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Leonel ÁLvarez
es director técnico
Itagüí F.C.
Mirando el horizonte por sobre las montañas, como quien tiene una visión epifánica, el célebre Leonel nos hace el honor de estar en el estilario UC. De joven talento hasta DT, Leonel ha visto la estrecha relación del mundo del fútbol con el de la moda, el espectáculo y la comercialización masiva de estilos. En nuestra era, que algunos llaman metamoderna y otros postpop, los cracks han sido fundamentales en la construcción del devocionario de ídolos de un selecto altar que comparten las divinidades venidas de diversos mundos en el corazón del hincha, del fan apasionado que es más que un simple seguidor. Vírgenes, la madre, chuchitos, sicarios y santos compiten por los mejores lugares del altar con futbolistas, escudos y suvenires en versión trade mark.
Impecable, luce un traje de saco —blazer, de solapa estrecha— y pantalón. Traje que si en su origen fue inglés necesitó de sastres italianos para ajustarse a los deseos del usuario latino, más físico que intelectual para elegir, donde el cuerpo es protagonista en la experiencia de seducir con un claro acento sexual. Al cuerpo y delineando los volúmenes sanamente tratados y esmeradamente esculpidos con horas de personal trainer, fueron Versace, Dolce & Gabana o Gucci los que dieron al mundo masculino una buena dosis de hedonismo desde los 80, una década antes de imponerse el estilo metrosexual.
Como todo un serio director, no lleva ahora los apastelados malteados tan de moda cuando era un joven virtuoso y que hacían homenaje al Miami Decó. El fondo negro le permite un brillo satinado bien particular. Sin recurrir a grises metalizados o acerados que ya son habituales, prefiere el juego de las luces; los reflejos definen las líneas de corte impecable y el pantalón en silueta muy cercana a la de un jean. Vistoso resulta ser el color de la camisa con el que solo un hombre con espíritu caribe se la juega. Solferino —una versión del magenta al 100%—, una vibración muy alta del rojo poderoso. Magenta y Solferino, dos batallas sangrientas que dieron nombre a los primeros pigmentos artificiales de rojo a finales del siglo XIX. Un detalle con código elegante y esmero: las diminutas alforzas que a las tradicionales guayaberas un toque de gracia le supieron dar, aquí también están, pero al centro, haciéndose notar.
Aquí todo es poder. “Listo papito, si es ya, es ya”.
Y tanto traje pegado lo balancea, libre al viento, la característica melena ensortijada que identificara a varios de los ídolos del futbol colombiano. Rubios, negros y ahora también canos, estos mechones han ondeado cual banderas y permanecido en el estilo inmutable de sus dueños, como los de Sansón. Fetiche de miles de fanáticos y wannabe —slang for want to be, querer ser—, estas melenas salvajes han sido miles de veces copiadas y no logro imaginar las millonarias cifras en venta de productos para el cabello masculino que han permitido facturar.
Así descubrimos, ocultos por los destellos cegadores de las estrellas, los poderosos hilos del marketing que veloces tejen las redes entre productos e ilusionados admiradores, animados por producciones de imagen para posters y videoclips de pegajosos colores y jingles como ringtones. Hoy son las redes sociales y la ropa underwear las que alcanzan récord de ventas y posteos con el cuerpo escultórico casi desnudo, cosmetizado y fotoshopeado, en eróticas e insinuantes publicidades. Contratos con cifras millonarias y espónsores oficiales. Corporaciones que ahora se preocupan porque los más top de los pibes de la cancha se están dejando de nuevo la barba y esto haría peligrar las ventas de maquinitas de afeitar.
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