La huella de un puesto de perros, un espacio manchado por las salsas regadas durante años, puede valer ocho millones de pesos. En el día parece mugre sobre la acera pero en la noche es oro. Las marcas que deja un cajón de aguacates en una esquina cobran valor a punta de sol y agua. Defender el espacio público significa identificar a los socios fundadores de los negocios en las aceras, poner límites día a día, pactar deberes y garantizar estabilidad. El Estado, como los venteros, debe madrugar a ver cómo va el negocio y a pelear el espacio con quienes "vigilan" armados de una amenaza que puede ser solo un guiño. Las ventas ambulantes, estacionarias, extorsivas, piratas, inocentes, indecentes…, proveen buena parte de los empleos en todas las ciudades del país. Toca inventar una Cámara de Comercio a la intemperie para regular el negocio.
Pero la administración municipal está en otro cuento. Gobierna más por la vía de las oficinas y el Concejo. Mira más la burocracia que las calles. Aquí funciona la "unidad municipal" y los concejales todavía hacen debates a la alcaldía de Salazar. La Gerencia del Centro, que se había convertido en un interlocutor clave entre La Alpujarra y la gente que trabaja, vive y visita los alrededores del Parque Berrío, solo fue ocupada ocho meses después de la posesión del alcalde. El elegido para ese escritorio que se debe ejercer a pie resultó ser el gerente de una empresa de confecciones. Llevaba un mes cuando le estalló una asonada que no se veía hacía tiempos: el inconformismo derivó en gritos, los gritos en marchas, las marchas en manifestaciones, las manifestaciones en pedreas, las pedreas en vandalismo, el vandalismo en pillaje y el pillaje en un caos organizado por la bandas. Nadie en La Alpujarra parece entender que la "normalidad" del centro incuba riesgos que no están programados en los afiches de los grandes eventos.
Los venteros son una clientela política importante. El carné que autoriza a arriar la caja es casi un cargo público. En los últimos años se intentó que la negociación no fuera entre vendedores y concejales o funcionarios. Se alentó la creación de organizaciones y se definieron calles en las que no había lugar para chazas, había límites y se necesitaban cambios. Más de cuatro mil venteros estaban trabajando y concertando con la Alcaldía.
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Luego de la asonada del pasado primero de octubre, en la administración municipal nadie mencionó ese proceso. Se habló de una especie de complot criminal contra el Plan Piloto de Vida, Seguridad y Convivencia para el Centro, que se había lanzado ocho días antes. Decir que los alborotadores, vándalos, ladrones y manifestantes del día hacían parte de una movilización ilegal organizada asusta un poco, pero era necesario refugiarse en las mafias para esconder el despiste.
Entre nosotros la ilegalidad y la informalidad están muy cerca. En un día se puede pasar de un estado a otro tres o cuatro veces. El reto de los funcionarios es hacer más visible esa línea y proponer alternativas que permitan mantenerse en los compromisos con lo público. Si no se logra, el Centro será no solo un mercado intransitable sino también un territorio con reglas dictadas por los dueños de la economía del desorden. Ellos se encargarán de arrumarlos y cobrarles. Ya no importará la huella del cajón en la acera: los señores de la calle dirán quién trabaja en cada esquina; los carnés firmados en La Alpujarra valdrán un peso. Tal vez ese fue el mensaje que quisieron dar cuando destruyeron una de las oficinas de Espacio Público.
Las consecuencias del desorden se oyen y se ven todos los días. Hablar de mugre es simple cosmética. Decir que Fenalco presentó datos alarmantes en sus encuestas sobre seguridad, es atender una simple pataleta de los comerciantes. Contar las anécdotas de los diez amigos atracados en los últimos veinte días, desconoce las estadísticas. Contar la historia de los pillos que desplazan al que prende un porro en una esquina, es defender a los viciosos. Hablar de la bolsa con un muerto en pedazos tirada en la calle Echeverri, es hacer prensa amarilla.
Pero si juntamos las historias y las opiniones habrá que concluir que algo malo pasa en el Centro; como siempre por algunas causas remotas e indescifrables, y como nunca por ignorancia, desconocimiento, desidia, alejamiento de la realidad de la Alcaldía de Medellín.
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