace dar a luz o expulsar todos los traumas de tu infancia y adolescencia, el ya maduro niño Lennon a los 29 años produce y publica, junto con la Plastic Ono Band, su álbum de ruptura, sin título, según los críticos, el mejor de toda su carrera: fino, preciso, austero, doloroso, y el desprendimiento de su divinidad como Beatle. Oigamos, con las orejas de los ojos:
DIOS. Dios es un concepto por el cual medimos nuestro dolor. Lo diré otra vez: Dios es un concepto por el cual medimos nuestro dolor. No creo en la magia, no creo en el I-Ching, no creo en la Biblia, no creo en el Tarot, no creo en Hitler, no creo en Jesús, no creo en los Kennedys, no creo en Buddha, no creo en el Mantra, no creo en el Gita, no creo en los Reyes, no creo en Elvis, no creo en Zimmerman [Bob Dylan], no creo en los Beatles. Yo solo creo en mí y en la Realidad. El Sueño ha Terminado. ¿Qué puedo decir? Ayer yo era el Tejedor de Olas, pero ahora he renacido: Yo era La Morsa, pero ahora soy John. De modo, queridos amigos, que ustedes tendrán que llevar la carga. El Sueño ha Terminado.
Todo el LP salta de joya en joya, recorriendo los instantes de un hombre desde la niñez hasta eso que ahora los publicistas llaman “la maduritud” –¡el horror!– Miremos unas líneas de otra canción que te abre los ojos como con una tijera, precisa para estos tiempos en que en los aires flotan primorosos y engañosos tratados de paz: Héroe de la clase trabajadora:
Tan pronto como naces te hacen sentir pequeño, por darte nada de tiempo en vez de dártelo todo, hasta que el dolor es tan grande que ya no sientes nada en absoluto. Un héroe de la clase trabajadora es algo que podrías ser. Luego te hieren en casa y te golpean en la escuela, ellos te odian si eres más talentoso y son malignos con los tontos, hasta que estás tan putamente loco que no puedes seguir sus reglas. Un héroe de la clase trabajadora, es algo que debes ser... Todavía hay lugar en el techo, te dicen, pero primero debes aprender a sonreír mientras matas… Si quieres ser un héroe de la clase trabajadora, solo sígueme, solo sígueme.
Y entonces, para no quedarse solo en la parada y cerrar el setenta con broche místico, el señor San George Harrison produjo un álbum triple. Y San Richard Starr, el baterista, dijo: “Estoy triste. Esperaré un poco más”. En ese año tan interesante para el rock había ocurrido en Londres, en septiembre, el suicidio de Jimi Hendrix.
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