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     Número 39 - Octubre de 2012


ARTÍCULOS
Los hermanos Cuervo

Los hermanos Cuervo, la reciente novela de Andrés Felipe Solano, transcurre entre ambientes y delirios variados. Siempre está la extrañeza, la extravagancia, las perlas podridas que entregan la naturaleza y la vida en las ciudades y las carreteras. Las anomalías hacen parte de esta colección de freaks que por momentos nos hacen reír, por momentos nos mueven a la envidia y en ocasiones activan las alarmas de la desconfianza que despiertan los mentirosos consumados.

En el colegio los hermanos Cuervo brillan por sus gustos que más parecen lacras. Los alumnos nivelan todo por el medio, lo igualan todo de tanto mirarse y temer la mirada que los juzgue como diferentes. Ellos son diferentes, los extraños, los silenciosos, los que no toman Coca Cola, no ven televisión y se ven monstruosos por no compartir los juegos y las charlas de sus congéneres.

Los Cuervo son periodistas, filósofos, cartógrafos, historiadores y algo más. Pero están todavía crudos, y eso hace que sus pesquisas y sus días sean remedos de todas esas disciplinas, versiones amputadas de lo que harían verdaderos especialistas. Oyen las bombas de los años noventa y cogen un taxi para tomar fotos del espectáculo. Así son, retorcidos, frívolos en algunas ocasiones y profundos hasta el desconcierto en otras.

Uno de sus vicios es coleccionar historias de construcciones extravagantes y efímeras en Colombia. Pretenden ser miembros de una nueva comisión corográfica y logran componer un álbum de ruinas y curiosidades. Allí tienen lugar La Posada Alemana de Lehder, El Palacio Egipcio que encargó un optómetra en Medellín, el obelisco de Uribia forrado en concha nácar en medio de una plaza que pretendía imitar a la glorieta parisina de l’Étoile.

UC trae algunas de las entradas de esa singular enciclopedia que se quedaron por fuera de la novela de Andrés Felipe Solano. Digamos que las encontramos en la basura de una su salón de clase.

Los hermanos Cuervo
       Los hermanos Cuervo

Pequeña Enciclopedia de Construcciones y Monumentos Inesperados de Colombia III

No.7. Parque La Isleta

Inaugurado en 1964 en Cartago (Valle) a las orillas del río La Vieja. Es conocido por cuarenta samanes que fueron sembrados a finales del siglo XIX. También se encuentran cauchos, ceibas, carboneros, gualandays y palmeras. Cuenta con patinódromo, lago artificial, coliseo y malecón sobre el río. Los fines de semana es el sitio de recreo más visitado de Cartago. Desde los años noventa también es un reconocido botadero de cadáveres.

No. 19. Edificio de las Tres Cabezas

El Edificio Boyacá o Bedout, mejor conocido como el Edificio de las Tres Cabezas, se construyó entre 1925 y 1928. Las esculturas de dimensiones colosales y hechas en cemento vaciado que coronan la estructura tripartita son creación de Bernardo Vieco. Representan las tres potencias: entendimiento, fuerza y voluntad. Según testimonios de la época son autoretratos del autor, famoso por sus pronunciadas ojeras. La edificación ubicada en el centro de Medellín fue la sede de la editorial Félix de Bedout e Hijos, impulsor del diseño gráfico en el país. Trece perros callejeros duermen en la entrada del que fue el primer edificio en ladrillo desnudo de la ciudad.

No. 34. Plaza Colombia y Obelisco de Uribia

Después de la guerra con el Perú el gobierno de Colombia se preocupó por hacer presencia en tierras limítrofes. Así, el capitán Eduardo Londoño recibió el encargo de fundar una ciudad en el desierto de la Guajira. Cumplió su tarea en 1935. La población estuvo a punto de llamarse Vascobia, en recuerdo del general Vásquez Cobo, pero finalmente fue nombrada Uribia en honor a otro militar: Rafael Uribe Uribe.
La forma octogonal de la Plaza Colombia trazada por Londoño está inspirada en la glorieta parisina de l’Étoile, donde convergen ocho avenidas y está emplazado el Arco del Triunfo.
El obelisco de Uribia tiene una altura de veinte metros y en lo alto ondea el pabellón colombiano. Está forrado en concha de nácar. Es una copia de uno de los tantos obeliscos que Londoño apreció durante uno de sus viajes a París.

No. 27. Leprocomio Caño de Loro

La separatio leprosorum era una ceremonia religiosa que se oficiaba durante la Edad Media para declarar enferma de lepra a una persona. La comunidad enterraba al enfermo simbólicamente arrojándole tres paladas de tierra sobre la cabeza en una tumba abierta. Después era obligado a exiliarse. Tenía que vestir de gris, pedir limosna y llevar una campana atada a la cintura para anunciar su presencia. El enfermo era declarado muerto con fines legales. Con el tiempo estas personas fueron aisladas en sitios conocidos como leprocomios o lazaretos.
Desde 1796 hasta 1950 funcionó uno de los tres grandes lazaretos del país en la isla de Tierrabomba, cerca de Cartagena. Fue conocido como el Leprocomio de Caño de Loro. En 1950, por orden de Jorge Cavelier, ministro de Higiene, quinientos enfermos de Caño de Loro fueron trasladados vía aérea a Flandes, Tolima. De allí fueron conducidos en tren hasta Tocaima y finalmente al lazareto de Agua de Dios. El vagón del tren ambulancia, como se le conocía, estaba decorado con la Cruz de Malta, símbolo de la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y Malta.

Los lazaretos eran pequeñas repúblicas. Circulaban cigarros especiales que la empresa Garnica de Bucaramanga donaba a los enfermos por compasión. Cada cigarrillo está marcado con la palabra Leprocomio. El gobierno mandó acuñar en cuatro oportunidades (1901, 1907, 1918, 1928) monedas para uso exclusivo en los lazaretos.
El leprocomio de Caño de Loro fue sometido a un bombardeo aéreo entre los días 20 y 24 de septiembre de 1950. Aún se pueden encontrar vestigios de las edificaciones coloniales construidas en calicanto y tejas.